la hija del eclipse

La víspera del Eclipse

El cielo estaba teñido de un rojo profundo, y la luna eclipsada comenzaba a asomar su rostro por el horizonte.
Nara y Eiden se encontraban en la cima del Templo del Alba, observando el Caelum que se reconfiguraba lentamente. La tormenta que habían desatado aún resonaba en el aire, pero el mundo parecía contener la respiración ante lo que estaba por venir.

—Mañana —dijo Eiden, sus ojos reflejando la luz del eclipse—, todos los ecos de Caelum se unirán. Los Guardianes sobrevivientes vendrán a reclamar lo que perdieron.
—Y nosotros debemos estar listos —respondió Nara, mientras la Marca del Trueno brillaba intensamente sobre su brazo—. Cada chispa de nuestro poder será decisiva.

Se miraron en silencio. El aire entre ellos estaba cargado, no solo de electricidad, sino de un sentimiento que ninguno de los dos podía ignorar: la certeza de que cualquier cosa podía suceder mañana… y de que no habría regreso.

—Nara… —dijo Eiden, bajando la voz—. Antes de que todo estalle, quiero que sepas… que no hay nada que me asuste más que perderte.
Ella respiró hondo, sintiendo cómo la tensión de los últimos días se mezclaba con un calor suave en su pecho.
—Y yo tampoco puedo imaginar el Caelum sin ti —susurró—. Pase lo que pase, debemos enfrentarlo juntos.

El viento se levantó, levantando polvo y chispas eléctricas que danzaban entre ellos. La luna eclipsada proyectaba sombras largas, deformadas, que se mezclaban con la luz del aura de ambos. Era como si el mundo mismo los estuviera marcando para la batalla final.

—Mañana —continuó Eiden— no será solo un enfrentamiento de poderes. Es un enfrentamiento de voluntades. Solo los que dominen su esencia podrán sobrevivir.
—Entonces lo dominaremos —dijo Nara, apretando los puños mientras el trueno resonaba en su interior—. Yo… yo no temo al eclipse, ni a su oscuridad.

Eiden la miró y, sin previo aviso, la rodeó con un abrazo firme. La electricidad y el fuego se entrelazaron en su contacto, recordándoles que su conexión no era solo espiritual, sino un lazo que potenciaba su poder.

—Prométeme algo —susurró él—. No importa lo que pase, confía en ti misma. Y confía en mí.
—Lo prometo —dijo ella, dejando que la luz y el trueno se mezclaran entre ellos—. Hasta el final.

Mientras la noche caía y la sombra del eclipse cubría el mundo, Nara y Eiden permanecieron en la cima del Templo del Alba, preparándose mental y emocionalmente para la tormenta que estaba por desatarse. La víspera del gran enfrentamiento había llegado. Y con ella, la certeza de que el destino del Caelum y de su amor sería decidido al amanecer.




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