El aire se volvió tan frío que las rocas del refugio comenzaron a crujir. Nara sintió cómo sus pulmones se tensaban, como si respirar se hubiera convertido en un acto prohibido. El vínculo en su muñeca ardió con un brillo violáceo que se esparció como tinta bajo la piel.
Eiden levantó la cabeza de inmediato.
—Ya viene —murmuró, con la voz afilada como un filo recién forjado.
Nara no necesitaba que la advirtiera.
La presencia se sentía como una presión invisible, como si el eclipse hubiese descendido del cielo y se arrastrara entre los árboles en forma de aliento oscuro.
—Eiden… —comenzó ella.
—No te alejes de mí —ordenó él.
Pero antes de que pudiera decir algo más, el suelo tembló bajo sus pies.
La sombra entró al refugio sin romper, sin abrir, sin arrastrarse. Se deslizó, atravesando el espacio, como una figura hecha de nada y de todo. La luz tenue del amanecer gris se absorbió en su forma.
Eiden se puso de pie, a pesar del dolor evidente, empujando a Nara detrás de él. La marca brilló con fuerza.
—No eres bienvenido —gruñó él, con una oscuridad que casi parecía otra voz dentro de su voz.
La figura se detuvo frente a ellos.
No tenía un rostro.
Solo un contorno humano que vibraba, como un eclipse en forma de sombra.
Y cuando habló, su voz no resonó en el aire, sino dentro de sus mentes:
“Herederos del poder prohibido…”
La sombra giró su cabeza sin rasgos hacia Nara.
“Tú… eres la llave.”
El temblor en las manos de Nara desapareció. No por calma… sino por pura determinación.
—Iré a donde tenga que ir —dijo con firmeza—, pero no contigo. Y no sola.
El eclipse pareció expandirse, ocupando cada rincón del refugio.
“Estás vinculada a él. Una unión peligrosa. Impura.”
—No somos tuyos —escupió Nara.
La sombra se movió tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar. En un parpadeo, estaba frente a ella. Eiden intentó interponerse, pero una fuerza invisible lo lanzó contra la pared de roca con un impacto que retumbó como un trueno.
—¡Eiden! —gritó Nara, extendiendo la mano hacia él.
El vínculo respondió.
Un latido.
Una descarga.
Un chispazo que cruzó el aire como un rayo violeta.
La sombra retrocedió.
Eiden gruñó desde el suelo, su sombra creciendo como garras que se alargaban.
—No vuelvas… a tocarla.
La figura del eclipse se movió, esta vez con más cautela.
“La Marca del Vínculo es un error.”
“Una amenaza para el equilibrio.”
—No somos un error —dijo Nara, avanzando paso a paso, sintiendo cómo su poder se sincronizaba con el de Eiden—. Somos elección. Y eso es algo que no puedes controlar.
La sombra vibró con furia.
“Entonces pagarás el precio.”
Una columna de oscuridad se elevó, lista para caer sobre ella como un golpe mortal.
Nara se preparó.
Pero Eiden llegó antes.
Envuelto en su propia oscuridad, bloqueó el ataque con su cuerpo, levantando un escudo hecho de sombras vivas.
La colisión creó un estallido que partió el aire en dos.
Nara sintió el impacto en su propio pecho, como si Eiden y ella compartieran el mismo aliento, el mismo dolor, la misma fuerza. Gritó su nombre, pero él no se volvió.
—No voy a dejar… que te lleven —dijo entre dientes, contra la presión de la energía del eclipse.
La sombra retrocedió, sorprendida.
“Tu poder se encadena al de ella.”
“El vínculo la fortalece… y te destruye.”
Nara apretó los dientes.
—Entonces aprenderemos a usarlo antes de que lo haga.
La figura del eclipse hizo un ruido que parecía un suspiro antiguo.
“No podrán escapar.”
—No necesitamos huir —dijo Nara, adelantándose por primera vez al lado de Eiden—. Necesitamos pelear.
El vínculo en sus muñecas brilló de nuevo, esta vez con tanta intensidad que iluminó el refugio como un rayo de luna liquida. La sombra del eclipse se tambaleó, su forma distorsionada por la luz.
Eiden tomó la mano de Nara, entrelazando sus dedos.
—Listo cuando tú estés —susurró.
Ella lo miró, sintió el latido compartido y respiró hondo.
—Siempre.
La marca del vínculo explotó en una oleada de energía, mezclando luz plateada y oscuridad violeta. Una onda expansiva barrió el refugio entero, arrancando fragmentos de roca, rompiendo raíces, levantando un torbellino de viento y polvo.
La sombra gritó.
Pero no era un sonido físico.
Sino algo profundo, quebrado, antiguo.
Cuando la onda se extinguió, sólo quedaron restos de su presencia: un temblor en la tierra y un oscuro susurro que se desvaneció.
“No has ganado…”
“…Heredera…”
El silencio que quedó no fue alivio. Fue advertencia.
Eiden cayó de rodillas, jadeando.
Nara se arrodilló frente a él, tomándole el rostro entre las manos.
—¿Estás bien?
Él la miró, sus ojos volviendo lentamente a la normalidad, aunque un resplandor violeta seguía ardiendo en el fondo.
—Estoy contigo —respondió, débil pero firme—. Eso es suficiente.
Nara apoyó su frente contra la suya.
—No puedo perderte —susurró, con una intensidad que la sacudió por completo.
Eiden cerró los ojos, respirando su cercanía.
—Entonces pelea a mi lado —dijo—. Y no te detengas.
El vínculo latió una última vez, como si el eclipse pudiera escucharlos.
Pero esta vez, no sonó como una amenaza.
Sino como el comienzo de algo mucho más grande.