la hija del eclipse

El Murmullo Bajo la Montaña

El viento soplaba con un olor a piedra húmeda y ceniza cuando Nara y Eiden descendieron por la escalinata que conducía al interior del Caelum. La entrada a la montaña se abría como una boca antigua, tallada con símbolos que parecían cambiar de forma cada vez que la luz del eclipse los tocaba.

La temperatura bajó de golpe apenas cruzaron el umbral. El aire se volvió denso, cargado de eco y silencio. No era el silencio normal del interior de una caverna… era un silencio que observaba, que respiraba con ellos.

Nara se detuvo al sentir un hormigueo recorrerle los brazos.

—¿Lo sientes?
—Sí —respondió Eiden, ajustando su agarre en la espada elemental—. Es como si algo quisiera que avanzáramos… pero al mismo tiempo quisiera detenernos.

Eiden encendió una pequeña esfera eléctrica en la palma de su mano, que iluminó las paredes cubiertas de runas. Cada una parecía desplazarse apenas, como lombrices de luz.

—Esto no es magia natural —murmuró Nara—. Es memoria. Estas paredes están… vivas.

A medida que avanzaban, el eco de sus pasos se multiplicaba. No como un sonido repetido, sino como si otras presencias caminaran detrás de ellos, imitando sus movimientos justo un segundo tarde.

Nara se volvió varias veces, pero no vio nada.
La sensación persistía.

Eiden se acercó un poco más a ella.
—Permanece conmigo. Si este lugar intenta dividirnos…
—No lo hará —dijo ella, aunque su voz tembló un poco.

Después de varios minutos, el camino se abrió en una cámara enorme. El techo desaparecía en la oscuridad. En el centro, una columna de energía negra se elevaba como un pilar líquido, ondulando hacia arriba y fusionándose con el eclipse a través de una grieta brillante en la roca.

Nara se detuvo, paralizada.

Ese poder…
era el mismo que había susurrado en su mente.

“Ábreme.”

Eiden la tomó del brazo.
—Nara, no te acerques demasiado.

—Eiden… creo que esto es el corazón del Caelum.

Él frunció el ceño.

—Pensé que estaría más… oculto.
—Quizá no necesita ocultarse —susurró ella—. Quizá nos estaba esperando.

Un temblor recorrió la sala. No era un temblor físico—era emocional. Una vibración que se metía bajo la piel, despertando temores y recuerdos enterrados. Nara escuchó un llanto lejano, como un niño solo en la oscuridad. Luego una voz, la suya propia, pero más joven, repitiendo palabras que no recordaba haber dicho jamás.

—¿Qué estás escuchando? —preguntó Eiden, preocupado.

Nara tragó saliva.
—Mi infancia… pero distorsionada. Es como si este lugar supiera quién soy y quisiera recordarme cosas que olvidé.

—No le hagas caso. Este lugar manipula.
—Lo sé… pero siento que hay algo más.

El pilar de sombras comenzó a expandirse ligeramente, como una criatura despertando.

Eiden dio un paso adelante.
—Si eso es lo que mantiene al Arconte con vida… entonces debemos destruirlo antes de que—

—¡No! —interrumpió Nara, sin saber por qué—. Si lo atacas sin entender qué es… podrías despertarlo del todo.

El silencio se volvió más pesado.
El pilar tembló.

Una grieta de luz surgió en el suelo bajo sus pies.

Y de ella emergió una figura.

Un hombre alto, envuelto en un manto oscuro, con una máscara partida que dejaba entrever un ojo luminoso. Su presencia heló la sangre de ambos. No caminó—flotó. No habló—sus palabras aparecieron directamente en sus mentes.

“Has llegado, Portadora.”

Nara retrocedió un paso sin poder evitarlo.

—¿Quién… eres?
“Un eco. Un fragmento del Arconte.”
—¿Un fragmento? —preguntó Eiden, poniéndose entre Nara y la figura.
“No soy su cuerpo. No soy su alma. Solo soy el mensaje que dejó para ti, hija del eclipse.”

Nara sintió un escalofrío correr por su espina dorsal.

—No soy hija de nada relacionado contigo.

“Eso crees.”

El pilar de sombra se agitó.

La figura extendió una mano hacia ella.
Eiden se preparó para atacar, pero la sombra lo inmovilizó como si cadenas invisibles se cerraran alrededor de él.

—¡Eiden! —gritó Nara.

“No pretendo dañarte aún,” dijo la figura. “Pero es necesario que escuches.”

Nara apretó los dientes.

—Habla entonces.

La figura inclinó la cabeza.

“Tu poder no nació del fuego ni del trueno. Nació del eclipse. Tú eres la llave que puede abrir el Caelum… o cerrarlo para siempre. El Arconte buscó durante siglos a alguien que pudiera contener su esencia sin ser destruida. Solo tú puedes hacerlo.”

Nara sintió que la cámara se encogía.

—¿Quieres que… lo libere?
“O que lo destruya.”

Eiden forcejeó contra las sombras.
—¡No le creas! ¡Todo esto es manipulación! ¡Nara, mírame! ¡Mírame!
Ella lo miró. Sus ojos estaban llenos de electricidad, de miedo… y de amor.
—Nara —dijo él con voz ronca—. No estás sola. No necesitas cargar algo que te impusieron antes de nacer.

La figura habló de nuevo.

“El eclipse terminará pronto. Cuando lo haga, deberás elegir.”

La sombra empezó a retroceder hacia el pilar.

“Nos veremos cuando la luz muera.”

Y desapareció.

Las cadenas invisibles se rompieron. Eiden cayó de rodillas, jadeando.

Nara corrió hacia él y lo sostuvo.

—¿Estás bien?
—Sí… pero no te acerques a esa cosa sola nunca más —dijo él, sin aliento—. Juro que casi lo mato.
—Lo sé —susurró ella.

Ambos miraron el pilar oscuro.

El corazón del Caelum latía…
esperando.

Y sabían que la decisión que tendrían que tomar podría salvar su mundo…
o condenarlo.




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