La hija del lobo feroz

De regresó en casa

El carruaje se movía por el bosque, estando el sol dando sus últimos rayos por ése día y la pequeña niña que tenía su peluche sobre su regazo y ahora un parche blanco donde no tenía un ojo, miraba fijamente a ése hombre serio que guiaba a los caballos.

El hombre, como era de poca paciencia, dio un suspiro profundo y miró a su compañera en ése viaje, con enojó.

-¿Qué tanto me mirás, mocosa?
Tu mirada ya me esta incomodando.- dijo el rubio, sin ocultar su fastidio.

Lo único que le faltaba, sería que ésa niña lo empiece a ver como a un tonto humano que la quiere, así que mejor dejaba las cosas bien en claro desde ya.

Sólo eran un depredador y su presa, nada más.

-¿Por qué Esmeralda?- preguntó la pequeña.

El hombre recordó que le dio ése nombre para pasar desapercibidos y fruncio el ceño.

Por apurarse, le dio un nombre que ella seguro ya reclamaba como suyo, un nombre que siempre rondaba en su mente y ahora, ésa cría humana lo tenía.

-Era el nombre de mi ma... ¿sabes qué?
No tengo por qué darle explicaciones a un humano y mucho menos a ti.
Sólo deja de mirarme fijamente que me molesta.- exclamó el ojiazul, dirigiendo su mirada al frente.

Su madre era un tema delicado que no quería compartir con nadie y mucho menos con una niña que parece no entender nada.

La rubia, obedeció y dirigió su mirada a su oso de peluche.

-¿Puedo llamar al señor lobo, papá?- preguntó Esmeralda.

Nunca tuvo a nadie a quien llamar así, así que poder hacerlo, sería algo muy lindo para ella.

-Atrévete y verás lo que te pasa.- respondió el hombre, con voz relajada pero amenazante.

No tenía hijos y sí así fuese, no sería un ser tan débil, frágil y roto como ésa cría humana.

La pequeña al recibir ésa respuesta, no dijo nada, sólo movía los brazos de su peluche, con mirada melancólica. 

Esperaba una respuesta similar a ésa, pero las esperanzas de tener alguien a quien llamar papá, eran tan grandes en ella que al menos lo quiso intentar.

El lobo miró a la pequeña que guardo silencio luego de éso y suspiro profundo.

Ése viaje iba a ser aburrido, tenía que distraerse con algo en ésa media hora que le faltaba para llegar a su hogar, así que no le quedaba de otra mas que intentar hablar con la niña humana.

Sólo en pensar éso le daba escalofríos.

-¿Por qué tanta terquedad de tu parte en conservar ése viejo trapo rojo?- preguntó el lobo con forma humanoide, refiriéndose a la caperuza de la niña.

La pequeña al oír ésa pregunta, dejó de moverse por unos segundos, pensando en sí debía responder o no.

Los segundos pasaron y al no recibir respuesta alguna, el hombre la miró con enojó.

-Mocosa, te hice una pregun...

-Me recuerda al cabello y vestimenta de mi madre.- respondió la rubia antes de volver a jugar con su peluche.

El hombre al recibir ésa respuesta, la miró con sorpresa por unos segundos y luego volvió su mirada al frente, algo incómodo.

Hablar sobre la familia siempre era un problema.

-Tú... ¿quieres hablar de éso?- preguntó el rubio.

-No.- respondió ella de manera directa y cortante.

El lobo asintió, no enojado por éso.

Ni siquiera sabía por qué se lo preguntó en primer lugar, así que no le importaba sí ella no le quería hablar sobre su madre o pasado.

Algunas cosas es mejor omitirlas para evitar molestias.

Luego de unos minutos, llegaron a su hogar, mandando el hombre a la niña a que tome un baño y se ponga ésa ropa nueva.

Ahora el hombre se encontraba sentado en el sofá de la sala, leyendo un libro para aprender mas sobre los humanos.

Por suerte, aprendió a leer el lenguaje humano en caso de que lo necesité alguna vez.

Con sus agudos oídos, sintió unos pequeños pasos apurados, dando un par de saltos, deteniendose delante de él pero lo ignoró.

¿Los humanos veían todos los colores desde su nacimiento?

Éso era injusto, el tuvo que esforzarse mucho para desafiar a la naturaleza, cambiar éso y lograrlo casi siendo adulto.

-Ajam.

El sonido de la niña aclarando su garganta llegó a oídos del hombre y nuevamente lo ignoró.

Un humano al parecer podía adquirir muchos tipos distintos de enfermedades, curandose de algunas comunes y teniendo que aprender a lidiar con otras mas severas.

-¡Ajam!

Nuevamente la niña se aclaró la garganta y el hombre dio un suspiro antes de cerrar su libro y verla, luciendo un vestido celeste con volantes blancos, llevando su infalible caperuza roja.

-¿Qué acaso tienes tos?
Vete a comer algo de pasto, a tomar agua o que se yo.
A lo mejor te mejores.- le ordenó con su usual seriedad.

La pequeña fruncio el ceño y apretó sus puños.

Debió de sospechar que un lobo amargado y viejo, no entendería sobre la atención que necesita una niña.

La pequeña sintió su estómago gruñir levemente y relajó su mirada, viendo al hombre con su usual rostro inexpresivo pero inocente.

-Señor lobo, tengo hambre.- aclaró ella, llevando ambas manos a su estómago.

El hombre volvió a abrir su libro para continuar su lectura, tranquilamente.

-¿Sí?
Me olvidé de decirte que hoy no hay cena para ti, mocosa.
Es tu castigo por desobedecerme y separate de mi lado en ése molestó pueblo humano, así que no insistas y ve a dormir.- aclaró el lobo, sumergiendose en su lectura nuevamente.

Los humanos deben ser disciplinados desde temprana edad y él se encargaría de enseñarle a ésa niña humana que sus ordenes son absolutas.

-Está bien, me iré a dormir con el estómago vacío, posiblemente quejandome en la noche del hambre, rugiendo mis tripas a cada rato por falta de alimento, perturbando el sueño del señor lobo que tiene super audición.

Y el rubio volvió a cerrar su libro para ver a ésa niña que lo veía con seriedad, algo enojado y con un leve tic en su ojo.

¿Ésa cría humana quería manipularlo a él, el rey del bosque, al temible lobo feroz?



#1175 en Fantasía

En el texto hay: familia, lobo, padre e hija

Editado: 18.06.2021

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