la hija del eclipse

El Enemigo Despierta

El amanecer nunca llegó esa mañana.
El cielo permaneció cubierto por un manto rojo violáceo, y la luna eclipsada —que debía haberse desvanecido— seguía suspendida sobre el horizonte, inmóvil, observando. Era un mal presagio.

Selene despertó con la sensación de que algo la observaba. La Marca del Eclipse ardía como fuego líquido sobre su piel, y el aire del refugio se había vuelto denso, pesado, como si cada respiración costara un esfuerzo extra.

Riven ya estaba de pie, mirando hacia la entrada. Su silueta, recortada contra la luz rojiza del exterior, parecía más sombría que nunca.

—Está aquí —dijo con voz baja, cargada de certeza.

—¿Quién? —preguntó Selene, aunque en el fondo ya lo sabía.

Él no respondió. Solo levantó una mano y el suelo tembló. Los símbolos antiguos del refugio comenzaron a brillar, activando una barrera de energía que rodeó el lugar.

Entonces se escuchó.
Un susurro.
Profundo, oscuro, imposible de ubicar.

Mi sangre… finalmente despierta.

Selene sintió que el aire se escapaba de sus pulmones. El sonido no era solo una voz. Era una presencia que se infiltraba en su mente, en su pecho, en el pulso mismo de su Marca.

Una figura emergió entre la niebla exterior. Era alta, envuelta en un manto que parecía hecho de sombras líquidas, y en su rostro —pálido y perfecto— brillaban unos ojos dorados que recordaban al eclipse mismo.

—No… —susurró Riven, con un tono que Selene nunca le había oído antes: miedo—. No puede ser.

El extraño sonrió. —Oh, pero sí puede. Me llaman Kaen, el Primer Eclipse. Y tú, pequeña descendiente, llevas en ti lo que me fue arrebatado hace siglos.

Selene dio un paso atrás, temblando. —¿El Primer Eclipse?

—El original —dijo Kaen, inclinando levemente la cabeza—. El que unió la luz y la sombra antes de que tu linaje las dividiera. Pero tus ancestros me traicionaron. Sellaron mi poder dentro de la Marca… y ahora, tú eres el recipiente que lo porta.

Riven se colocó frente a ella, en guardia. —No te acercarás a ella.

Kaen soltó una risa suave, casi melancólica. —Oh, Riven. Mi fiel guardián del pasado. Aún protegiendo aquello que no puedes controlar.

El aire se volvió más oscuro, y la barrera del refugio comenzó a fracturarse. Selene sintió cómo la energía dentro de ella respondía a la presencia del enemigo: la luz y la sombra se agitaban, intentando salir de control.

—No luches contra mí, Selene —susurró Kaen, extendiendo una mano—. Soy parte de ti. Soy la mitad perdida de tu poder. Si me aceptas, tendrás la fuerza de los dioses. Nadie podría oponerse a ti.

Por un instante, el poder la tentó. La energía que Kaen emanaba era abrumadora, perfecta. Su cuerpo anhelaba equilibrarse con él, como si fueran dos mitades del mismo eclipse.

Pero Riven la llamó por su nombre, y ese sonido bastó para romper el hechizo.

—Selene, mírame —dijo con firmeza—. No olvides quién eres. No olvides lo que luchas por proteger.

Ella cerró los ojos, respirando con fuerza, y la Marca respondió. Un estallido de luz y sombra salió de su cuerpo, dispersando las tinieblas que Kaen había invocado.

Kaen retrocedió unos pasos, sorprendido, y una sonrisa perversa cruzó su rostro. —Eres más fuerte de lo que imaginé… Pero esto no termina aquí, hija del eclipse. Solo es el comienzo.

Con un movimiento de su mano, desapareció entre la neblina, dejando tras de sí un eco de oscuridad que heló el aire.

Selene cayó de rodillas, exhausta. Riven se arrodilló a su lado, sosteniéndola con fuerza.

—Lo viste, ¿verdad? —susurró ella—. Era él… la oscuridad original.

—Sí —dijo Riven, acariciando su mejilla con suavidad—. Y vendrá por ti de nuevo. Pero no mientras yo siga respirando.

Ella apoyó su frente contra la de él, buscando consuelo en su voz.
Sabía que Kaen no mentía del todo. Una parte de su poder le pertenecía. Una parte de sí misma era oscuridad pura.
Y cuando el eclipse volviera a alzarse, tendría que decidir: controlar ese poder… o dejar que la consumiera por completo.




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