la hija del eclipse

El Santuario de los Fragmentados

El bosque aún vibraba con los ecos del eclipse cuando Nara y Eiden avanzaron entre los árboles. No podían quedarse en el refugio; lo que había ocurrido allí había dejado una marca demasiado profunda, casi como si el eclipse hubiese dejado una grieta en la realidad misma.

Eiden caminaba a su lado, respirando con dificultad pero firme, como si la voluntad le sostuviera el cuerpo cuando la fuerza fallaba. Nara no se atrevía a soltarlo, ni siquiera un segundo. La marca del vínculo ardía con un calor extraño, como un recordatorio constante de lo que habían desafiado… y de lo que vendría.

—Están cerca —dijo Eiden finalmente.

Nara miró alrededor.

—¿Quiénes?

Él señaló hacia adelante con la barbilla.

—Los Fragmentados.

Nara frunció el ceño. Aquella palabra no le resultaba nueva, pero nunca había escuchado su verdadero significado. Eiden lo notó.

—Son los que también fueron tocados por el eclipse —explicó mientras apartaba ramas oscuras—. Pero no sobrevivieron del todo. Ni murieron. Viven entre la sombra y la forma.

Nara sintió un escalofrío.

—¿Son peligrosos?

Eiden dudó un instante.

—Son impredecibles. Y su lealtad depende de quién los toque primero… la oscuridad o la voluntad.

El aire se volvió más pesado a medida que avanzaban. Las hojas crujían bajo sus pies como huesos gastados. Y entonces, sin aviso, una figura surgió entre los troncos.

Era un hombre… o lo que quedaba de uno. Su cuerpo parecía hecho de sombras que parpadeaban, como si la luz luchara por sostenerlo. Sus ojos, sin embargo, brillaban con un dorado tenue.

—Eiden Araxes —dijo aquella figura, con una voz que sonaba rota y superpuesta, como si dos personas hablaran a la vez—. Creímos que habías caído.

Eiden inclinó la cabeza.

—Me resistí.

La figura miró a Nara, inclinando ligeramente su cabeza torcida.

—Y traes a la Heredera.

Nara dio un paso adelante.

—Soy Nara. No “la Heredera”. Y vine por respuestas.

El Fragmentado sonrió. La sombra de su rostro imitó el gesto de manera distorsionada.

—Las respuestas siempre tienen un precio.

Eiden se tensó, colocando sutilmente un brazo frente a Nara.

—Cálmate —murmuró ella—. No siento hostilidad.

Él negó sin mirarla.

—No sienten nada. Ese es el problema.

Pero la figura los guio con un movimiento de mano.
Y lo que apareció ante ellos les cortó el aliento.

El bosque se abrió en un claro circular.
Allí, la tierra estaba pulida como cristal negro.
Y al centro, un monolito de piedra brillaba con líneas plateadas que se movían como serpientes vivas.

Era un santuario.
Viejo. Olvidado.
Pero no muerto.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Nara con un susurro, tocada por algo que no sabía explicar.

El Fragmentado avanzó hacia el monolito.

—Aquí vienen los que el eclipse tocó —respondió—. Aquí intentamos recordar quiénes fuimos… o aceptar lo que somos ahora.

Eiden soltó un suspiro casi imperceptible.

—O caer en la locura —añadió.

La figura lo ignoró. En su lugar, levantó su mano hecha de sombra y luz.

—La Marca del Vínculo brilla en ustedes. No esperábamos verla encenderse de nuevo.

Nara sintió la piel erizarse.

—¿De nuevo?

Eiden tensó la mandíbula.

—¿Cuántas veces apareció antes?

El Fragmentado inclinó la cabeza como si escuchara voces que ellos no oían.

—Una sola. Hace siglos. Cuando la Luna y la Sombra caminaron juntas.

Los ojos de Nara se abrieron.

—¿Qué pasó con ellos?

La sombra vibró como una llama rota.

—Uno murió por proteger al otro. Y el vínculo se volvió contra el que sobrevivió.

Un silencio mortal envolvió el claro.

Nara sintió cómo el corazón se le detuvo… y reanudó su ritmo con un golpe doloroso.

Eiden apretó la mano de Nara, como si hubiera leído su miedo.

—Nuestra historia no terminará igual —dijo él con firmeza.

—Eso habrá que verlo —respondió el Fragmentado—. Porque la Marca no elige dos destinos iguales. Ni dos futuros previsibles. Solo elige a los que están dispuestos a arder.

Nara tragó saliva.

—Si estamos vinculados, quiero saber cómo usarlo. Cómo controlarlo. Cómo evitar… —no pudo terminar la frase.

Eiden lo hizo por ella.

—Cómo evitar que nos destruya.

La figura asintió, casi con solemnidad.

—Entonces deben tocar el monolito. Juntos. La Marca reaccionará. Les mostrará lo que el eclipse planea… y también lo que teme.

Nara sintió un nudo en el estómago.

—¿Es peligroso?

—Es necesario —respondió el Fragmentado.

Eiden la miró. No con miedo. Sino con una intensidad que la atravesó entera.

—Nara. Si haces esto… lo vemos todo. Lo mío. Lo tuyo. Lo que ocultamos. Lo que tememos. El vínculo no oculta nada.

Ella respiró hondo.

—Entonces quiero hacerlo.

Eiden apretó su mano.

—Yo también.

Caminan hacia el monolito.
Las marcas en sus muñecas comenzaron a arder.
No de dolor.
Sino de fuerza.

Cuando sus manos tocaron la piedra, una oleada de energía estalló como un relámpago silencioso.

Sus visiones chocaron.

Los recuerdos de Eiden:
Sombras, gritos, su caída, su renacimiento bajo el eclipse…
Y un rostro. El de ella. Mucho antes de conocerla.

Los recuerdos de Nara:
La noche del eclipse, la voz que la llamó heredera, la soledad, el miedo, y luego…
Eiden.
Siempre Eiden.

El vínculo explotó en una danza de luz y oscuridad, fusionando momentos, emociones, dolores y deseos.

Cuando la intensidad bajó, ambos quedaron arrodillados frente al monolito, respirando como si hubieran corrido por horas.

Nara alzó la vista primero.

—Vi… tanto —susurró.

Eiden la miró, el violet de sus ojos brillando en la penumbra.

—Y aún así… no me alejé —murmuró—. Ni quiero hacerlo.

Ella sintió un estremecimiento profundo.




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