La oscuridad se sentía espesa. Era como si flotara en un limbo. Comencé a escuchar… un ruido familiar.
—No te acerques a él…
Esa voz resonó en mi mente. No tenía idea de dónde estaba. Solo veía unos pilares gigantes, como si me encontrara en medio de algo sagrado… o prohibido. Sentía que alguien me observaba, que yo era el centro de atención de algo mucho más grande que yo… pero no sabía de quién. Entonces, antes de que esos ojos rojos aparecieran y chocaran directamente con mi cuerpo…
Abrí los ojos de golpe.
Sentía las lágrimas resbalar por mis mejillas, el sudor pegado a mi piel, y mi corazón... estaba convencida de que iba a salirse de mi pecho.
—¡Casandra! —se acercó mi madre, asustada, y a su lado venía mi padre.
—¿Estás bien? ¿Qué pasó? —preguntó ella con angustia.
No supe cómo responder.
—Apareció un hombre… ¿qué quiere de mí…?
Mis palabras salieron entrecortadas, apenas audibles. Sentía miedo, confusión. Ya no podía negar que lo que me pasaba no era normal.
—Cariño, solo son sueños. No tienen ningún sentido —dijo mi padre, intentando tranquilizarme.
Pero no podía. La imagen del hombre, esas voces, esa figura oscura… todo seguía en mi mente, como una sombra persistente.
Estaba a punto de hablar cuando me percaté de algo extraño: mi ventana… estaba completamente arreglada. Era de noche, y sabía que mis padres no eran buenos para arreglar cosas. ¿Cómo…?
—¿Qué pasa, hija mía? —preguntó mi madre, preocupada.
Decidí ignorar lo de la ventana. Al menos por ahora. Pero la duda ya estaba en mí.
—¿Por qué me persiguen esos ojos rojos?
Apenas terminé la frase, ambos se miraron con una expresión de susto que no pudieron disimular.
—Hija… ¿alguien estuvo aquí contigo? —preguntó mi padre, como si intentara confirmar algo que llevaba tiempo temiendo.
Respiré hondo. Les conté lo que había pasado, aunque omití que el hombre me había pedido que me escapara el día de mi cumpleaños.
—Había un hombre fuera de mi ventana. Me miraba… y esos ojos… esos ojos rojos como fuego. Los he soñado desde pequeña. Pero me resulta extraño que haya vuelto no eran solo sueños de una pequeña. No entiendo por qué.
Estaba confundida, mis ojos llenos de lágrimas.
—Casandra, son solo sueños. Nada más. Lo mejor es que te duches. Ya casi amanece y es tu cumpleaños. No te preocupes, ¿sí? Solo sueños —dijo mi madre, besándome la frente antes de retirarse con papá.
Pero yo sabía que me ocultaban algo.
Al levantarme, aún temblando, sentí algo bajo mi pie. Me senté y lo tomé: un pequeño trozo de vidrio. Supuse que no lo habían visto. Lo dejé en mi mesa y me fui a duchar, pensando que tal vez el agua me relajaría.
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Narrador omnisciente:
Casandra no lo sabía, pero ese trozo de vidrio no era común. Estaba hechizado. Al momento en que se desmayó, el hombre lo había dejado allí intencionalmente. Era un portal, una conexión con el otro mundo… el mundo de los muertos. Solo ella podía ver su verdadero color: un rojo intenso que brillaba cuando estaba sola. Pronto, le revelaría mucho más de lo que estaba preparada para saber.
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Volviendo con Casandra:
Me paré frente a la ventana. No había un solo rayo de sol. Solo lluvia y una neblina espesa, igual que la noche anterior. Pero esta vez… el hombre ya no estaba. Y por algún motivo, eso me decepcionó. Sentía una extraña familiaridad con él. Como si… ya lo conociera.
Entonces vi a Leila, llegando en su bicicleta, cubierta con una capa. Era oficial: había comenzado mi cumpleaños. Pero esta vez, no me sentía feliz. Solo sentía una mezcla de confusión y ansiedad.
Minutos después, Leila entró emocionada. Pero al verme, su rostro cambió.
—¿Qué pasa, Casandra? Te siento tensa —dijo preocupada.
—Estoy bien… simplemente… sueños sin sentido —mentí.
Me miró con tristeza, como si supiera algo, pero no dijo nada más. Asintió en silencio y luego sonrió.
—¡Vamos, Casandra! ¡A festejar tus 17!
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Bajamos. Mis ánimos estaban por el suelo, pero ver a mis padres esforzarse por decorar, y a mamá sacando la tarta de arándanos que tanto me gustaba… decidí fingir que estaba bien. Solo por un rato.
Horas después, todo estaba listo. La fiesta era pequeña, pero acogedora.
Estaba por soplar las velas cuando… alguien tocó la puerta.
Todos miramos hacia ella. Mis padres se congelaron. El miedo en sus rostros era palpable.
—Se acabó la fiesta —dijo mamá de repente, con voz temblorosa.
—¿Qué?
—Vamos, Cassi, a dormir, ¿sí?
—¿Por qué? ¿Ni siquiera puedo tener una fiesta? ¿No me dejan salir, no me dejan invitar amigos, y ahora esto?
—¡Porque tú no eres como ellas! ¡Grábatelo! —gritó mi madre. Y al instante, bajó la mirada, arrepentida.
Subí las escaleras sin mirar atrás. Estaba harta. Cansada de que nadie me dijera la verdad. Nadie me entendía.
Al llegar a mi cuarto, miré por la ventana.
¿Y si lo hago?
Escuché cómo apagaban las luces de la casa. Estaba sola. Sabía que Leila se quedaría a dormir en otra habitación. Nadie vendría a buscarme.
¿Y si lo hago? ¿Y si salgo…?
Estaba decidida.
Perdon hace rato subi un capitulo pero me confundi puesto que este es el 4 y el otro es el 5
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Editado: 24.04.2025