La luz del amanecer que se extendía en aquel nuevo paisaje no provenía de un sol. Nara lo comprendió al observar mejor: la claridad emanaba desde su propio pecho, como si su interior hubiese comenzado a brillar con una fuerza que nunca antes había sentido. El Umbral entero respondía a ella, moldeándose con cada respiración.
Un viento tibio recorrió la pradera recién formada. El césped era suave y luminoso, y a lo lejos se distinguían montañas que parecían hechas de un material translúcido, entre cristal y sombra. Era un mundo que no existía, y sin embargo, era el suyo.
—Lo hiciste —susurró una voz detrás de ella.
La sombra, ahora transformada, ya no tenía contornos difusos ni aquella intensidad amenazante. Tenía su misma forma, su misma estatura… y por primera vez, tenía un rostro. Su rostro. Pero con ojos como dos lunas negras, profundos y llenos de poesía silenciosa.
—No sabes cuánto tiempo esperé que me miraras —dijo la figura.
Nara frunció el ceño, acercándose con cuidado.
—¿Sigues siendo… tú?
—Siempre lo fui. Solo que nunca me dejaste hablar.
La sinceridad de esas palabras la golpeó en un punto que no sabía que estaba expuesto.
—¿Qué pasa ahora? ¿Qué significa esto para mí?
La figura extendió la mano hacia el horizonte. El paisaje tembló, y pequeñas partículas de luz comenzaron a levantarse desde el suelo. Flotaron hacia Nara, rodeándola como luciérnagas atraídas por su energía.
—Significa que al fin estás completa —explicó—. Ya no eres luz luchando contra la sombra, ni sombra intentando ocultarse de la luz. Eres ambas. Eres equilibrio. Eres… poder sin fragmentación.
Nara sintió cómo el aire alrededor de ella vibraba. Su respiración se volvió más intensa, más profunda, más viva.
—Puedo sentirlo… —susurró—. Es como si algo se hubiera desbloqueado.
—Todo se desbloqueó —respondió la figura con una sonrisa que Nara jamás imaginó ver en su lado oscuro—. Ahora eres capaz de controlar la oscuridad sin caer en ella y de usar la luz sin temer consumirla. Ya no eres un peligro para ti misma.
El corazón de Nara dio un salto violento.
—¿Y para los demás?
—Ahora puedes protegerlos —dijo la sombra—. A todos. Incluso a Eiden.
El nombre resonó en el Umbral como un eco que sacudió la tierra. Nara sintió un tirón en el pecho, como si una cuerda invisible quisiera arrancarla de ese lugar.
—Él me llama —susurró, mirando el cielo sin estrellas que comenzaba a agrietarse.
—Te necesita —afirmó su otra mitad—. Y tú también lo necesitas a él. No para completarte… sino porque lo amas.
Nara se estremeció. Era cierto. Por primera vez en su vida, ese amor no sonaba a debilidad, sino a raíz, a impulso, a elección.
—¿Puedo volver? —preguntó.
La sombra asintió, pero su expresión se ensombreció ligeramente.
—Puedes. Pero debes saber algo antes de irte.
Nara sintió un nudo en la garganta.
—Dímelo.
—Este equilibrio que has alcanzado no será fácil de mantener. El mundo exterior no está hecho para criaturas como tú. La luz te exigirá pureza, la sombra te tentará con caos. Y la guerra que se acerca… te va a poner a prueba en formas que ni siquiera yo conozco.
El aire se volvió más pesado, como si el Umbral quisiera detenerla, advertirla, protegerla.
—Entonces… ¿qué tengo que hacer?
Su reflejo oscuro dio un paso hacia ella, tomándola de ambas manos. Las suyas estaban frías y calientes al mismo tiempo, como si la temperatura hubiera renunciado a tener lógica.
—Debes recordar una cosa:
Lo que eres ahora no es un arma. Es una elección.
Cada vez que dudes, cada vez que temas perder el control, piensa en por qué luchas. No por tu destino. No por la profecía.
Por ti.
Y por él.
La grieta en el cielo se ensanchó, dejando ver una luz blanca que envolvió todo. El mundo tembló bajo sus pies.
—Es hora de despertar —dijo la sombra.
Nara sintió que era arrastrada hacia arriba, como si la luz la reclamara. El Umbral desapareció en un parpadeo, y su cuerpo se precipitó hacia el mundo real.
El primer sonido que oyó fue una respiración agitada.
El segundo, un susurro lleno de desesperación.
—Nara… por favor… vuelve…
Eiden.
La luz la envolvió por completo, y su corazón respondió a su llamada.
Estaba de regreso.