El eco del impacto de Nara aún vibraba en el enorme salón de obsidiana.
Las sombras que cubrían los muros se retorcían como si hubiesen sido quemadas por algo imposible.
Los Ancianos no se movieron, pero la tensión que emanaba de ellos llenó el aire con un peso sofocante.
—Imprudente —dijo uno, su voz como un crujido de piedra.
—Rebelde —susurró el segundo, con un tono que parecía deslizarse bajo la piel.
—Perfecta —concluyó el tercero, con un suspiro satisfecho.
Nara no retrocedió.
La luz a su alrededor palpitaba con más fuerza que nunca, como si su eclipse estuviera respondiendo al peligro con una ferocidad que ella jamás había sentido. Sus manos temblaban, pero no por miedo: por la cantidad de energía que estaba conteniendo.
—No vine a obedecerles —dijo con voz firme—. Vine a terminar lo que ustedes empezaron cuando lastimaron a Eiden.
Las sombras se agitaron.
El primero de los Ancianos dio un paso adelante, su rostro oculto bajo una capucha de oscuridad líquida.
—El guardián de la sombra es una herramienta —sentenció—. No un compañero digno de una heredera del Eclipse.
Nara sintió un pinchazo en el pecho, una mezcla de rabia y dolor que se encendió en su interior.
El eclipse respondió al instante, un aura plateada expandiéndose a su alrededor, iluminando el piso de obsidiana con reflejos iridiscentes.
—Él no es una herramienta —dijo ella—. Y ustedes no deciden lo que soy.
El segundo Anciano inclinó la cabeza, como estudiándola.
—Te aferras a él porque tu poder aún no ha despertado del todo. Pero pronto lo verás. La luz y la sombra están destinadas a quebrarse mutuamente. No coexistir.
Nara apretó los dientes.
—Eiden y yo ya coexistimos.
El tercer Anciano rió, un sonido seco, repulsivo, que hizo vibrar las paredes.
—Por ahora. Pero cada Eclipse tiene un costo. ¿Estás preparada para pagar el tuyo, pequeña heredera?
Antes de que pudiera responder, una fuerza invisible la golpeó en el pecho, lanzándola varios metros hacia atrás. Chocó contra el suelo de obsidiana con un estruendo que hizo que el aire se escapara de sus pulmones.
La energía de la sombra de los Ancianos la rodeó, como si cientos de manos hechas de humo intentaran sujetarla al suelo.
—No vine a pelear contra su sombra —gruñó Nara, levantándose lentamente—. Vine a reclamar mi poder.
Se incorporó, temblando, pero su mirada ardía.
Los Ancianos intercambiaron una mirada.
—Entonces demuéstralo —ordenaron.
De pronto, el salón se oscureció por completo.
No era la oscuridad normal. Era una oscuridad viva.
Un vacío.
Nara perdió de vista el suelo, las paredes, incluso sus propias manos.
Luego, una voz resonó en su mente, no humana, no del todo real:
“El Eclipse no es luz, ni sombra. Es la unión del límite entre ambos. Muéstranos que puedes sostenerlo.”
El vacío se arrastró sobre ella.
Algo helado rozó su mejilla.
Luego su nuca.
Luego su pecho.
Podía sentir cómo su luz se comprimía, cómo sus sombras internas intentaban liberarse, cómo su esencia luchaba por no fracturarse.
—No voy a romperme —susurró, aunque sabía que la oscuridad podía oír cada pensamiento.
Las voces volvieron, más insistentes, más envolventes.
“Romperse no es fracasar. Es transformarse.”
El vacío se abrió debajo de ella.
Y cayó.
El aire desapareció.
La temperatura descendió hasta un punto insoportable.
Nara sintió que sus recuerdos, sus emociones, incluso su identidad comenzaban a disolverse.
Trozos de ella se desprendían, como si el eclipse mismo estuviera cuestionando quién era Nara sin Eiden, sin su luz, sin su pasado.
—¡No! —gritó, aferrándose al vacío—. Yo sé quién soy.
Y entonces, una imagen atravesó la oscuridad.
Eiden, arrodillado en la cueva, llamando su nombre con desesperación.
Su sombra temblando.
Su luz tocando la de ella.
Su voz: “Vuelve a mí.”
El eclipse explotó dentro de ella.
Luz y sombra emergieron como una tormenta plateada, envolviéndola mientras caía.
La oscuridad del vacío retrocedió ante ella, retrocedió ante lo que era su verdadera esencia.
Nara abrió los ojos.
El salón regresó.
Los Ancianos seguían allí, pero por primera vez… retrocedieron un paso.
—Imposible —susurró uno.
—Ha despertado… demasiado pronto —murmuró otro.
—El eclipse completo… —el tercero exhaló, atónito.
La luz de Nara se calmó, tomando forma alrededor de su cuerpo como una armadura viva de plata y sombra.
Sus ojos brillaban intensamente, sin miedo alguno.
—Ahora entienden —dijo con voz baja pero poderosa—. No soy la heredera que estaban esperando.
Los Ancianos se tensaron.
Nara alzó la mano.
—Soy la que va a terminar con ustedes.
El salón tembló.
El eclipse había elegido su lado.