la hija del eclipse

Después de la Tormenta

El silencio que siguió fue tan intenso que dolía.
El cielo, antes desgarrado por relámpagos, ahora se extendía en una calma anormal, teñido de un azul pálido que parecía respirar con ellos.

Nara abrió los ojos entre los restos del bosque. El Árbol del Origen seguía en pie, pero su brillo había cambiado: ya no era dorado, sino plateado. Las raíces latían como un corazón vivo.
A su lado, Eiden estaba inconsciente, su cuerpo cubierto de pequeñas marcas luminosas que parecían constelaciones.

—Eiden… —susurró, con voz temblorosa—. No me dejes ahora.

Cuando sus dedos tocaron su mejilla, una chispa los envolvió.
Su respiración regresó con un sobresalto, y sus ojos —ahora de un tono azul tormenta— se encontraron con los de ella.
—Creí que habías desaparecido —dijo, apenas un hilo de voz.
—Yo también —respondió Nara, conteniendo las lágrimas—. Pero el trueno me llamó por tu nombre.

Eiden sonrió débilmente.
—Entonces el cielo ya no nos teme.

El suelo volvió a temblar, y desde el horizonte se alzaron estructuras antiguas: torres de cristal, templos que emergían del aire, coronados por emblemas que brillaban como auroras.
—El Caelum… —murmuró Nara—. Está renaciendo.

Pero el renacimiento traía consigo un precio.
A lo lejos, las sombras de los Guardianes caídos comenzaron a reunirse, sus formas deshechas transformándose en entidades espectrales.
—El equilibrio se rompió —dijo Eiden con voz grave—. Por cada dios que despierta, un eco de oscuridad se levanta.

Nara sintió la electricidad recorrer su columna.
Sabía que él tenía razón.
Ellos habían tomado el poder de los cielos, pero la profecía no hablaba de salvadores…
sino de destructores con rostros de amor.

Eiden la tomó de la mano.
—No importa lo que venga. Mientras el trueno me responda, estaré contigo.
Ella lo miró con un fuego suave en la mirada.
—Y mientras la tormenta me escuche, no habrá cielo capaz de separarnos.

El viento sopló con fuerza, elevando sus cabellos y esparciendo chispas luminosas que danzaban como luciérnagas eléctricas.
Sobre ellos, un nuevo eclipse comenzaba a formarse, anunciando que el final aún no había llegado…




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