la hija del eclipse

El Eco de lo Que Despierta

El bosque estaba demasiado silencioso.

Nara lo sintió apenas dio un paso fuera del refugio improvisado donde habían pasado la noche. El aire tenía un peso distinto, como si algo invisible se hubiera detenido a observar cada uno de sus movimientos. Cada sombra parecía más alta. Cada rayo de luz, más afilado.

Eiden salió detrás de ella, cruzándose la capa sobre los hombros mientras examinaba el entorno con los ojos entrecerrados.
—¿Lo sientes? —preguntó él en voz baja.
Nara asintió.
—El Eclipse está… inquieto. No deja de vibrar dentro de mí.

Eiden se acercó para tomar su mano. El contacto fue suficiente para que Nara sintiera un ligero alivio, como si la energía que la recorría encontrara un punto de apoyo para no desbordarse.
—Lo que sea que esté pasando, no lo enfrentarás sola —dijo él—. No mientras yo siga de pie.

Nara abrió la boca para responder, pero una corriente helada se filtró entre los árboles, haciendo que ambos se tensaran. Una luz dorada comenzó a dibujar líneas en la corteza, como si alguien estuviera escribiendo símbolos sobre ella.
—Esto no es natural… —murmuró Nara.

Un chasquido resonó a su izquierda. Luego otro.
Y otro.
Como si docenas de pies avanzaran entre las hojas secas.

Kael apareció corriendo entre los helechos, su respiración acelerada y los ojos llenos de urgencia.
—¡Los Guardianes del Alba están aquí! —exclamó—. Los vi descender del puente de luz. Vienen directo hacia ustedes.
—¿Cuántos? —preguntó Eiden, ya tomando su espada.
—Demasiados —respondió Kael, apretando los dientes—. Y no vienen a hablar.

Nara sintió cómo un fuego extraño subía desde su pecho hasta su garganta, una fuerza que el Eclipse había empezado a despertar cada vez con más frecuencia.
—No quiero pelear… —susurró.
—Pero si lo hacen ellos —dijo Eiden— tendremos que defendernos.

Antes de que pudiera decir más, la luz del bosque explotó en un destello.
Varios Guardianes aparecieron rodeados de un resplandor purísimo, sus armaduras reflejando el sol como si estuvieran hechas de fragmentos de aurora.

El que iba al frente levantó la mano.
—Naráhel del Eclipse —dijo, usando el nombre que Nara nunca había pronunciado en voz alta—. Por orden del Consejo Solar, debes entregarte.

Nara retrocedió sin querer. Eiden dio un paso delante de ella.
—No dará un solo paso con ustedes.
Pero el Guardián no lo miró a él. Solo a Nara.
—Tu poder está desequilibrando el flujo entre los mundos. Si no vienes ahora, habrá consecuencias que no podrás revertir.

La voz de Nara tembló.
—No confío en ustedes.
—Entonces escucha esto —dijo él—. Los Ancianos te están llamando. Y no lo hacen para protegerte… sino para reclamar lo que creen que les pertenece.

El corazón de Nara se detuvo.

Fue entonces cuando la voz regresó.
Naráhel… ven a nosotros. La luz se rompe. El destino se acerca.

Nara llevó una mano al pecho, sintiendo el latido acelerado bajo la piel.
—Eiden… —susurró— los escucho. Están muy cerca.

Eiden la sujetó por los hombros.
—Nara, respira. Mírame. Te quedas conmigo.
Pero la luz alrededor de ellos comenzó a pulsar, respondiendo al llamado de los Ancianos. Las sombras vibraron. El cielo pareció temblar.

Kael miró hacia arriba con horror.
—Algo está abriéndose…

Un círculo gigantesco se expandió sobre el bosque, como un ojo que se despertaba después de siglos dormido. Y del centro, un susurro llenó el aire:
Naráhel… es tiempo.

Eiden intentó rodearla con sus brazos, pero Nara ya estaba siendo envuelta por un remolino de luz y oscuridad, ambas luchando por ocupar el mismo espacio.
—¡Nara! —gritó él.

Ella estiró una mano hacia él, desesperada por no perder el único ancla que la mantenía firme.
—¡Eiden, no me sueltes!

Pero la luz tiraba.
Y el Eclipse dentro de ella respondía.

Todo estalló en un rugido.

Y Nara desapareció.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.