la hija del eclipse

La Marca del Vínculo

El amanecer llegó sin luz.

Incluso cuando el sol ascendió sobre el horizonte, el cielo permaneció teñido de un gris opaco, como si alguien hubiera borrado el color del mundo. Nara lo sintió apenas abrió los ojos: un peso extraño, una vibración incómoda en la sangre, un eco que no le pertenecía… pero que la seguía.

No sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente. Sólo supo que despertó en un refugio improvisado entre rocas, cubierta por la capa oscura de Eiden.

Eiden estaba sentado a un lado, apoyado en la pared de piedra, con la respiración pesada y un corte largo que cruzaba desde su clavícula hasta la parte baja del torso. Su piel, normalmente cálida y marcada por sombras vivas, lucía pálida.

Muy pálida.

—Despertaste —murmuró, abriendo un ojo.

Nara se incorporó de inmediato, ignorando el dolor que le punzaba las costillas.

—¿Por qué no me despertaste? —susurró, tocando la herida con delicadeza. El calor que emanaba de su piel no era natural; quemaba, como si algo dentro de él estuviera en guerra.

Eiden atrapó su mano antes de que pudiera tocarlo más.

—Porque necesitabas descansar. Lo que hiciste en el eclipse… casi te mata.

—A ti te hirió —respondió, la voz temblándole de frustración y rabia contenida—. No puedo seguir dejando que recibas golpes que son para mí.

Él sonrió apenas, cansado.

—No me diste mucha opción, ¿recuerdas?

Nara apartó la mirada. No quería discutir. No cuando él apenas podía sostenerse sentado. No cuando la culpa la estaba ahogando lentamente.

Porque ella lo sintió.
El eclipse no la había abandonado.
La seguía. La observaba. Esperaba.

—Eiden… —comenzó, pero su voz se quebró—. Hay algo más. Algo que no te dije.

Él la miró, como siempre lo hacía: con paciencia, con una calma que contrastaba con la oscuridad que lo rodeaba.

Nara respiró hondo.

—Cuando perdí el control… escuché una voz. La misma voz que escuché antes, cuando desperté el eclipse en mí. Me habló otra vez. Me dijo… —trató de repetirlo, pero el recuerdo le erizó la piel—… “Dame lo que amo o tomaré lo que tú amas”.

Eiden se quedó en silencio. No por sorpresa. No por miedo. Sino porque entendía demasiado bien lo que esas palabras significaban.

—Quiere tu esencia —dijo con voz baja—. Tu poder completo. Sin límites. Y ahora que sabe que no puedes controlarlo… piensa que eres suya.

Nara sintió un escalofrío recorrerle la columna.

—No soy suya —respondió, apretando los puños—. No pienso serlo nunca.

Eiden extendió la mano hacia ella. Nara dudó sólo un segundo antes de tomarla. Él entrelazó sus dedos y tiró suavemente para acercarla.

—Entonces tendremos que romper ese vínculo —dijo él.

—¿Cómo?

—Con otro vínculo más fuerte.

Nara parpadeó.

—¿Qué?

Eiden levantó su otra mano, mostrando su muñeca. Sobre la piel había un símbolo nuevo, tallado como fuego líquido: una marca negra, con destellos plateados, como si la oscuridad hubiera absorbido luz.

Ella se quedó helada.

—Eiden… ¿qué es eso?

—La Marca del Vínculo —respondió sin apartar la mirada—. Apareció cuando te protegí durante el eclipse. No la hice yo. Se creó sola.

Nara sintió su respiración acelerarse.

La marca.
Ese símbolo.
Ese fuego.

Era idéntico al que ella había visto apenas antes de desmayarse… justo antes de que Eiden se desplomara herido en sus brazos.

Ella bajó la vista a su propia muñeca.

Y allí estaba.
Brillando suavemente bajo su piel.
La misma marca.

—Esto… —murmuró ella con un hilo de voz—. ¿Esto significa que estamos vinculados?

Eiden asintió, lentamente.

—De manera permanente.

El corazón de Nara dio un salto inexplicable. No sabía si era miedo o algo más peligroso.

—¿Y… qué implica? —preguntó, apenas encontrando fuerza para hablar.

Eiden tragó, como si la respuesta pesara más que la herida en su pecho.

—Tu poder responderá al mío —explicó—. Y el mío responderá al tuyo. No podremos ocultar emociones fuertes. No podremos alejarnos demasiado. Y si uno cae…

Nara terminó la frase por él.

—El otro cae también.

Eiden asintió.

Ella sintió un temblor en las manos.

—¿Por qué… por qué no me lo dijiste antes?

—Porque necesitabas descansar —repitió él, pero ahora con un tono más suave, más sincero—. Y porque sabía que te asustaría.

Nara quiso decir algo, pero no pudo. La mezcla de pánico, alivio, furia y… algo más… era demasiado.

Eiden sostuvo su mirada. Sin sombras. Sin arrogancia. Sin la distancia con la que solía protegerse de todos.

—Nara… —murmuró, acercándose un poco más—. No me arrepiento de llevar esa marca. No me arrepiento de estar vinculado a ti.

El pecho de ella se apretó.

—Pero yo no quiero que mueras por mi culpa —susurró ella.

Eiden sonrió de lado.

—Entonces asegúrate de que ninguno de los dos muera.

La marca en sus muñecas brilló al mismo tiempo.

Primero suave.
Luego con un destello que recorrió sus brazos como un latido compartido.

Eiden entrecerró los ojos.

—Parece que el vínculo está… reaccionando.

Nara llevó su muñeca al pecho.

—¿Eso es bueno o malo?

Eiden se incorporó un poco más, haciendo una mueca de dolor.

—Depende.

—¿De qué?

Los ojos de Eiden se tornaron violeta oscuro, como si el eclipse hubiera dejado una huella en él.

—De si realmente quieres compartir tu destino conmigo.

El silencio que siguió fue profundo. Pero esta vez, el mundo no estaba en calma.

Algo se movió fuera del refugio.
El bosque entero vibró.
Una presencia antigua caminó entre los árboles.

La voz regresó, un susurro frío que solo ella oyó:

“La Heredera no puede pertenecer a dos fuerzas.”
“Elige.”

Nara apretó la mano de Eiden.
Y decidió que no iba a huir.




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