La hija del mercader

La ironía del hombre

La vida del hombre está llena de ironía, donde no se puede decidir si se es feliz o miserable”. Esas fueron las palabras que escribió Aboki.

Las había pensado durante un largo tiempo. Repitiéndose en su mente cada noche y volviéndose cada vez más frecuente. Rondando su cabeza cada vez que caminaba por el pasillo del palacio o cuando se sentaba en el consejo, incluso cuando evaluaba a uno de sus alumnos desde lo alto de un árbol. No había brisa, palabra o aventura que le distrajera de ellas.

Había comenzado como una pequeña idea, no sabría decir cuando nació, quizá durante una cena con su hermano o un juego con sus sobrinos. Solo apareció y se negaba a irse y eso de alguna forma le hacía un desdichado.

—¿Qué estás escribiendo tío? —preguntó la pequeña Indis subiéndose a un banquito y encaramándose en la mesa. Aboki intentó cerrar el libro.

La niña era experta en salirse con la suya así que no le dejó tan fácil. Se abalanzó sobre él e intentó escalar por sus brazos hasta alcanzar el libro. Aboki lo tomó a manera de juego como siempre. Soltó el libro confiando que cayera cerrado y la agarró de las axilas.

Ella gritó, pero no se resistió demasiado. Aboki la hizo volar por el aire como un avioncito de papel. La pequeña reía y reía. Estaban en la cúspide de su diversión cuando la puerta se abrió.

Ambos se quedaron paralizados. Pronto el cabello de fuego reveló al intruso: Caranthir estaba en casa.

En cuestión de segundos Indis se olvidó de su tío y como pudo se arrojó al suelo. Sus piernas pequeñas y regordetas trotaron hacia su padre mientras gritaba de emoción. Aboki también estaba contento de ver a su hermano, aunque esa punzada de envidia le impedía sonreír.

Caranthir se arrodilló frente a la pequeña y le llenó de dulces besos. Hace tres meses que no lo veían. Llegaba con muchas maletas y con su gran espada al costado. Estaba sucio, cansado y feliz. Cualquiera podría verlo.

No tardó en bajar Niniel. La mujer estaba media despeinada, pero bellísima como siempre. Sus pies se movían rápido por las escaleras y saltó los últimos peldaños hasta los brazos de su marido. El abrazo fue muy largo y dulce.

—Al fin estás en casa —susurró

Un rato después estaban todos reunidos en la mesa, salvo Niniel que había ido a dormir al bebé. La familia había terminado la cena y disfrutaban un momento de descanso y buena charla.

Justamente Caranthir les platicaba sobre un pequeño problema que se había encontrado en la entrada de la ciudad. El comerciante al que escoltaba no tenía todos los documentos en regla. Así que unos guardias groseros quisieron caerle a palazos.

—¿Le pegaron papá? —preguntó asustada la pequeña Indis. Entre sus brazos apretaba un dragón de peluche.

—Claro que no, pequeña. Yo me lancé a su defensa.

La historia se llenó de golpes, patadas y espadazos que embelesaron a todo el público. Su hija mayor le escuchaba con reverencia y Tsarki notaba cada detalle y preguntaba. Caranthir arreglaba la historia hasta que se convirtió en una fábula. Aboki solo los miraba sintiendo que su corazón se derretía y al mismo tiempo se vaciaba.

—Basta ya de mí, ¿cómo están mis dos sacerdotisas favoritas? — dijo al acabar su historia.

Elantai no tardó en contar sobre un gato embrujado en el templo y como Tsarki no podía atraparlo. Su hermana intentaba callarla interrumpiendo a cada momento y alzando su voz. Caranthir solo las miraba, escuchando atentamente como si se tratara de una leyenda mágica.

—¿Nos trajiste algo? — se hizo escuchar al fin Tsarki despistando a su hermana que perdió el hilo de su historia.

—¿Es cierto, nos trajiste algo? — ronroneó Niniel bajando las escaleras.

Aboki siempre había considerado a su cuñada hermosa, pero hoy estaba deslumbrante. Caranthir era un Ya’yan con mucha suerte. Su esposa se había puesto un sencillo vestido morado que dejaba al descubierto sus hombros. Su cabello de fuego caía en bucles sobre su espalda y su sonrisa sincera le daba un aspecto angelical.

Ambos Ya’yan se quedaron boquiabiertos. Sin embargo, Aboki sabía que ese no era su lugar. Se levantó discretamente de la mesa dispuesto a marcharse.

Caranthir le ofreció su mano a su esposa y ella la aceptó con gusto. Él le atrajo con suavidad hacia sus labios, dándole un tierno beso. Después la rodeó en sus brazos, susurrándole palabras amorosas. Niniel se ruborizó un momento y después le dio un dulce beso. Aboki no quería romper el hechizo de amor, pero no le quedaba de otra. Carraspeó dos veces hasta que su hermano se giró.

—¿Te vas? —preguntó sorprendido. —Vamos hermanito todavía no has visto los regalos. Todos quieren verlos, ¿verdad?

Un coro de voces infantiles se alzó afirmativamente. Incluso, Tsarki se paró al lado de la puerta para evitar que su tío se fuera. Caranthir la miró juguetonamente y sacudió la cabeza. Esa niña se iba a convertir en un gran problema cuando crezca. Todos los sabían.

Una vez acordado, él rebuscó en una de sus bolsas y sacó una pequeña cajita. Tsarki gritó entusiasmada. Su padre lo abrió y reveló un par de pendientes azules. Niniel acercó su mano.

—Te los debía, amor. Son verdaderas piedras preciosas.



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En el texto hay: fantasia épica, enemytolover, romantasy

Editado: 09.10.2025

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