Después de una charla y una advertencia Aboki abandonó el despacho del mercader William. Sus palabras todavía resonaban en sus oídos. Estaba asustado y emocionado por partes iguales. Los humanos tenían esta rara costumbre donde los padres decidían por sus hijas.
—Solo no la presiones —le había advertido William en su charla.
Había ilusión en sus ojos, la esperanza de que alguien quisiera a su hija y mejor que fuera un príncipe. Aboki se dirigió al salón de las dobles puertas.
Adelia estaba de espaldas a él, frente al espejo. Ya no llevaba el vestido sucio, sino uno sencillo y marrón. Cristina había reaparecido y le tomaba medidas. Colocaba la cinta por los hombros, los brazos, el pecho. Anotando los valores y murmurando para sí misma. Hasta eso Adelia miraba al suelo evitando por completo el espejo.
—Y bueno, ¿cuánto costará? — preguntó Aboki para hacer notar su presencia.
Adelia se encogió más de hombros, negándose a mirarlo. Cristina, en cambio, hizo una reverencia y continuó con su trabajo.
—¿Qué te ha dicho, padre? ¿Te ha dado permiso?
—Él me ha dicho mucho, pero su palabra no importa. Me interesa más tu opinión.
Adelia se quedó en silencio, incluso Cristina dejó de tomar medidas. Ambas parecían sorprendidas. Él sabía que no era normal ese pensar.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
—Muchos no quisieran escucharme. Dime, ¿por qué yo?
—Escuché de ti.
—¡Calla! Lo que hayas oído de tu hermano, no me representa.
Aboki torció los labios en una mueca. Lo único que su hermano había dicho era sobre el beso. Quizá eso la avergonzara. Debía evitar el tema por completo.
—Entonces quisiera conocerte.
—¿Te falta dinero?
—¿Qué?
—Sabes que soy la única heredera de mi padre. ¿Por qué más quisieras acercarte a mí?
—Adelia…
—Señorita. No te he dado la confianza y no crea señor que soy tonta. Ya he sido la burla demasiado tiempo y veo más allá de los rostros humanos.
—Yo soy diferente.
—No me digas.
Adelia no habló más. Volvió a indicar a Cristina que continuara con su trabajo. Aboki también se cuestionaba cosas. No entendía cómo explicarle lo que sentía. No, sin sonar como un humano más.
—Está bien —dijo al fin —. Déjeme pagarle lo prometido.
Adelia asintió.
—Cristina, dime sobre este nuevo vestido.
—Será de seda y blanco —dijo ella rápido. Temerosa de despertar la ira de su ama —. Esta vez añadiré más vuelos en los hombros y la falda será más ancha. ¡Quedarás preciosa!
Aboki lo dudaba. Viéndola bien ese vestido marrón era muchísimo más hermoso que el anterior. La sencillez destacaba sus rasgos femeninos. De hecho, ese escote redondo le quedaba bonito. Estaba seguro de que, si usara ese vestido por la calle, nadie la confundiría con una niña. Era una perfecta dama. Cristina terminó sus cuentas y se marchó.
—Vendrá pronto con el costo del nuevo vestido —dijo Adelia rompiendo con el silencio.
—¿Será caro?
—Depende.
—¿De qué?
—Del dinero que dices tener
Adelia hizo una mueca. El reflejo revelaba que su cabello volvía a caer sobre su cara, cubriendo la marca de nacimiento. También le permitía observarse a él mismo. No estaba acostumbrado a hacerlo, pero jamás le desagradaba. Tenía el cabello pelirrojo, los ojos azules, la nariz recta y los pómulos afilados. Siempre era considerado apuesto, solo que había un detalle. Esa no era su verdadera apariencia. La verdadera le enmarcaba dentro de la categoría de monstruo que asusta niños.
—Yo tampoco soy lo que ves.
Adelia levantó un poco la vista para verlo. Sus cejas se levantaron de manera divertida.
—¿A qué te refieres?
—Solo que… Este no es mi verdadero yo.
Para resaltar sus palabras dejó que el encanto descubriera su verdadero pelo, un río de fuego que solo presenció Adelia.
—¿Qué eres? —exclamó ella entre asustada e interesada.
—Diferente.
Dejó que sus palabras calaran en la joven. Su pelo volvió a la “normalidad” y se acercó más a ella.
—¿Me darás una oportunidad?
—¿Para cortejarme?
—Para conocerte.
Adelia se quedó pensativa. Aboki esperaba con el corazón en la mano. Ella no tenía ninguna razón para confiar en él. Ni siquiera para darle una oportunidad.
—Supongo que no eres un completo patán.
Aboki no cabía dentro de sí. Ella se lo estaba permitiendo y él no la iba a defraudar. Dejaron de hablar durante algo de tiempo. Él buscaba tranquilizarse y no dejarse llevar por la locura.
—Sabes —dijo rompiendo el silencio. —Creo que en ese vestido se te ve mejor.