El aire estaba cargado de un silencio extraño, como si el mundo contuviera la respiración. Selene Auren caminaba por el sendero empedrado del pequeño pueblo de Lunaverde, sintiendo cómo cada sombra parecía estirarse hacia ella, buscando tocar su piel. Era apenas el amanecer, pero la niebla se movía con vida propia, arrastrando hojas y fragmentos de luz como si anticipara algo que estaba a punto de suceder.
Selene nunca había visto algo así. Desde niña, había sentido que era diferente, pero jamás imaginó que el eclipse que ocurriría esa noche cambiaría todo. Su madre le había advertido que debía permanecer lejos de la plaza central, pero una curiosidad irresistible la empujaba hacia el corazón del pueblo.
Cada paso la hacía temblar, no de frío, sino de una energía extraña que parecía latir en sus venas. De repente, un reflejo plateado brilló en su brazo; el símbolo de un eclipse apareció, como tatuado por la luz misma. Selene retrocedió, tocando su piel con asombro y miedo. Su corazón golpeaba como un tambor, y la brisa que la rodeaba parecía susurrarle un nombre que ella nunca había escuchado: Selene…
Y entonces apareció él.
Riven Daskyr emergió de entre las sombras de la niebla, su figura alta y poderosa iluminada por los primeros rayos de un sol que aún no se atrevía a imponerse. Sus ojos, de un violeta profundo, se clavaron en ella con intensidad, como si la estuvieran reconociendo desde hacía siglos. Su presencia era peligrosa, magnética, y Selene sintió que la tierra misma se inclinaba hacia él.
—No deberías estar aquí —dijo Riven, su voz grave y pausada, un hilo de autoridad que helaba la sangre y encendía la curiosidad al mismo tiempo.
Selene quiso retroceder, pero sus pies parecían anclados al suelo. —¿Quién eres…? —logró preguntar, aunque la garganta le ardía.
—Alguien que debe proteger lo que aún no entiendes —respondió él, con un leve toque de tensión que indicaba que sus palabras no eran un simple aviso, sino un juramento peligroso.
Un aullido distante resonó desde el bosque cercano, y Selene sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las sombras parecían reaccionar a su presencia, extendiéndose y retrocediendo al mismo tiempo, como si el mundo mismo estuviera conteniendo el aliento.
Riven dio un paso más cerca, y por un instante, la distancia entre ellos desapareció. La energía que emanaba de él era palpable, mezclada con la suya propia de un modo que la confundía y la atraía al mismo tiempo. Su mirada no solo la observaba, la estudiaba, la leía, y Selene comprendió con un estremecimiento que su vida jamás volvería a ser normal.
—No hay tiempo —dijo Riven, su voz ahora más suave, pero cargada de urgencia—. Esta noche, todo cambiará. Debes confiar en mí, aunque aún no sepas por qué.
Selene quiso objetar, protestar, huir, pero las palabras se negaron a salir. Algo en él, algo en esa mirada violeta que parecía sostener secretos del universo, la obligaba a quedarse. Y mientras la niebla la rodeaba como un manto, Selene comprendió que el eclipse no solo marcaba el cielo, sino también su destino.
La sombra de la luna se alzó lentamente sobre el horizonte, y con ella, la promesa de un poder antiguo que despertaba dentro de ella. Selene respiró hondo, consciente de que a partir de ese momento, nada volvería a ser igual.
Y Riven Daskyr, el hombre que había aparecido de la nada, sería su guía… o su perdición.