El tiempo es algo pasajero y cuando alguien lo disfruta, parece pasar a mayor velocidad.
Tan sólo parecía que ayer, Terence vio por primera vez a Esmeralda, con la mirada sin ganas de vivir, en aquella noche de lluvia y ahora, la tenía delante de él, con la mirada inocente de una niña de su edad, sonriendo con alegría mientras estrenaba su uniforme de la escuela.
-¿Qué tal me veo? ¿Linda? ¿Muy linda? ¿Hermosa? ¿Preciosa? ¿Cómo una adulta bella y responsable?- preguntó la pequeña, con entusiasmo.
El lobo con forma humanoide, por un leve segundo se vio triste, pero pronto fingió fastidio.
-No sé porque me preguntas, yo te veo igual de fea que siempre, pero con otros trapos.- respondió el rubio, mientras la niña lo veía con enojó.
-Pues, el señor lobo es un tonto.
Tras decir éso, Esmeralda se volteó donde estaba aquella mujer a la que consideraba como a su verdadera madre, viéndola con alegría.
-Te ves preciosa, más que de costumbre.- dijo Ruby, antes de agacharse y abrazar a la niña que ahora estaba feliz por recibir un halago.
Terence, volvió a poner mirada triste, aprovechando que la niña estaba de espalda, siendo visto por la mujer que lo ignoró.
¿Por qué se sentía tan... triste y tenía las enormes ganas de decirle a Esmeralda que no iría a la escuela, que contrataría un maestro, al mejor maestro de todos, para que le enseñe?
Ruby, dejó de abrazar a la pequeña y la miró, con una sonrisa amable.
-Sé que será tu primera vez en una escuela, con varios niños de tu edad y que quizás tengas miedo, pero nada malo pasará, ¿entiendes?- preguntó la pelirroja, sabiendo que la niña podía tener miedo a la nueva etapa en la que se adentraría.
-No tengo miedo, ya soy una mujer grande y me sé cuidar sola.- exclamó Esmeralda, con gran entusiasmo.
Era la primera vez en su vida que estuvo tan emocionada, hasta el punto en el que casi no pudo dormir a la noche, pero no estaba cansada en lo más mínimo.
Pasó por cosas malas, por cosas que no podría olvidar por más que lo deseé, pero quería avanzar y para éso, tenía que dejar atrás todos sus miedos, su triste pasado.
Ruby, miró un gran reloj que había cerca y luego a la niña, mientras se ponía de pie.
-Ya es hora...
Limpiando sus manos por su vestido, muy nerviosa, la mujer le extendió la mano a la rubia, para llevarla a la escuela.
Esmeralda, agarró la mano de su madre y luego miró al lobo con forma humanoide, que estaba de brazos cruzados y con cara de amargado.
-¿Qué?- preguntó el hombre, con enojó.
La pequeña, extendió su mano libre al rubio, quien retrocedió al darse cuenta de que ella quería que también le tomé de la mano y la acompañé.
-Sólo por hoy, ¿siiiii?- dijo la rubia, que a pesar de oírse adorable, no mostraba expresión alguna.
Estaba dejando su doloroso pasado donde pertenece, en el pasado, pero todavía tenía mucho que lograr.
El hombre, mirándola con enojó por unos segundos, volteó la mirada con duda, luego agachó el rostro con sus ojos cerrados y enojado, para al final darle su mano.
-¡Bien! No tengo nada mejor que hacer y tengo que dar buena impresión a los humanos para que no sospechen lo que soy.- dijo el rubio, intentando mantener su orgullo con ésa excusa.
La mujer, sonrió con burla mientras que la niña, dio un gran suspiro, antes de ponerse a caminar los tres, rumbo a la nueva etapa de vida en la que Esmeralda se adentraría.
Estaba nerviosa, estaba asustada y estaba emocionada, todo al mismo tiempo, pero más que nada, pensar en que podría ser una niña normal como las demás, la ponían... feliz.
Éso era tan nuevo e increíble para ella, que parecía un sueño, un sueño que en verdad estaba viviendo.
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En la escuela.
La familia había llegado junto a su hija, viendo como los pocos niños del pueblo, iban llegando con sus padres, madres, abuelos, abuelas y otros pocos, solos o en grupo de amigos.
Una mujer de cabello castaño, atado en un bollo, con pecas, algo regordete y de ojos marrones, se acercó a la familia, dándose cuanta de que era la familia nueva del pueblo por estar al tanto que el hombre era alguien atractivo y su hija adorable.
Los tutores de la niña al notar que la persona que se acercaba era una maestra, soltaron la mano de Esmeralda.
-Muy buenos días... yo... ¿ustedes son la familia Esposito?- preguntó la maestra.
Esmeralda, la miró confundida por no tener ni idea de donde salió ése apellido.
¿No era común en ése tiempo que ése apellido lo tengan los niños sin padres?
Ella tenía un padre y una madre, así que no podía ser su apellido.
-Si, somos nosotros.- respondió Ruby, con una sonrisa nerviosa mientras veía a Terence, quien tenía mirada intimidante hacía los niños varones.
Si Esmeralda no hacía amigos, iba a ser por culpa de su aterrador padre, no por ser nueva en socializar.
-Mucho gusto, yo soy Margarita y desde hoy, seré la maestra de su hija.- se presentó de manera educada y amable la mujer, que miró a la pequeña.
Esmeralda, por instinto se quiso esconder, pero se contuvo y no lo hizo.
Ahora era una niña grande que va a la escuela, así que no debía seguir escondiéndose detrás del señor lobo.
-Es un placer conocerte, Esmeralda.
Espero que nos llevemos muy bien junto a tus compañeritos.- dijo la maestra, sonriendo.
Esmeralda, que vio como Mónica iba llegando a la escuela, acompañada por su abuelo, se puso contenta pero pronto se confundió.
-¿Por qué el uniforme de Mónica es blanco con celeste y el mío blanco con rojo?- preguntó la niña, a su maestra.
La mujer, la miró con sorpresa pero continuó sonriendo.
-Las niñas más pequeñas, del kinder, usan uniformes como el tuyo, los que están en años más altos, quienes son mayores que tú, usan los otros uniformes.- explicó la mujer.