El feroz lobo caminaba lentamente por el bosque, con su respiración agitada y su mirada de depredador latente, tan aterradora en ése momento que hasta las aves de alrededor huían.
Otros lobos se aliaron y le quisieron tender una trampa a él, el dueño de ése bosque, el ser más peligroso, para así tener su territorio pero logro acabar con todos, como siempre.
Saliendo de la parte llena de árboles, diviso su hogar, donde en la entrada, en los tres escalones que había antes de la puerta principal, estaba sentada ésa niña humana, con su habitual caperuza roja puesta mientras abrazaba su tonto juguete de peluche.
Se acercó más y más hasta quedar delante de ésa niña que lo veía fijamente, sin tenerle siquiera un poco de miedo.
-Bienvenido señor lobo, ¿por qué tiene su forma de perro callejero?- preguntó la pequeña, siempre tan inocente y amante de provocar al lobo.
El feroz lobo cerró sus ojos y volvió a su forma humana para encontrarse sentado en el césped, agotado.
¿Por qué ésa niña no le tenía miedo y hasta le decía ésas cosas dignas de muerte? No, mejor preguntarse, ¿por qué se lo permitía y no le hacía nada?
Muchos en el pasado perdieron sus vidas hasta por murmurar a sus espaldas, pero ésa niña humana que no tenía siquiera fuerzas para defenderse sola, le decía todo sin contención y no le hacía nada.
El hombre sintió una pequeña mano en su rostro y abrió sus ojos para encontrar a ésa atrevida cría humana, tocandolo.
Las únicas veces que sentía el contacto de alguien era al pelear por su territorio, en ningún otro momento y ahora ésa niña le tocaba la mejilla como sí nada.
Los humanos sí que son atrevidos y tientan contra sus propias vidas, aún sabiendo que muchas veces no tienen ni oportunidad de huir.
¿Por qué hacían éso y cómo es que criaturas más fuertes que los humanos, se doblegaban ante ellos, sin oponerse?
No tenía sentido, sólo eran animales tontos y débiles que fueron amaestrados.
-¿Se encuentra bien?
Tiene manchas rojas en su cuerpo.
En verdad, aveces no sabía sí ésa niña era inocente, tonta o simplemente fingia para hacerlo enojar, pero algo sabía y es que él no estaba siendo amaestrado por ésa humana.
Agarrando la mano de la pequeña, acercó un poco su rostro al de ella mientras sonreía de manera malvada.
-Estás manchas rojas no son mías, son manchas de sangre de niños, niños humanos que no apreciaban sus vidas y me faltaron el respeto, justo como tu, mocosa.- exclamó el rubio, intentando asustar a la pequeña.
Esmeralda ledeo la cabeza de manera inocente.
-Pero yo sigo tratando al señor lobo de usted, el señor lobo es el grosero que me tutea desde el primer día y me llama mocosa, sin ninguna pizca de educación.- señaló la ojiazul con su habitual mirada calmada.
El hombre al oír éso, tuvo un leve tic en el ojo izquierdo antes de soltar la mano de ésa niña y dejarse caer en el césped, cubriendo sus ojos con su brazo derecho.
No tenía ganas de tratar con ésa humana en ése momento, sólo quería descansar un rato.
No estaba siendo domesticado ni nada por el estilo, pero ésa niña humana le parecía interesante y dejaría que se quedé a su lado por ahora.
La pequeña se acercó al costado del hombre y se arrodilló, colocando su peluche encima del pecho de él, siendo ignorada.
Para sus ojos, no importa que haga o lo que sea, el señor lobo no le daba miedo por que cuidaba de ella, dándole alimento, abrigo y un techo.
Sólo le estaba agradecida por su bondad.
-Señor lobo, ¿esta cansado?- preguntó la rubia.
-Sí.- respondió el hombre de manera cortante.
Sólo quería silencio, nada más.
-¿Tan cansado qué no podría enojarse conmigo?- preguntó la pequeña.
El hombre al oír éso, fruncio el ceño y se sentó, tumbando el peluche de la niña que apartó la mirada.
-Muy bien, mocosa, ¿qué fue lo que hiciste?- preguntó, intentando darle una oportunidad.
A lo mejor, no hizo nada tan malo y sólo estaba asustada por una tontería, así que no tenía que perder el control.
-Yo... supongamos que hipoter... hipo... hipotéticamente hablando, una persona traviesa quiso intentar cocinar algo delicioso para que el señor lobo se ponga felíz y... ahora la cocina es un caos.- dijo la niña, sin atreverse a mirar al hombre directamente.
-¡¿Qué?!
Y el rubio sintió como sus garras salieron a la luz, sin poder controlarse.
-Pero es hipotéticamente... y no usé ninguna cosa cortante ni fuego, sólo agua.- exclamó la pequeña, mirando al hombre con una sonrisa.
El señor lobo le prohibió tocar cualquier cosa cortante o usar fuego, y le hizo caso como la niña buena que es.
-Ésa persona se quedará sin cenar, dormirá en la tina del baño y limpiara todo el desastre que hizo.- aclaró el hombre, con mirada asesina.
Esmeralda se estremeció, por fín sintiendo miedo y empezó a parpadear consecutivamente, con su ojo lloroso.
-Que... que bien que es hipotéticamente...
¿Y no se podría llegar a un acuerdo en caso de que en verdad suceda todo éso?- preguntó, forzando una débil sonrisa mientras las lágrimas caían de su rostro.
El hombre que la veía con enojó, al ver como se esforzaba tanto para mantener ésa sonrisa aún cuando lloraba, agachó la mirada y se cubrió el rostro con ambas manos, aguantando las ganas de reír.
Ésa humana sí que era un caos, pero no podía evitar no reírse en ése momento.
-Se... señor lobo... ¡Sniff!... no lloré, por favor, le prometo que no lo volveré a hacer... ¡Sniff!
Y Esmeralda, entre llantos estaba preocupada por el hombre al creer que lo hizo llorar por sus travesuras.
Ella sólo quiso hacer algo delicioso para mostrarle agradecimiento por cuidarla y acabó haciendo un desastre, terminando con el señor lobo llorando.
Su mamá estaría muy decepcionada y enojada con ella sí la llegaba a ver en ése momento.