El resto de los meses fueron extraños porque la sensación de soledad no se fue, pero encontró un alivio momentáneo para su dolor. Siempre que la punzada de la enfermedad volvía, él se refugiaba en ella: Adelia. Se imaginaba cómo se vería, cómo hablaría, cómo se sentiría, incluso se imaginaba conversaciones, algunas románticas. Todas sus imaginaciones terminaban en un beso. Era consciente que eso no era normal, pero no podía controlarlo.
Ella era su refugio y cada día se obsesionaba con la idea de conocerla. Aboki había dejado de visitar el mundo mortal en un largo tiempo. La última vez él estaba herido y Caranthir y Niniel lo llevaban cargando. Solo recordaba imágenes borrosas de los bosques, el cielo y gritos. Ni un solo humano le quiso ayudar. Tuvieron que traerle al templo o habría muerto. Por eso quizá quiso olvidarse de esos humanos, ya era suficiente con los que vivían en el Reino de la Sombra.
Prefería visitar los territorios lupinos, a las brujas o incluso a aventurarse con los elfos, pero a los humanos, no. Ahora, sin embargo, viajaba a los límites del reino, al portal que dividía la magia de los mortales y se quedaba ahí. Mirando, tocando con la punta de sus dedos el muro que los separaba. Llamando a Adelia y soñando con ella. “Quizá dos solitarios puedan encontrarse” se repetía y añadía para sí mismo. “¿Por qué nosotros no?”
Una mañana en el campo de entrenamiento vio a su hermano cargando una carreta. La llenaba de provisiones y suministros. Eso solo significaba una cosa: Caranthir se iba de nuevo. Volvía al pueblo de los humanos. Esa era su oportunidad.
—Hermano — lo saludó ayudándole a subir algunas cajas.
Caranthir ordenaba los productos conservados gracias a la magia de las sacerdotisas. Era primavera y el esfuerzo de los granjeros rendía fruto. Llevaban diferentes frutas y hortalizas que solo eran conocidas en su mundo. Siempre se vendían a un precio extraordinario permitiendo el mantenimiento del reino. Además, llevaban artesanías, armas y joyas únicas.
—Aboki, ¿pasa algo? — preguntó con sospecha.
No era natural que él se interesara en esos viajes. Aboki se tronó los dedos para calmar un poco su nerviosismo. No sabía cómo reaccionaría su hermano al decirle. ¿Sospecharía algo?
—En absoluto. Yo… solo quería saber… claro si existe la posibilidad… tal vez… yo…
—¿Aboki? —preguntó él medio entrecerrando los ojos. Se le notaba algo preocupado.
—Yo... pensaba… que podría acompañarlos. ¿Qué opinas?
—¡¿Qué?!
La respuesta fue inmediata, llena de dudas y muchas preguntas. Aboki estuvo a punto de dar marcha atrás y decir que todo se trata de una broma, pero la imagen de Adelia le recordó que no podía hacer eso. Si quería cambiar su vida, tendría que arriesgarse.
—Así es. Hace rato que no viajo al mundo humano. Así que, me gustaría ir.
Caranthir procedió a decirle una serie de condiciones que debía considerar, por ejemplo, que tendría que usar su apariencia humana, tendría que viajar en una de las caravanas, tendría que ayudar con las ventas, debía asegurarse de proteger la mercadería…
—Te prometo que haré todo eso, hermano. Solo déjame ir.
—¿Estás seguro?
Esa era la pregunta que más temía porque no sabía si su voz le traicionaría. Quizá la razón volvería a él y decidiera quedarse como los últimos siglos, pero eso también significaba aceptar la soledad. Eso era inadmisible. Se negaba a quedarse solo.
—Claro que sí.
—Bien. Entonces ve a preparar tus maletas. Salimos mañana
¿Mañana? Eso era muy poco tiempo. Había tanto que empacar, debía dejar a un guía de exploradores, tenía que pensar que ropa llevar. Aboki corrió a casa tan rápido como le fue posible. Ni siquiera se despidió de su hermano.
Cuando llegó comenzó a sacar valijas y a desbaratar todo su guardarropa. Llevaba años sin vestir a la moda. ¿Qué se usaría en los reinos humanos? ¿Debería llevar el lazo de su hermano? ¿Sería una broma?
Pasó preguntándose y contestándose a lo largo de la tarde. Armó y desarmó sus maletas una y otra vez. Varias veces se arrepintió y tiró la ropa por todas partes. “Esto es inútil”
pensaba. Ella no me querrá. No me dará la oportunidad de conocerme. ¿Cómo la convenceré? Debe ser feliz en su mundo. Debería renunciar a todo por mí.
Se acostó cerca de las doce de la noche y cuando lo hizo no pudo dormirse. Estaba demasiado emocionado. Sentía que al fin su vida daría un oportuno giro. Cuando al fin su cuerpo cayó de cansancio, soñó con Adelia, se la imaginaba con la piel bronceada y los ojos azules, sobre todo se moría por su sonrisa porque era para él y en cuánto a su marca de nacimiento eran una serie de símbolos en su mejilla que le encantaban más todavía.
Los golpes en su puerta le obligaron a despertarse. Tropezó con sus maletas y dando trompicones abrió. Su hermano estaba afuera. Cambiado y listo para irse. La luz apenas tenía el cielo. Quizá se había dormido unos veinte minutos.
—¿Estás listo? —preguntó Caranthir.
—Claro que sí. Solo déjame recoger mis maletas.
Aboki no estaba seguro dónde estaban todas sus maletas. Solo encontraba tres y le faltaban como cinco. Lo peor era que Caranthir estaba inquieto y quería irse ya.