La hija del lobo feroz

Nuevo inició

Lobo y niña, ya estaban en su nueva casa en el pueblo humano, con los muebles ya acomodados.

El hombre que tenía cara de pocos amigos, dio un gruñido y se acercó a ésa niña que ya llevaba hora y media sentada en el suelo, en un rincón, con la cabeza gacha.

-¡¿Se puede saber qué te pasa?!
¡¿Sí sabes qué estoy haciendo esto por tu bien?!
¡Yo, un lobo solitario, vino a vivir en el pueblo humano, en una casa de dos pisos, con vecinos seguramente fastidiosos y todo por ti, una mocosa humana mal agradecida!- gritó el hombre mientras sus ojos se tornaban dorados.

La pequeña, apretó su vestido con fuerzas y miró a ése furioso hombre, con enojó y un leve puchero.

-Yo no le pedí que lo haga.- dijo la pequeña.

El lobo con forma humanoide, tuvo un tic en el ojo, sintió su sangre hervir pero como buen adulto que quería fingir ser, dio un suspiro profundo y se calmó.

No podía adquirir su forma de lobo y perseguir a ésa niña para darle un merecido, ya no porque estaban en ése pueblo lleno de humanos.

El rubio se puso de cuclillas y miró a Esmeralda con cansancio.

-Muy bien, sé que no te gusta la idea pero ahora podrás estar más tiempo con tus amigas, podrás ir a la escuela, tendremos los negocios cerca y ya no tendrás que usar el peligroso bosque como patio de juego.- exclamó el hombre.

Al inició quizás no, pero con el pasar del tiempo, cuando menos se dio cuenta, a ésa niña le empezó a gustar salir a jugar afuera y realmente no tenía ganas de estar a su alrededor, cuidandola.

El pueblo es más seguro que un bosque con animales salvajes y plantas peligrosas.

-A mi me gusta el bosque y no es peligroso, después de todo, es donde conocí al señor lobo.- dijo la pequeña, un poco más calmada.

El hombre, hizo su mejor esfuerzo para no sonreír al oír éso.

¡¿Por qué se alegraba de oír cosas tan tontas como ésas?!

Definitivamente estar tanto tiempo con ésa humana lo estaban haciendo blando.

-Por lo que veo ahora que hablé contigo, realmente no te molesta tanto haber venido a vivir aquí.
¿Qué es lo que te tiene tan enojada y en este rincón?- pregunto el ojiazul, con curiosidad.

Usualmente los berrinches de Esmeralda no duraban tanto tiempo.

-No estoy aquí por que quiero, estoy aquí por que el señor lobo se enojó conmigo y me mando al rincón, por algo que ni sé.- respondió la rubia, con su ceño fruncido al recordar como fue mandada al rincón de la nada.

Terence abrió sus ojos con sorpresa al recordar éso y pronto recordó que la mando al rincón por tener la fragancia de alguien a quien realmente odiaba mucho.

Si, oidaba a muchas personas y no personas, pero con quien estuvo Esmeralda, era posiblemente el peor de todos.

-Gracias por recordarme éso, ¿quieres una manta o algo?
Por que por el resto de esta semana no te mueves de ése rincón de la reflexión.
Estás castigada.- aclaró el hombre, empujando levemente la frente de la pequeña con un dedo.

Esmeralda al oír éso, se volvió a enojar.

-¡¿Al menos dígame por qué estoy castigada?!- pregunto la rubia con enojó.

Los primeros días, ella raramente hablaba, pero ahora hasta discutía con su tutor, como si siempre lo hubiesen hecho.

-Por juntarte con quien no debías y por que me gusta hacerte enojar.- respondió Terence con una sonrisa burlona mientras se ponía de pie.

Esmeralda, cansada de su castigo sin sentido, se puso de pie, desafiando al dueño de casa.

-Tienes agallas... éso o eres muy tonta.- dijo el lobo con forma humanoide, mientras se cruzaba de brazos.

Debía admitir que ver como ésa niña que cuando conoció no tenía ganas de vivir, ahora le desafiaba, lo llenaban de orgullo pero no lo diría en voz alta.

El sonido de alguien llamando en la puerta principal se oyó y Terence volteo la mirada en ése dirección, percibiendo el aroma de las personas.

Los vecinos amables del pueblo le vinieron a dar la bienvenida.

Usualmente los ignoraria pero era algo bueno para Esmeralda, además...

Terence miró a la ojiazul fijamente y apoyo su mano derecha en la cabeza de ella, antes de bajarle su caperuza para que se le vea bien el rostro.

-Vecinos nos vienen a dar la bienvenida, sé amable con ellos, en especial con el carnicero, siento el aroma de carnicero, puedes ignorar a los demás sí quieres pero no al carnicero, sí haces enojar al carnicero, no te volveré a hablar.- exclamó el lobo con forma humanoide, con completa seriedad.

-Al señor lobo sí que le gusta la cagne.- dijo la rubia, no pudiendo pronunciar bien la palabra carné.

El hombre no respondió, sólo se dio media vuelta y se dirigió a atender a su visita, seguido por Esmeralda y listo para fingir una sonrisa.

El hombre abrió la puerta y sonrió de manera amable, haciendo que Esmeralda se haga hacía atrás, no reconociendolo.

-Hola, ¿se les ofrece algo?- pregunto el hombre de manera amable.

Todo para llevarse bien con el carnicero, quien vende la mejor carné que comió hasta ahora... y para ayudar a Esmeralda a abrirse con los demás humanos y ésas cosas tontas.

-Bienvenido a nuestro humilde pueblo, señor Terence.- saludo un hombre de piel algo bronceada, ojos verdes, algo rellenito, sin cabello y con bigote.

El alcalde de la ciudad, ése era el hombre.

Atrás del hombre se encontraban una mujer rubia con ojos marrones y anteojos, vestida de manera elegante, otra mujer con cabello castaño hasta los hombros y ojos verdes, una señora veterana que usaba un bastón y tenía ojos marrones, un hombre con rostro amable, cabello negro y ojos marrones claro que desprendía aroma a panadería y entre ellos, el más importante de todos, un hombre alto, robusto, con poco cabello negro y un par de canas, ojos azules y que tenía un delantal de carnicero.

Para un lobo, ése era el ser humano perfecto, el único que merecía algo de respeto.

-Mucho gusto, desde ahora mi hija Esmeralda y yo viviremos aquí, espero que nos llevemos bien.- exclamó Terence, con una mano sobre la cabeza de Esmeralda quien le abrazaba la pierna y veía a la visita con algo de miedo.



#1194 en Fantasía

En el texto hay: familia, lobo, padre e hija

Editado: 18.06.2021

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