la hija del eclipse

EL UMBRAL QUE SUSURRA

La caída no tenía fin. No era una caída física, sino una suspensión, como si el tiempo hubiera decidido detenerse para observarla. Nara abrió los ojos, esperando ver oscuridad completa, pero lo que encontró fue más aterrador:

Un cielo sin estrellas, un horizonte sin luz, un mundo hecho de ceniza suspendida.

Sus pasos no dejaban huella. Su cuerpo parecía más ligero, casi translúcido, como si no perteneciera del todo a ese lugar.
—Este es tu interior —susurró una voz—. La parte que nunca quisiste ver.

Nara giró bruscamente. Detrás de ella había una figura envuelta en sombras, con forma humana, pero sin rostro. La sombra imitaba cada detalle de su postura, incluso el modo en que respiraba.
—¿Quién eres? —preguntó Nara, más firme de lo que esperaba.

—Soy lo que dejaste atrás —respondió la figura—. Tu miedo. Tu fuerza. Tu cicatriz. Llamas a esto oscuridad, pero en realidad… soy tú.

Un escalofrío le recorrió la espalda.
—No. Yo no soy esto.

La sombra inclinó la cabeza con un gesto casi divertido.
—¿Estás segura? Cuando tomaste el núcleo, no fuiste víctima. Lo aceptaste porque necesitabas poder. Porque temías fallar. Porque Eiden podría morir si tú no eras suficiente.

Nara sintió que algo se apretaba dentro de su pecho.
—Eso no es verdad…

—¿No? —La sombra extendió una mano, y el mundo alrededor cambió de forma abrupta.

Las cenizas se disiparon y, en su lugar, apareció la sala del enfrentamiento contra el fragmento del Enlace Sombrío. Pero no como Nara lo recordaba. Aquí, ella no estaba luchando con valentía. Aquí estaba desesperada, gritando, arrodillada, pidiendo ayuda mientras la sombra la envolvía.

—Así te viste a ti misma ese día —dijo la figura—. Una niña rota intentando ser un arma.

Nara cerró los ojos, respirando hondo.
—No soy eso. Yo luché. No me rendí.

—Y sin embargo, absorbiste la oscuridad —respondió la figura, acercándose—. Lo hiciste sin pensar. ¿Sabes por qué?

La respiración de Nara se volvió tensa.
—Dímelo.

—Porque el poder, incluso cuando duele, te hace sentir menos sola.

Nara retrocedió un paso, y el paisaje volvió a cambiar. Ahora estaba en el patio del templo donde creció. podía ver la versión joven de sí misma entrenando sola bajo la lluvia, mientras las otras aprendices la observaban con recelo. Ella recordaba ese día: había estado tan cansada, tan al borde de rendirse… pero no lo hizo.

—¿Por qué muestras esto? —susurró.

—Porque siempre has luchado sin que nadie te vea. Siempre has cargado sola con tus tormentas. Eiden te encontró después. Pero antes de él, ¿quién estuvo contigo?

Nara sintió el golpe de la verdad hundirse en ella como un puñal.

—Nadie —admitió.

La sombra extendió una mano, y esta vez no había burla en su gesto, sino algo que se parecía demasiado a comprensión.
—No soy tu enemiga, Nara. Soy la parte que sobrevivió cuando el mundo no te dio opciones. Si me rechazas… te romperás. Si me aceptas… serás completa.

Nara dudó. No porque quisiera la oscuridad, sino porque una parte de ella sabía que luchar contra sí misma la estaba desgastando más que cualquier batalla externa.

—¿Y si aceptarte significa perderme? —preguntó con voz baja.

La sombra se acercó lo suficiente como para que sus manos casi se tocaran.
—No vas a perderte. Vas a transformarte. Y esa transformación… es lo que temes.

Un temblor recorrió el Umbral. Era la voz de Eiden, distante, casi imperceptible, como un eco arrastrado por el viento.
Nara… vuelve conmigo… por favor…

La sombra sonrió sin labios.
—Incluso él teme lo que puedas ser.

—Él no me teme. Me ama.

—Y el amor también teme —respondió la figura—. Pero eso no lo hace débil. Lo hace humano.

El suelo bajo Nara comenzó a resquebrajarse, como si el Umbral ya no pudiera sostener más tensión entre ambas.
—Decide —susurró la sombra—. ¿Me aceptas… o me destruyes?

Nara miró sus propias manos. Recordó el brillo de la luz que siempre había sido su esencia. Recordó las sombras que la habían perseguido. Recordó la voz de Eiden, su fuerza, su miedo, su amor.

Luego, dio un paso hacia adelante.
Y tomó la mano de la sombra.

El mundo explotó en una mezcla de luz y oscuridad, fusionándose en un torbellino que la envolvió por completo. No hubo dolor, no hubo miedo. Solo una sensación profunda de unión, de entendimiento, de equilibrio.

Cuando abrió los ojos, el Umbral había cambiado.
Ya no era un mundo de ceniza.
Era un amanecer.

Y Nara, por primera vez en su vida, se sintió completa.




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