El viento azotaba los tejados de Lunaverde con un rugido que parecía arrastrar secretos antiguos. Selene caminaba junto a Riven por el sendero del bosque, donde la niebla se arremolinaba como un océano de sombras y luces. Cada paso que daba la hacía sentir más ligera y, al mismo tiempo, más atrapada en una energía que no entendía.
—Tienes que concentrarte —dijo Riven, su voz firme, pero con un matiz de preocupación—. No puedes dejar que tu poder te controle. No aún.
Selene asintió, aunque no entendía del todo lo que él quería decir. Desde que el eclipse había tocado su piel, todo dentro de ella parecía vibrar con una fuerza nueva, una que no podía ignorar. Cada pensamiento se mezclaba con la luz plateada que emanaba de su brazo, y cada emoción era un torrente que amenazaba con romper los límites de su humanidad.
Riven la observaba con intensidad. Sus ojos violeta reflejaban la tormenta que llevaba dentro, y Selene sintió una chispa de algo que no podía nombrar. Confusión. Atracción. Miedo. Todo al mismo tiempo.
—Escúchame —continuó él, mientras levantaba una mano y la niebla se arremolinaba a su alrededor, formando figuras fugaces—. Yo soy tu guardián. Tu misión es controlar lo que eres, pero mi misión… es asegurarme de que sobrevivas para descubrirlo.
Selene vaciló. —¿Por qué yo…? —preguntó, la voz apenas un susurro—. ¿Por qué aparezco en todo esto?
Riven respiró hondo y la tomó de la mano. Su contacto era cálido, electrizante, y por un instante Selene sintió que su corazón se detenía.
—Porque eres la Hija del Eclipse —dijo—. Nadie más puede hacerlo. Nadie más puede equilibrar la luz y la sombra que se avecina. Y por eso, vendrán a buscarte. Algunos para destruirte. Otros… para aprovecharse de ti.
El bosque parecía escuchar sus palabras. Las ramas crujían, y un búho soltó un aullido que se mezcló con el rugido del viento. Selene sintió un escalofrío, no de frío, sino de comprensión: su vida ya no le pertenecía.
De repente, un destello de sombra emergió entre los árboles. Selene retrocedió, pero Riven avanzó con rapidez felina. Sus movimientos eran precisos, entrenados, como si hubiera nacido para luchar entre luz y oscuridad. Con un gesto de su mano, desató un torbellino de energía que golpeó la sombra, haciéndola retroceder y disiparse en la bruma.
—No es humano —susurró Selene, el miedo mezclado con fascinación—.
—Nada que venga por ti lo es —respondió Riven, con una seriedad que la helaba y la tranquilizaba a la vez—. Y créeme, este es solo el comienzo.
Se quedaron en silencio por un momento. Selene podía sentir la fuerza de Riven a su lado, un escudo invisible que la protegía y, al mismo tiempo, la unía a él. Un vínculo que no entendía del todo, pero que la hacía sentir segura y vulnerable a la vez.
Entonces, algo cambió. Una chispa de energía recorrió su brazo, más intensa que nunca. El símbolo del eclipse brillaba con fuerza cegadora, y Selene sintió como si todo el bosque, todo el cielo, todo el aire estuviera conectado con ella.
—Selene… —la llamó Riven, su voz urgente—. Controla tu respiración. Deja que la luz y la sombra se equilibren dentro de ti, y no fuera.
Ella respiró hondo, y por primera vez sintió que podía hacerlo. La luz plateada de su brazo se mezcló con un resplandor oscuro que se arremolinaba alrededor de sus piernas, formando un halo que la hacía ver como un ser etéreo, nacido de la tormenta y la luna.
—Lo estoy haciendo —susurró, sorprendida de que su propia voz sonara firme—.
—Lo estás haciendo —confirmó Riven, con un toque de orgullo que la hizo sonreír débilmente. Su mirada se encontró de nuevo, y Selene sintió un calor en el pecho que no había sentido antes.
Por un instante, el mundo desapareció: solo existían ellos dos, la luz y la sombra, la tormenta y la calma. Y Selene comprendió que no podía huir de lo que era. Que Riven no era solo un guardián; era la chispa que encendía su poder, y tal vez, algo más profundo que no estaba lista para nombrar.
El cielo se oscureció aún más mientras el eclipse avanzaba. Selene levantó la vista y vio cómo la luna comenzaba a cubrir al sol, tiñendo todo de rojo y plata. Y en ese instante supo que su vida, tal como la conocía, había terminado.
Riven la rodeó con su brazo, protegiéndola, y Selene dejó que su miedo se mezclara con la emoción, con la certeza de que juntos enfrentarían aquello que se avecinaba.
Porque el eclipse no solo marcaba la noche.
Marcaba el destino de Selene Auren.