El eclipse avanzaba lentamente, derramando una luz rojiza que hacía temblar los cimientos del Templo del Alba. Nara sintió la vibración en sus huesos como si el mundo entero estuviera respirando… o conteniendo el aliento antes del caos.
El aire estaba cargado de energía. Y de presagios.
—No mires el eclipse por mucho tiempo —advirtió Eiden sin apartar su mirada de los escalones inferiores del templo—. La sombra del Arconte se alimenta de quienes bajan la guardia.
Nara asintió, pero aun así la silueta negra recortada contra la luna la atraía como un imán. Algo en su interior, algo antiguo, reconocía esa oscuridad. No como una enemiga, sino como una presencia que había estado con ella desde antes de entender su propio poder.
—Ya viene —susurró ella.
El temblor se volvió más intenso. Piedras antiguas se desprendían de los bordes del templo, y una neblina oscura comenzó a ascender desde el bosque que rodeaba la montaña. Parecía humo, pero se movía demasiado rápido, demasiado consciente.
Eiden dio un paso adelante, colocándose delante de ella.
—Quédate detrás de mí.
—Ya no necesito esconderme, Eiden. No después de lo que vimos en las Ruinas del Origen.
Él volteó hacia ella, y por un instante todo el caos a su alrededor pareció detenerse.
Sus ojos eran un mar de electricidad contenida, de miedo y determinación entrelazados.
—No te pido que te escondas —dijo finalmente—. Te pido que no me dejes solo.
Aquellas palabras abrieron algo dentro de Nara.
El vínculo entre ellos se tensó como una cuerda de luz.
Un lazo que no era magia.
No era destino.
Era elección.
Un estruendo los sacudió. La neblina negra se condensó en figuras humanoides con armaduras rotas, rostros incompletos y ojos completamente blancos. Eran los Guardianes Caídos, los antiguos protectores del Caelum convertidos en espectros por la corrupción del Arconte.
Eiden levantó su mano derecha. La electricidad chisporroteó alrededor de sus dedos.
—Prepárate.
Nara dio un paso adelante, sintiendo cómo el trueno recorría su columna vertebral y despertaba cada partícula de su cuerpo. El fuego que dormía en su pecho rugió en respuesta, deseando salir, quemar, destruir.
—Estoy lista —dijo.
La primera oleada cayó sobre ellos como un mar de sombras.
Eiden canalizó un rayo que iluminó el templo de azul pálido, derribando a tres espectros.
Nara giró sobre sí misma, dejando que la energía acumulada estallara en un círculo de fuego y electricidad que barrió a los enemigos más cercanos.
Pero por cada uno que caía, otros cinco emergían del humo.
—No son infinitos, ¿verdad? —jadeó ella mientras bloqueaba un golpe con una barrera improvisada.
—No lo sé. ¡Pero no pienso dejar que te toquen!
Los movimientos de Eiden eran rápidos, precisos, casi elegantes. Cada ataque suyo era una mezcla perfecta entre instinto y técnica. Nara sabía que él había entrenado toda su vida para esta guerra… pero verla luchar a su lado revelaba algo más:
él peleaba por ella, no por el Caelum.
La sombra se agrietó. El eclipse se oscureció aún más.
De entre la neblina emergió un Guardian Caído distinto. Su armadura estaba intacta, su aura era más densa, más fija. Sus ojos tenían un brillo violeta que heló la sangre de Nara.
—Ese no es un espectro… —susurró ella—. Ese recuerda quién fue.
El Guardian levantó una espada hecha de pura oscuridad.
—¡Nara, cuidado!
Eiden se lanzó hacia ella justo cuando el golpe descendía. Lo empujó a un lado y recibió de frente la onda expansiva. La barrera de fuego que conjuró se resquebrajó como vidrio. Su cuerpo salió disparado hacia una columna, impactando con fuerza.
—¡Nara! —gritó Eiden, corriendo hacia ella.
Ella intentó ponerse de pie, pero una neblina oscura se le enredó en las piernas, subiendo como tentáculos.
No era solo sombra.
Era voluntad.
Una voz fría resonó en su mente:
“Tú… eres la llave.”
Nara apretó los dientes.
—¡No pienso ser parte de tu oscuridad!
El fuego se encendió en sus ojos.
El trueno rugió en su pecho.
Liberó una explosión de energía tan intensa que la neblina se evaporó al instante.
Eiden llegó a su lado, pálido por el susto.
—¿Estás bien?
—No —respondió ella, respirando con dificultad—. Pero puedo seguir.
Se pusieron de pie juntos mientras el Guardian Caído alzaba nuevamente su espada.
El eclipse llegó a su punto máximo.
La sombra respiró.
El mundo tembló.
Y Nara supo, con un miedo helado pero firme, que aquello… no era el enemigo final.
Era solo el mensajero.
—Eiden —dijo ella sin apartar la vista del espectro—. Cuando esto termine… tendremos que bajar al corazón del Caelum.
—Lo sé —respondió él—. Y si vamos, vamos juntos.
La espada oscura cayó con un rugido que partió el amanecer.
La verdadera batalla apenas comenzaba.