Eiden corrió entre los árboles como si el bosque entero se hubiera convertido en un latido desesperado. Cada sombra parecía moverse. Cada corriente de aire repetía el mismo nombre.
Nara. Nara. Nara.
La energía que había explotado cuando ella desapareció todavía vibraba en el aire, haciéndole arder los brazos como si el mismo Eclipse lo hubiera marcado.
Eiden apretó la mandíbula.
No iba a perderla. No ahora. No después de ver cómo los Ancianos intentaban arrancarla de su lado.
La tierra tembló bajo sus pies y un destello abrió una grieta en el aire. De su interior emergieron figuras encapuchadas: los Guardianes del Alba. Sus armaduras brillantes mostraban fracturas de luz, como si algo hubiera dañado su esencia.
—Eiden del Lumen Oscuro —anunció uno—. Entrégate.
Eiden soltó una carcajada amarga.
—No estoy de humor. Muévanse.
Los Guardianes desenfundaron lanzas de luz pura. Él sintió cómo la oscuridad en su interior —la parte que siempre había temido, la herencia que intentó ocultar— empezó a despertar.
La sombra respondió como si fuera un animal hambriento.
Los Guardianes se detuvieron, tensos.
—Tu energía… está inestable.
—No —dijo Eiden avanzando—. Está decidida.
Cuando atacaron, él ya no era solo humano. Era sombra viva. Un torbellino oscuro que se movía con velocidad imposible. Las lanzas de luz chocaron con la oscuridad de sus brazos, estallando en chispas. Eiden derribó al primero con un giro, esquivó al segundo y lo lanzó contra un árbol.
El tercero retrocedió, horrorizado.
—Eso… eso está prohibido.
Eiden mostró una sonrisa rota.
—Entonces deberían haber pensado dos veces antes de tocarla.
El Guardián huyó entre los árboles.
Eiden no lo persiguió. La sombra dentro de él rugía, impaciente por liberarse.
Pero él la contuvo.
Porque alguien más lo necesitaba.
La grieta en el cielo volvió a abrirse, pero esta vez, la luz y la oscuridad se retorcieron a su alrededor como si no pudieran decidir qué eran.
Un susurro escapó de la fractura.
—Eiden…
Su corazón dio un salto.
—¡Nara!
La figura de una joven cayó desde la grieta como una estrella apagándose. Eiden se lanzó hacia adelante, atrapándola antes de que tocara el suelo.
Nara estaba consciente, pero su respiración era frágil, como si hubiera corrido entre mundos durante horas.
Él la sostuvo con una mano en la espalda y otra en su mejilla.
—Estoy aquí —murmuró.
—Lo sé… —susurró Nara—. Te escuché. Rompiste la barrera.
Eiden tragó hondo.
—Pensé que te perdía.
Ella apoyó la frente en su clavícula.
—Yo también… por un momento pensé… —Su voz se quebró— que no iba a volver a verte.
Eiden la abrazó con más fuerza, como si temiera que la dimensión volviera a reclamarla.
Pero entonces, algo los interrumpió.
Un pulso negro y plateado rompió el suelo bajo ellos. Los árboles se sacudieron como si una tormenta hubiera descendido sin aviso.
Eiden se tensó.
—¿Qué es eso?
Nara levantó la mirada, sus ojos brillando con el eclipse aún activo.
—Es mi poder… volviendo conmigo. No está estable. Lo forcé para romper la prisión.
El pulso volvió, más fuerte.
Eiden la sostuvo del rostro.
—Dime qué hacer.
Nara sonrió débilmente.
—Solo… quédate cerca.
Lo haría.
Aunque el mundo se rompiera.
Aunque los reinos ardieran.
Los árboles empezaron a inclinarse hacia ellos como guiados por una fuerza invisible. El cielo adquirió un tono vino oscuro, señal del desequilibrio entre luz y sombra.
—Nara —dijo Eiden con voz baja—, estás colapsando.
—No… —sacudió la cabeza—. Estoy transformándome.
La sombra a su alrededor respondió de inmediato. Hilos negros se desprendieron del suelo y se enroscaron en su brazo.
Eiden sintió un dolor agudo.
—Nara… tu poder está conectándose conmigo.
—Debería haberlo estado desde el principio.
Un último pulso estalló entre ambos, enviándolos hacia atrás. Cuando Eiden volvió a enfocar la vista, vio algo que le heló la sangre.
Nara flotaba apenas unos centímetros del suelo.
Su cabello se movía como si estuviera bajo el agua.
Sus ojos… eran el eclipse perfecto.
—Eiden… —dijo ella— creo que desbloqueé algo que los Ancianos no querían que conociera.
Él se puso de pie despacio, con la sombra retorciéndose alrededor de sus manos.
—¿Estás bien?
Nara abrió las manos.
El aire tembló.
—Estoy… siendo lo que siempre fui destinada a ser.
El bosque entero se inclinó ante ella.
Eiden tragó.
No de miedo.
Sino de asombro.
—Nara…
—Dime.
—Estás hermosa.
Nara sonrió, pero su sonrisa tenía un fuego nuevo.
Un fuego que los Ancianos jamás podrían controlar.
—Vamos —dijo ella extendiendo la mano hacia él—. Necesitamos respuestas.
—Y yo te seguiré —respondió Eiden— a donde sea.
Ella entrelazó sus dedos con los de él.
El eclipse en sus ojos brilló un poco más fuerte.
—Entonces, juntos —susurró—, vamos a reescribir este destino.