La hija del mercader

Entre calles y espejismos

Al mes de viaje la ciudad se asomó en el horizonte. Era un poblado con edificios de piedra y casitas con techo de paja. Un lugar diferente a como lo había imaginado. Había pensado en construcciones blancas y en cúpulas doradas, algo más parecido al Reino de la Sombra.

El olor también era diferente. No era olor de bosques y montañas, sino a algo más… algo desagradable semejante al agua estancada.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó tapándose la nariz con la manga de su saco.

—¿A qué te refieres? —respondió Caranthir.

Elantai e Indis iban muy adelante, su caballo galopaba ya cerca de las puertas. El pequeño Jarumi, junto a su padre, movía sus manitas intentando llamar a sus intrépidas hermanas.

—Pues al olor. Es muy desagradable.

—Ah, eso. Bueno, es una ciudad bastante poblada.

Caranthir no dijo nada más y continuó. Era una bienvenida inesperada, pero real. Cualquier inconveniente palidecía con la ilusión de Adelia. Ella estaba entre esa piedra. Esperándolo.

Irónicamente, la espera lo estaba matando. Una gran muralla de piedra los obligó a detenerse. Aboki se sintió tentado a escabullirse de los guardias, pero era imposible. Su hermano ya lo había presentado y todos se fijarían de la ausencia de un príncipe.

—Ya lo estábamos esperando —decía uno de los guardias agarrando una fruta de cáscara roja y protuberancias verdes—. Estos siempre me han encantado —dijo, dándole un buen mordisco.

—Solo lo mejor para su ciudad —respondió Caranthir con una reverencia.

—¿Ya podemos pasar?

—Claro que sí, su majestad.

Las últimas palabras, aunque ciertas, sonaron como insulto. Caranthir tensó los labios en una fingida sonrisa y guio a la caravana. Pronto su hermano se convirtió en una figura de autoridad. Comenzó a repartir órdenes entre los soldados y dividió a la caravana en varios grupos.

—Te toca ir con ellos —le dijo a Aboki, señalándole a un grupo de carretas con artesanías.

—¿Estás seguro? —Caranthir frunció las cejas. Continuar era peligroso. —Quiero decir… yo podría hacer algo más divertido.

—¿Cómo qué? —su hermano se cruzó de brazos, visiblemente irritado.

—Podría cuidar a Jarumi —dijo Elantai, apareciendo como un ángel salvador. La joven derritió el corazón de su padre con una sonrisa. —También podría buscar alojamiento.

Caranthir gruñó, pero accedió. Le entregó al niño y Aboki comenzó a andar en la desconocida ciudad. No sabía mucho sobre Adelia. Solo que era hija de un mercader. No había pensado una forma de encontrarla. En su loca imaginación, pensó que una flecha le marcaría el camino.

—Si tú fueras un mercader llamado William, ¿dónde estarías? —preguntó al pequeño Jarumi, que respondió con un balbuceo.

—Sí, tienes razón. Debemos buscar a algún guía.

Se metieron entre personas atareadas que caminaban rápido y a empujones. Varias veces la corriente casi los llevaba, pero se mantuvieron en ruta. Observando y disfrutando de la ciudad. Al menos, Aboki lo intentaba.

Pensaba en alguna característica que resaltar. De seguro, Adelia quería su hogar. Así que decirle que era fea no era una opción. Debía mostrarse halagador. Mencionarle sobre los hermosos edificios y carteles desvencijados, sobre la pileta del centro llena de pececillos muertos o de los adorables niños andrajosos que correteaban por sus calles.

—Vamos, esta ciudad no puede ser tan mala —dijo para sí mismo.

Estaba por continuar recto, cuando en una intersección, se fijó en un guardia. El hombre se movía en una ronda particular. Demasiado cuadrada y con muchos puntos ciegos. Cualquiera con un poco de experiencia podría burlar sus defensas.

—Buenos días, oficial —saludó con cortesía. El hombre apenas le prestó atención. Se dedicó a mirarlo feo y continuar con su ronda.

—Estoy buscando a alguien —dijo, y esperó respuesta, pero nada. Carraspeó y lo intentó de nuevo.

Nada de nada. Se le ocurrió que quizá el guardia era sordo y pronto se encontró gritándole en medio de la calle. Jarumi lloriqueó un poco.

—¡Basta! —respondió el guardia plantándose y dándole un empujón. — ¿Qué me importa a mí que busques a alguien?

—Quería que me ayudara —respondió Aboki sin dejarse amedrentar—. Verá, soy nuevo en la ciudad y busco a…

—¡Silencio! No me importa. Solo vete antes de que te golpee.

Aboki no se controló y se echó a reír. Ese hombre ni en sus mejores sueños podría golpearlo. Jarumi se inquietó y comenzó a gemir. El guardia tampoco se lo tomó bien. Lanzó un puñetazo que rozó el hombro de Aboki. Cualquier rastro de burla se borró de su cara.

El guardia intentó otro golpe. Esta vez, Aboki lo esquivo con gracia. Pronto se reunió una multitud para observar el desastre que resultaba la pelea. El hombre se esforzaba mucho, lanzando golpes y patadas. Corría de un lado a otro e intentaba agarrarlo. Solo que era demasiado lento.

Aboki disfrutaba de su torpeza y bailaba de aquí para allá. Fingía estocadas y le golpeaba en la espalda o el cuello. Un par de veces le tiró del pelo. Cada esquivada provocaba gritos de entusiasmo. Un último empujón en la espalda dejó al guardia rendido.



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En el texto hay: fantasia épica, enemytolover, romantasy

Editado: 30.10.2025

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