Por el bosque corría una niña con caperuza roja, lo mas rápido que podía mientras era seguida por dos grandes lobos, uno un poco mas grande que el otro.
La verdad podían calzarla cuando quieran pero era tan divertido ver correr a su presa, intentando cuidar su patética vida, intentando negar que ése era su fín.
La niña se detuvo al estar delante de una gran roca, sin salida ni escapatoria de sus cazadores.
Volteo mientras recuperaba el aliento luego de tanto correr y vio a ésas bestias mirandola con hambre.
Bueno, ya no tenía donde huir y aceptaba su destino, después de todo, renunció a su vida hace tiempo, cuando fue separada de su madre, pero... sería algo bueno que pudiese despedirse del señor lobo y darle las gracias por devolverle por un momento, un poco las ganas de vivir.
-¿Por qué tu mirada no refleja miedo?- preguntó el lobo mas grande, algo molestó por no ver nada de miedo en la mirada de ésa niña.
La pequeña salió de sus pensamientos y miró a ése lobo de manera tranquila.
El señor lobo era bastante mas grande e intimidante en ésa forma y no le tenía miedo, ¿así qué por que le asustaria ésos dos?
Además, gracias al señor lobo también entendió que no importaba la apariencia de los demás o su actitud, hasta un lobo feroz puede ser amable y proteger a alguien indefenso.
-¿Por qué debería de tener miedo?- preguntó Esmeralda, algo confundida.
Ellos no eran seres humanos que se complacen del sufrimiento del otro para lograr lo que desean, sólo eran lobos cazando a su presa para alimentarse; sólo seguían la ley de la naturaleza.
-Por que somos grandes, peligrosos y te comeremos.- dijo el otro, siendo la voz de una loba, acercándose mas a ésa niña humana.
En toda su vida, cada vez que cazaban, sus presas siempre lloraban del miedo, pero ésa niña humana que posiblemente todavía no tenga conciencia entre el bien y el mal, se mostraba completamente tranquila, cosa que les molestaba mucho.
-¿No deberían de tener miedo ustedes?- preguntó la rubia.
Sí el leñador llegaba a aparecer, seguro atacaria a ésa pareja de lobos, así que era mejor para ellos irse.
-¿A qué le tendríamos miedo? ¿A ti?- preguntó la loba con burla.
Ya lo entendían, ésa humana no tenía miedo por que era una tonta que fingia ser valiente pero con sólo clavarle las garras en su pecho acabarían con su vida; ni siquiera era necesario usar sus colmillos.
Algunos humanos viven en un triste engaño, en su propio mundo de fantasías, intentando huir de la cruel e injusta realidad.
A pesar de que se alzaban en la cima, aveces los seres humanos podían ser tan tontos.
-No, a mí.
Una voz se oyó y los dos lobos levantaron la mirada para ver como en la cima de ésa gran roca había un hombre rubio de ojos azules y con ropa muy elegante que pronto saltó, quedando en medio de la niña y ellos.
¿Quién se creía ése patético humano para meterse en el medio?
¿Otro tonto qué por vivir en un mundo de fantasías sería devorado?
Bien, acabarían con ambos sí así lo querían.
-¿Qué hacen en mi territorio?- preguntó el rubio, tornando sus ojos en un color dorado.
La pareja de lobos se dieron cuenta al instante de quien era él y se agacharon con mucho miedo, mostrando sumisión.
-¡Por favor, nosotros sólo tenemos hambre y nadie iba a notar sí alguien tan pequeño como ella, desaparece!- dijo el lobo, oyendose muy asustado mientras pensaba sí huir era una opción.
A quien tenían delante de ellos era un lobo solitario que no necesitaba de una manada para acabar con cuantos se le plazca cuando quiera.
El recién llegado alzó a la pequeña con su brazo izquierdo y miró a ésos invasores de manera amenazante.
-Las cosas pequeñas son las que más se atesoran, ya que su valor es irremplazable y yo soy quien protege a está cosa pequeña, frágil y molesta. - exclamó, haciendo que de su mano libre aparezcan sus garras.
Esmeralda al ver como la pareja de lobos se vio muy asustada, apoyo sus manos sobre el hombro de quien la carcaba.
-Señor lobo.- susurro, dando a entender que no quería que los lastime.
Los lobos vieron como ése solitario lobo que adoptaba la forma de un humano, ése lobo que nunca seguía ordenes ni peticiones de nadie, en ése momento pareció cerrar sus ojos por un segundo, calmadose y haciendo que su mano regresé a la normalidad.
-Por esta vez los dejó ir, pero vulven a poner una de sus sucias patatas en mi territorio y acabaré con ustedes.- sentenció Terence, con voz amenazante al final.
Los lobos no discutieron ni dijeron nada mas, sólo se dieron media vuelta y huyeron lo mas rápido posible.
Su orgullo no se los permitía, pero en el fondo estaban agradecidos con ésa niña humana por impedir que ésa bestia acabé con ellos.
-El señor lobo sí que da miedo.- dijo Esmeralda mientras veía a su protector con sorpresa.
El hombre, aun con sus ojos dorados, miró a ésa niña humana con enojó mientras sus colmillos se veían levemente.
-¿No te dije qué no te alejes?- preguntó el rubio de manera muy severa.
La pequeña al oírlo enojado, desvió la mirada, recordando que anteriormente estaban disfrutando la paz del bosque, estando el señor lobo durmiendo sobre la rama de un gran árbol, dandole la orden de que no se aleje, pero ella cuando vio una mariposa, la siguió y se alejó mucho, acabando en ésa situación.
-Yo... lo siento y muchas gracias por ayudarme, el señor lobo es el mejor.- exclamó Esmeralda, abrazando al hombre con una sonrisa, intentando evitar algún castigo merecido por ser desobediente.
El rubio, calmó su enojó, dio un leve suspiro derrotado y sonrió levemente.
La vida sí que da vueltas y vueltas, ya que jamás creyó proteger a una niña humana y mucho menos permitir que le dé un abrazo.