El eco del estallido todavía vibraba en las paredes del templo cuando Nara y Eiden se separaron apenas lo suficiente para recuperar el aliento. La energía del núcleo seguía retorciéndose en el aire, como si hubiese despertado algo más profundo que un simple fragmento corrupto.
Eiden miró la grieta del suelo, aún iluminada con un brillo rojizo.
—Esto no terminó… ¿verdad?
Nara negó lentamente. No porque quisiera ser pesimista, sino porque podía sentirlo: un pulso irregular, un latido enfermo, como si el núcleo estuviera sangrando energía.
—No —susurró—. Algo dentro del núcleo está reaccionando a mi cambio… o lo está rechazando.
Eiden frunció el ceño.
—¿Rechazarte? ¿Por qué reaccionaría así?
Nara se arrodilló junto a la grieta y extendió una mano sobre ella. Un remolino de luz y sombra salió de sus dedos y descendió hacia el interior. La grieta respondió con un temblor violento, obligándola a retroceder.
—Porque fui la primera en intentar equilibrar su energía. El núcleo ha estado dividido durante siglos. Y ahora que yo no lo estoy… se está rompiendo.
Eiden maldijo por lo bajo.
—Lo último que necesitamos es un colapso mágico en mitad del templo.
—No es solo el templo —agregó ella—. Si el núcleo se fractura por completo, toda la región quedaría cubierta por un vacío energético. La magia natural colapsaría… y las criaturas que dependen de ella también.
El silencio cayó sobre ellos como una losa de acero.
Hasta que Eiden se pasó una mano por el cabello y dijo:
—Entonces tenemos que estabilizarlo.
Nara alzó la vista, sorprendida por su seguridad.
—Eiden, no sabes lo que estás diciendo. Esto no es una barrera ni un sello. Es magia viva. Si te acercas demasiado…
—Lo sé —interrumpió él, con una mirada firme—. Pero no voy a quedarme atrás mientras tú te arriesgas sola otra vez.
Su voz se suavizó apenas.
—No después de casi perderte.
Nara sintió una presión cálida en el pecho. Una parte de ella quería protegerlo, alejarlo, mantenerlo lejos del peligro. Pero otra parte, la que recién había aprendido a aceptarse, sabía algo importante:
Necesitaba a Eiden.
No como escudo.
Ni como salvador.
Como compañero.
—Está bien —dijo finalmente—. Lo haremos juntos.
Eiden le ofreció su mano. Ella la tomó sin dudar.
Ambos se acercaron al borde de la grieta. La energía fluctuante del núcleo parecía observarlos, como una criatura herida que no sabía si atacar o suplicar ayuda. Nara inhaló profundamente, dejando que su equilibrio interno se expandiera como una ola suave.
—Voy a entrar en sincronía con él —explicó—. Tú solo mantén tu energía estable. Si siente hostilidad, se cerrará a nosotros.
Eiden asintió, colocando su mano sobre la suya.
—Confío en ti.
Nara cerró los ojos. Su dualidad interior comenzó a vibrar, creando un murmullo que resonó en el aire. La grieta respondió, abriéndose un poco más, como si quisiera respirar.
El núcleo, en su forma más profunda, no era oscuro ni luminoso. Era una mezcla constante, una tormenta de energía primigenia que nunca había aprendido a coexistir con su otra mitad. Nara extendió su esencia hacia esa tormenta.
El primer contacto fue como tocar fuego helado.
Un dolor agudo recorrió su brazo y subió por su costado. Ella apretó los dientes.
—Está resistiendo…
—Nara —Eiden murmuró cerca de ella, su voz un ancla en medio del caos—. Estoy aquí.
Ella lo sintió: su energía envolviéndola, protegiéndola, sosteniéndola sin interferir. No era dominante. No intentaba reemplazar la de ella. Era… apoyo.
El núcleo pareció dudar.
Nara aprovechó esa vacilación. Este era el momento que su otra mitad le había advertido. La unión. La aceptación. La transformación.
—Escúchame… —susurró mentalmente hacia la tormenta—. No estoy aquí para destruirte. Ni para controlarte. Estoy aquí porque entiendo tu miedo. Te has sostenido fragmentado durante demasiado tiempo. No necesitas seguir así.
Una ráfaga de energía la empujó hacia atrás, pero Eiden la sostuvo fuerte.
—Nara, si es demasiado—
—No —dijo ella, recuperando el equilibrio—. Solo está luchando por sobrevivir.
Ella volvió a concentrarse. La luz y sombra de su interior se mezclaron, creando un remolino que descendió hacia la grieta, envolviendo el núcleo. La energía del núcleo respondió con un grito silencioso que vibró en todos los rincones del templo.
Y entonces, algo cambió.
La tormenta se ralentizó. El caos comenzó a ordenarse. Los colores se suavizaron, pasando de un rojo violento a un púrpura profundo, luego a un azul oscuro.
Y finalmente… a un blanco tenue.
Eiden soltó un suspiro que parecía contener siglos de tensión.
—¿Lo logramos?
Nara abrió los ojos, agotada pero sonriendo.
—Lo estabilizamos… por ahora.
Eiden la abrazó, sosteniéndola contra su pecho.
—Nara… —susurró—. Cuando te vi adentro del Umbral, rezaba porque volvieras.
Ella apoyó la mejilla sobre su corazón.
—Y volví porque me estabas esperando.
El núcleo brilló suavemente detrás de ellos, como si reconociera su alianza.
Pero ese brillo trajo consigo una verdad inquietante:
Si ese núcleo necesitó dos energías para estabilizarse…
¿qué más en el mundo estaba a punto de romperse?