El horizonte ardía con los primeros destellos del eclipse. La luz roja y plateada se filtraba entre las nubes, proyectando sombras alargadas sobre el Templo del Alba. Nara respiraba hondo, sintiendo cómo el aire vibraba a su alrededor. Cada fibra de su ser estaba alerta, cada chispa de su poder contenida, lista para liberarse.
Eiden estaba a su lado, con los ojos brillando de determinación y una electricidad latente que recorría su cuerpo como un río de metal fundido. Tomó la mano de Nara y apretó suavemente.
—No importa lo que venga —susurró él—. Hoy no hay miedo que nos venza.
Ella asintió, y por un instante el mundo se redujo a ese contacto, a ese abrazo silencioso que los conectaba más allá de la magia y los poderes elementales.
—Entonces que venga —dijo Nara—. Estamos listos.
Un rugido profundo sacudió el Templo. De las sombras emergieron los Guardianes sobrevivientes, sus armaduras centelleando con energía oscura, sus ojos fijos en ellos como si fueran presas marcadas. Cada paso que daban hacía temblar el suelo y levantaba ráfagas de viento que cortaban la piel.
—Por el Caelum —gritó uno, levantando su lanza de relámpagos—. Nadie que desafíe el orden sobrevivirá.
Nara extendió los brazos. El poder del trueno y del fuego se combinó en su cuerpo, formando una espiral de luz que giraba sobre sí misma, vibrando al compás de su corazón. Eiden lo sintió, y su propia energía se mezcló con la de ella, creando un aura de electricidad pura que iluminó el templo como un faro.
El primer Guardian atacó. Su lanza de relámpagos surcó el aire con velocidad imposible. Nara esquivó, dejando que la corriente pasara rozando su brazo, y respondió con un golpe de fuego que envió chispas danzando hacia los otros enemigos. Cada ataque que ejecutaban estaba sincronizado, un baile perfecto de fuerza y estrategia.
—¡Nara, a tu derecha! —gritó Eiden.
Ella giró, conjurando un muro de viento que desvió un rayo mortal, mientras su mirada se cruzaba con la de él. En ese instante, supo que no necesitaban más que la confianza mutua para sostenerse.
Pero la batalla no había hecho más que empezar. Los Guardianes se reagruparon, avanzando como una ola oscura que amenazaba con engullirlos. Nara sintió un pinchazo de miedo, rápido, casi imperceptible, y lo controló. Recordó las enseñanzas del Árbol del Origen: la luz y la sombra son iguales, pero deben fluir juntas, no luchar entre sí.
Con un grito que mezclaba furia y determinación, liberó toda la energía acumulada. Un estallido de luz y trueno iluminó el cielo, cegando momentáneamente a los Guardianes y lanzándolos hacia atrás. Eiden aprovechó la apertura, disparando un haz concentrado de electricidad que cortó la avanzada enemiga, dejando sus armaduras chispeando y humeando.
Respirando con dificultad, Nara miró a Eiden, cuyos ojos reflejaban orgullo y alivio.
—Lo logramos… por ahora —dijo ella, aunque sabía que la amenaza real aún estaba por llegar.
—Sí —respondió él, tomando su rostro entre las manos y acercándose—. Pero juntos, no hay sombra que nos pueda tocar.
El viento levantó sus cabellos y la luz del eclipse bañó el Templo del Alba, anunciando que la batalla definitiva apenas comenzaba. La chispa en sus corazones brillaba más intensa que nunca, y la promesa silenciosa que se habían hecho se convirtió en un juramento: sobrevivirían, y lo harían juntos, sin importar lo que el Caelum pusiera en su camino.