La lluvia comenzó a caer sin previo aviso, un chubasco frío y persistente que empapaba a Selene hasta los huesos. Cada gota parecía cargar un secreto antiguo, como si la propia tormenta quisiera hablarle. A su alrededor, el bosque parecía más vivo que nunca: el aroma de la tierra mojada mezclado con un halo de magia que emanaba de Selene hacía que todo brillara con un resplandor plateado y húmedo.
—No te preocupes —dijo Riven, ajustando la capa que cubría sus hombros—. Esto no te hará daño. Aprende a sentirlo, no a temerle.
Selene respiró hondo y miró cómo el agua corría por sus brazos, brillando al contacto con su piel. Por primera vez sentía que la tormenta no era enemiga, sino una extensión de su propio poder. Una corriente de energía plateada surgió desde sus manos, iluminando la lluvia alrededor y reflejándose en los ojos violeta de Riven.
Él no dijo nada. Solo la observaba con esa intensidad que la hacía sentir desnuda y protegida al mismo tiempo. Selene notó cómo cada movimiento de su torso, cada respiración y cada parpadeo parecían sincronizados con los de él, aunque no lo hubieran planeado.
—Riven… —susurró, con un hilo de voz—. ¿Por qué siento esto?
Él se acercó, y la distancia entre ambos se redujo hasta casi desaparecer. Su presencia era un calor que desafiaba la lluvia, un contraste entre la tormenta exterior y la calma que emanaba de él.
—Porque esto que sientes no es solo miedo o emoción —respondió, sus labios tan cerca que Selene podía sentir el aliento mezclarse con la lluvia—. Es conexión. Lo que somos tú y yo… es inevitable.
El corazón de Selene se aceleró. No solo por las palabras, sino por la forma en que el mundo a su alrededor parecía doblarse a su poder. Cada gota de lluvia reflejaba destellos plateados y oscuros, como si su energía quisiera bailar con la de Riven.
—Entonces… —dijo ella, con un temblor que no podía controlar—. Entonces no puedo huir de lo que soy.
—Exacto —confirmó él, y por primera vez, sonrió levemente—. Y tampoco de mí.
Un relámpago iluminó el cielo, y en ese instante, Selene se dio cuenta de algo que no había querido admitir: sus sentimientos por Riven eran tan peligrosos como su poder. Un toque, un roce, una mirada, y ambos se incendiaban en un fuego que ni la luz ni la sombra podían apagar.
Riven extendió la mano, y Selene la tomó sin dudar. Juntos, sintieron cómo la lluvia parecía rendirse a su alrededor, formando un círculo de luz y sombra que protegía sus cuerpos. La energía fluía entre ellos, conectándolos más allá de lo físico, y Selene comprendió que no solo era su guardián: era el único que podía mantenerla equilibrada mientras aprendía a controlar su poder.
El cielo rugió, y un segundo relámpago iluminó su rostro. Selene vio la determinación en los ojos de Riven, y supo que no había marcha atrás. Nada sería igual después de esta noche.
Mientras la lluvia continuaba cayendo, Selene y Riven permanecieron juntos, respirando al unísono, sintiendo la conexión que los unía. Porque bajo la tormenta, bajo el eclipse, comenzaba algo que ninguno de los dos podía negar: un vínculo más fuerte que el miedo, más poderoso que la oscuridad, más profundo que cualquier destino que los dioses pudieran imponer.
Y en medio de la lluvia, Selene Auren comprendió que su vida jamás volvería a pertenecerle por completo.
Pero tal vez, con Riven a su lado, eso no era algo de lo que tuviera que arrepentirse.