la hija del eclipse

El Eclipse Sangriento

El cielo se tiñó de rojo lentamente, como si el sol y la luna hubieran decidido enfrentarse en un duelo antiguo. Selene se detuvo en medio del sendero, observando cómo la luz se filtraba entre las nubes, reflejando un tono extraño en su piel. Su corazón latía desbocado; algo dentro de ella vibraba al ritmo de ese cielo ensangrentado.

—Es ahora —dijo Riven, su voz grave, apenas un susurro, mientras extendía su mano hacia ella—. No hay marcha atrás.

Selene tragó saliva. Nunca antes había sentido una energía tan poderosa recorrer su cuerpo. Su brazo, donde apareció el símbolo del eclipse, comenzó a brillar con un plateado intenso que parecía vivo, pulsando al compás de su miedo y su emoción. Cada latido era un eco de un poder que ella no comprendía, pero que sabía, de algún modo, que estaba destinado a despertar.

De repente, un rugido desgarrador rompió el aire. Desde el bosque cercano, criaturas que parecían hechas de sombra y humo emergieron, moviéndose con una rapidez imposible. Selene dio un paso atrás, pero Riven la sostuvo firmemente.

—No mires atrás —ordenó, y sus ojos violeta brillaron con intensidad—. Solo confía en mí.

Selene sintió una corriente cálida recorrer su brazo. Sin saber cómo, levantó las manos, y un halo de luz plateada estalló desde su cuerpo, haciendo retroceder a las sombras. La energía brillaba y danzaba a su alrededor, como si la luna misma la hubiera abrazado. Un poder que nunca había imaginado estaba fluyendo a través de ella, y al sentirlo, una mezcla de miedo y éxtasis la paralizó.

—¡Selene! —gritó Riven, y la tensión en su voz la sacudió—. ¡Controla tu poder!

Ella asintió, respirando hondo, mientras la luz plateada se convertía en una barrera que repelía a las criaturas. Cada movimiento de sus manos provocaba un destello, y cada destello parecía estrechar el vínculo entre ella y Riven, como si una fuerza invisible los uniera más allá de lo físico.

Pero entonces sucedió lo que ninguno de los dos esperaba. La luz plateada de Selene chocó con un rayo de sombra que surgió del suelo mismo, y un grito de dolor escapó de ella. Su visión se llenó de imágenes: un recuerdo antiguo, un hombre que no conocía, y un poder oscuro que la llamaba.

Riven corrió hacia ella, rodeándola con su brazo, protegiéndola de las sombras. Sus rostros se acercaron, y Selene pudo ver la determinación en sus ojos, la promesa de que no la dejaría caer, aunque eso significara arriesgar su propia vida.

—Escúchame, Selene —susurró—. No estás sola. Jamás lo estarás mientras yo esté contigo.

Sus labios rozaron los de ella por un instante, un toque breve que encendió una chispa imposible de ignorar. La conexión entre ellos se volvió eléctrica, como si la luna y la tormenta misma se hubieran unido en ese beso silencioso. Selene sintió que su miedo se mezclaba con un deseo imposible de controlar, y que cada latido de su corazón la acercaba a Riven, aun sabiendo que su destino era peligroso y desconocido.

El eclipse alcanzó su punto máximo. La luz y la sombra bailaban sobre el pueblo, reflejándose en los ojos de Selene y en los de Riven. Los habitantes de Lunaverde miraban desde la distancia, sin comprender lo que estaba ocurriendo, mientras Selene comprendía algo aterrador: su vida ya no le pertenecía.

Ella era la Hija del Eclipse, y aquella noche sangrienta no solo despertaba su poder, sino también el destino que la uniría —o la destruiría— junto a Riven Daskyr.




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