la hija del eclipse

El rugido del cielo

Cuando Nara abrió los ojos, el mundo ya no era el mismo.
El trueno dormía bajo su piel, el aire la obedecía como si reconociera a su nueva reina.

Eiden estaba a su lado, con las manos temblorosas y los ojos dorados, reflejando descargas eléctricas.
—¿Estás bien? —preguntó, aunque él mismo parecía al borde del colapso.
—No lo sé —susurró Nara, mirando sus propias manos envueltas en energía azulada—. Pero siento… que ya no soy solo fuego.

El cielo comenzó a oscurecerse, y las nubes formaron un vórtice sobre ellos. Del centro descendieron figuras aladas, cubiertas con armaduras que parecían forjadas de relámpagos sólidos.
Los Guardianes del Caelum.

—Has robado la chispa prohibida —tronó uno de ellos, con voz retumbante—. Y tú, hijo del trueno, la ayudaste a hacerlo.
Eiden apretó los dientes.
—No robamos nada. Solo reclamamos lo que nos fue negado.

El líder extendió su lanza de luz.
—Entonces sufrirán el castigo de los cielos.

El suelo se fracturó bajo el impacto del primer rayo.
Nara lo desvió con un movimiento instintivo, envolviéndolo en una espiral de viento y fuego que estalló en una danza luminosa.
Por primera vez, el trueno no la hería: la seguía.

Eiden se adelantó, invocando un campo eléctrico que envolvió a ambos.
—Nara, escucha. No luches contra ellos. Usa lo que el Árbol te mostró.
—¿Y si no puedo controlarlo?
—Entonces déjame caer contigo —respondió él, mirándola con una determinación que le partió el alma.

Ella cerró los ojos.
El rugido del cielo respondió a su llamado.
Una tormenta gigantesca se formó sobre el Árbol del Origen, cubriendo todo el horizonte.
Los Guardianes apenas tuvieron tiempo de alzar sus lanzas antes de ser tragados por el torbellino de luz.

Y en el centro del caos, Nara y Eiden se fundieron con la tormenta.
No como enemigos del cielo…
sino como sus nuevos dioses.




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