El golpe del Guardian Caído resonó como un trueno que fracturó el aire. Eiden logró detenerlo con un rayo sólido, un muro de electricidad que crepitó entre los dos guerreros. Nara, aún recuperándose del impacto anterior, sintió cómo el poder dentro de ella pulsaba con más fuerza que nunca, respondiendo al eclipse que vibraba sobre sus cabezas.
La oscuridad del espectro parecía observarlos, juzgarlos. No había ira en él, tampoco rabia: solo un propósito inamovible, como si su alma hubiera sido tallada por manos invisibles para cumplir una única misión.
El Guardian movió su espada lentamente hacia Nara.
—La portadora… debe abrirse.
Su voz sonaba como el eco de una caverna interminable. Nara dio un paso atrás, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna.
Eiden se interpuso.
—Si la quieres a ella, tendrás que pasar por mí.
La sombra tembló, como si se riera sin emitir sonido. Y entonces atacó.
Eiden cargó contra el Guardian, lanzando un torrente de electricidad que iluminó el templo en un estallido blanco y azul. El espectro levantó su espada oscura y absorbió parte del ataque, pero no pudo detenerlo por completo: una chispa de luz logró perforar su armadura, dejando una grieta de energía brillante.
—¡Nara, ahora! —gritó Eiden.
Ella levantó sus manos, sintiendo cómo el trueno ascendía por sus brazos como un río de fuego. El aire se fracturó cuando lanzó una esfera de energía que explotó frente al Guardian, envolviéndolo en un remolino de luz y calor.
El espectro se tambaleó, pero no cayó.
La herida en su pecho brilló, y de ella comenzó a brotar una sombra espesa que se retorcía como si tuviera vida propia.
—No es suficiente —jadeó Nara, sintiendo su corazón acelerado—. ¡Es como si absorbiera parte de nuestra magia!
—Entonces debemos cambiar la estrategia —dijo Eiden, reuniéndose a su lado—. No atacarlo directamente. Tenemos que romper su ancla.
—¿Su… qué?
Eiden señaló la grieta en el cielo, una fractura luminosa que había pasado desapercibida en medio del eclipse.
—Es un Guardian Caído. No vive por sí mismo. Está conectado a un núcleo… a algo que lo sostiene.
Nara entrecerró los ojos. La grieta tenía la misma energía que el espectro. Un pulso que se sincronizaba con cada movimiento suyo.
—Debemos neutralizarlo desde el origen —dijo ella.
El espectro rugió, lanzando una onda expansiva que los arrojó a ambos hacia atrás. Nara rodó por el suelo, su cuerpo ardiendo por dentro. El eclipse estaba afectando su poder: lo intensificaba, pero también lo descontrolaba. Era como si la sombra quisiera adentrarse en su interior.
Y entonces escuchó un susurro que no venía del exterior.
Venía de ella misma.
“Ábrete. Déjame entrar.”
Casi gritó. Casi.
Pero no estaba sola.
Eiden apareció a su lado, sujetándola antes de que perdiera el equilibrio.
Sus manos temblaban ligeramente, pero sus ojos… sus ojos ardían con una promesa silenciosa.
—No escuches la voz. No es tuya.
—Sé que no lo es —dijo Nara, apretando los dientes—. Pero se siente tan… cercana.
—Porque eres la llave, Nara. No lo olvides. El Arconte te quiere para abrir algo. Para desatar algo. Pero mientras yo esté contigo, nadie va a usar tu poder.
Ella tragó saliva.
—¿Y si no puedo controlarlo?
—Entonces lo controlaremos juntos.
La sombra del espectro cayó sobre ellos como un manto. Eiden la empujó hacia un lado y ambos rodaron justo a tiempo para evitar el impacto de la espada oscura contra el suelo, que abrió una grieta profunda.
Nara sintió que el templo entero vibraba con cada golpe.
—¡Eiden! ¡La grieta en el cielo! ¡Está reaccionando a sus ataques!
—Entonces es momento de romperla.
Se levantaron al mismo tiempo y corrieron hacia el borde del templo. Eiden canalizó toda su energía en su brazo, dejando que la electricidad se concentrara en un rayo puro. Nara hizo lo mismo con su fuego y su trueno.
—A la cuenta de tres —dijo él.
—Uno…
—Dos…
—¡Tres!
Sus energías se unieron en un tornado de luz anaranjada y azul que atravesó el aire directo hacia la grieta. El contacto fue brutal: una explosión de destellos se extendió por el cielo, y un grito agónico surgió del espectro, que cayó de rodillas.
La grieta comenzó a quebrarse, como vidrio al borde del colapso.
—¡Sigue! —gritó Nara, alimentando el rayo con más fuerza.
Eiden apretó la mandíbula, sudor corriendo por su frente mientras la electricidad vibraba con tanta intensidad que parecía quemarle la piel.
Pero lo lograron.
La grieta explotó en un estallido blanco que derramó luz sobre el templo.
El Guardian Caído soltó su espada.
Su cuerpo tembló… se contrajo… y luego, simplemente, se deshizo en polvo oscuro que el viento dispersó.
Silencio.
Por primera vez desde que llegó el eclipse, silencio real.
Eiden cayó de rodillas, exhausto. Nara se dejó caer a su lado, apoyando su cabeza en su hombro. Ambos respiraban con dificultad, sus cuerpos temblando por el esfuerzo.
—Si ese no era el enemigo final… —dijo ella, con la voz rota—. ¿Qué nos espera en el corazón del Caelum?
Eiden entrelazó sus dedos con los de ella.
—No lo sé. Pero sé algo…
Él la miró, con la luna eclipsada reflejándose en sus ojos.
—No voy a dejarte enfrentar lo que viene sola.
Nara apoyó su frente contra la de él, sintiendo la electricidad recorrerla suavemente, como un abrazo cálido.
—Y yo no voy a perderte. No ahora.
El viento arrastró el último rastro de sombra hacia el horizonte.
Pero el eclipse continuaba.
Y con él, el verdadero enemigo despertaba.