El medio día se acercaba y nuevamente estaba lloviendo.
En el solitario y arruinado castillo, el lobo con forma humanoide subía las escaleras hacía su habitación, con sus ojos amarillos del mismo enojó.
Ésa cría humana lo ignoró cuando la llamó para desayunar y ahora casi estaba el almuerzo y no se levantaba.
¿Dónde rayos creía que estaba que todavía no se levantaba?
Ayer fue amable y le cumplió ése capricho de enseñarle a montar a caballo, pero que no se le suba a la cabeza, ésa era su casa y tenía que obedecer sus reglas, y una de ésas reglas era respetar cada hora de comer.
Llegando afuera de su habitación, abrió la puerta de golpe mientras los truenos se oían.
-¡Mocosa, ya levantate y baja a comer!- gritó con enojó, mientras las garras de sus manos empezaban a surgir.
En la gran cama de la habitación, Esmeralda se movió entre las sábanas y pronto se sentó con dificultad.
El hombre al verla así, perdió su enojó y se acercó con preocupación.
-¿Qué te pasa, mocosa?- preguntó, deteniendose a un costado de la cama, para ser visto por la niña que tenía sus mejillas rojas y su ojo abierto con dificultad.
-Señor lobo... todo me da vueltas.- exclamó la pequeña antes de caer en la cama y cerrar su ojo mientras respiraba agitada.
El lobo se sentó a su lado y con su mano izquierda, tocó la frente de ella.
Tenía fiebre, tenía mucha fiebre.
Debió de darse cuenta antes, ésa niña se suele levantar antes que él la mayoría del tiempo.
-Hoy te quedas en cama.- ordenó el rubio mientras se ponía de pie, agotado.
Lo que le faltaba, ahora tendría que hacer de enfermero de una niña humana.
Antes de que el hombre pueda irse, Esmeralda lo agarró débilmente de la mano y volteó para verla.
-No... no quiero quedarme sola.- dijo la pequeña, con su ojo cerrado, suspirando agitada y sosteniendo la mano derecha del lobo, con ambas suyas, usando las pocas fuerzas que le quedaban.
-No seas tonta, necesito preparar un paño húmedo para que tu fiebre se calme.- aclaró el lobo con voz calmada, sintiéndose raro por ver a ésa niña así.
¿Será qué sin darse cuenta la empezó a querer y se preocupaba por ella?
No, éso era imposible, él jamás sentiría algo de cariño por ésa niña abandonada; seguramente sólo le fastidiaba tener a alguien enfermo en su casa.
-No me dejes sola, prometo que me portare bien, seré más egoísta, tendré amigos y sonreire más, justo como siempre quisiste, pero no me puedes dejar... no me dejes, mami.- dijo la rubia, cada vez oyendose menos su voz, hasta quedar completamente dormida.
Su cuerpo ya no daba más, estaba muy débil como para mantenerse consciente.
El ojiazul, al ser llamado así, gruño con enojó.
-¿Cómo me...
El hombre dio un suspiro profundo, calmando su enojó.
Era obvio que ésa niña estaba delirando, así que no tenía caso enojarse.
Seguro que en ése momento estaba pensando en su madre.
No le quería dar interés al asunto, pero entre más pasaba el tiempo, más curiosidad sentía por saber sobre lo que vivió ésa niña humana.
¿Qué pasó con su madre?
¿Por qué parecía no tener un nombre propio?
¿Por qué alguien tan pequeña quiso renunciar a su propia vida cuando ni siquiera era consistente de su entorno?
No sabía lo qué le hicieron los humanos, pero tartar mal a una simple e indefensa niña, era algo impermeable y sí llegaba a tener la oportunidad, él mismo haría pagar a todos los que se aprovecharon de alguien inocente.
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Las horas pasaron, la lluvia no se detenía, sólo se hacía más fuerte, habiendo cortado la luz, y Esmeralda abrió su ojo lentamente, viendo como a su lado estaba el hombre, sentado en una silla, con sus ojos cerrados y sus brazos cruzados.
Por el sonido que sentía, al parecer había una fuerte tormenta y sólo se le ocurría un motivo por lo que el señor lobo estaba a su lado en ése momento.
Acercandose más al borde de la cama, sintiéndose algo cansada, estiró su brazo izquierdo y apoyo la mano en la rodilla derecha del hombre que abrió sus ojos con sorpresa por el tacto.
-No se preocupe señor lobo, no tiene que tenerle miedo a la tormenta, yo estoy aquí para cuidarlo y no me iré.- exclamó la pequeña, sonriendo levemente.
El hombre, lejos de enojarse como habitualmente lo haría, sonrió levemente al ver que ésa niña por fín abrió el ojo y parecía estar mucho mejor.
-¿Sí? Más te vale cumplir tu promesa o lo lamentaras, mocosa.- susurro el hombre de manera tranquila.
Esmeralda no entendió a que se refería el hombre, pero le restó importancia debido a que su estómago rugio con potencia, pidiendo alimento.
El rubio miró a la pequeña en shock por el ruido que hizo su panza y ella, con su rostro rojo de la vergüenza, volteó la mirada hacía otro lado.
-La tormenta hace ruidos muy raros aveces.- exclamó, intentando fingir que no fue su estómago el que hizo ruido.
El hombre, no pudiendo resistirse, volteó el rostro y se cubrió la boca levemente con una mano.
-¡Jahah!... no puedo creer que alguien tan pequeña, pueda hacer tanto ruido cuando tiene hambre.- se burló el rubio mientras la niña, se daba media vuelta en la cama y se cubría el rostro con la almohada.
-¡El señor lobo es un... un... tonto!- gritó la avergonzada pequeña mientras el hombre la veía con una sonrisa burlona.
No sabía las cosas que tuvo que vivir ésa niña humana, ni sabía lo que pensaba realmente, sólo sabía que tenía ganas de que ella viva una vida felíz y tranquila.
"-¿Puedo llamar al señor lobo, papá?"
Aquella pregunta que ésa niña le hizo hace un tiempo, vino a su cabeza y fruncio el ceño con fastidio.
¿Por qué rayos de repente estaba pensando en ésa tontería que le preguntó ésa cría humana?
El es el orgulloso y temible lobo feroz, una bestia despiadada que no quiere a nadie, que no se preocupa por nada ni por nadie y que le gusta estar sólo.