La hija del mercader

Hasta que fuego habló

A la mañana siguiente se arregló, perfumó y salió camino a casa de Adelia. Todo el camino fue nervioso. No sabía si los guardias le dejarían pasar, si Adelia se arrepentiría, ni siquiera qué tendría que decir. Esto del cortejo no lo conocía. Bueno, en realidad, sabía lo que significaba, pero jamás lo entendió. En su raza las mujeres escogían y ellos no tenían ni voz, ni voto.

Cuando estuvo cerca distinguió a Cristina que le recibió con gran ceremonia. Eso solo incrementó su nerviosismo. Después le invitó a pasar a la mansión.

—¿Ya ha desayunado, mi señor?

—Un poco —respondió Aboki siguiéndole por un largo pasillo. En realidad, no había desayunado porque sentía naúseas.

—Entonces sería un honor que nos acompañara.

Cristina no esperó a ninguna respuesta. Abrió una puerta dorada, dejando al descubierto una gran mesa con infinitos platos y manjares. El estómago de Aboki no tardó en quejarse, gritando: ¡No comeré!

Aboki tomó asiento frente a Adelia. Tanto ella como su padre le saludaron cordialmente. William estaba sentado en la cabecera y su hija a lado derecho. Adelia mordisqueaba un pan con mermelada mientras su padre hablaba.

—¿Cómo ha estado? ¿Ha encontrado nuestra ciudad interesante?

—Siempre lo es, mi señor. Aunque debo admitir que en varios años no había venido.

—¿Has estado aquí antes? —preguntó Adelia sorprendida —. En toda mi vida no te había visto. Solo a tu hermano.

—No es que tengas muchos años, querida —respondió su padre.

—¿Entonces, usted ya lo conocía?

William entrecerró los ojos y lo miró. Que Aboki recordara la última vez que había estado en la ciudad, el mercader tenía unos tres años. Mencionar que antes había estado en la ciudad no había sido adecuado. Lamentablemente, ya no había vuelta atrás.

—En realidad, tampoco me acuerdo de usted.

—Sí, bueno… —carraspeó Aboki, agarrando una salchicha para darle un mordisco y ganar algo de tiempo.

Claro que no fue buena idea porque apenas tocó su lengua tuvo que luchar contra una arcada. Fue necesario de toda su voluntad para poder tragar ese pedazo. Hasta eso, sentía las miradas juzgadoras de Adelia y su padre. Hoy no estaba comenzando particularmente bien.

—No salí mucho de la posada—dijo tras tragar con mucha dificultad. —Era muy pequeño.

La explicación pareció convencer al mercader, aunque a su hija no. Adelia entrecerró los ojos y le lanzó una mirada que le prometía más preguntas.

El resto del desayuno fue mejor, aunque Aboki no pudo terminarse su salchicha, ni tomar su té. Lo que atrajo la atención de William y de varios sirvientes que le acribillaron a preguntas sobre si quería otra cosa o si algo no era de su agrado o si estaba enfermo. Aboki cada vez se sentía a punto de desmayarse. Se sentía como un interrogatorio donde le presionaban para que confesara su crimen y tal vez, lo haría.

Gracias al cielo, Adelia lo salvó. Fue algo gratificante. Ella era la única que se daba cuenta de su incomodidad. Así que apenas acabó su desayuno, invitó a todo el mundo a escucharla cantar.

—Eso es maravilloso —exclamó el mercader —. Mi hija ha tenido los mejores maestros desde muy pequeña. Su voz es magnífica —. dijo con orgullo. Adelia se limitó a sonreír.

Eso solo gesto hizo que las mariposas en su estómago revolotearan y Aboki tuvo que apartar la mirada para no desmayarse. Jamás se había sentido así.

Adelia tomó sus muletas y se encaminó al salón. Era un lugar lleno de instrumentos y de un pequeño escenario. Ella se posicionó ahí y se paró perfecta. Era una completa dama. Los demás tomaron asiento frente a la orquesta. Adelia aclaró su voz unas dos veces y después dio la señal a un músico que tocaba la flauta.

Notas agudas salieron del instrumento, anticipando una canción triste. Casi seguido comenzó a tocar el arpista, dotándole de ternura a la canción. Entonces brotada del mismo cielo nació la voz más bella que había escuchado. Perfecta, suave y única. Era hermoso, la belleza que decían que Adelia no tenía, era una mentira. La mujer más bella del mundo se encontraba en ese salón. Alzando su voz frente al mundo.

El sol acariciaba con cuidado sus rubios cabellos, su sencillo vestido blanco la convertían en un ser divino y su voz, su voz la hacía inmortal. Aunque Aboki no terminaba de entender todas las palabras, la armonía le llegaba al corazón. Por puro reflejo lágrimas negras rodaron por su mejilla y gotearon a sus manos. Él rápidamente sacó un pañuelo e intentó limpiarlas. No tenía que notarse.

Cuando la canción acabó, también lo hizo la magia. Aboki volvía a estar en el sillón. Adelia acalló los instrumentos y realizó una reverencia. Su padre llenó la sala de aplausos y Aboki no tardó en seguirle.

—¿Qué le pareció?

—Fue como escuchar a un ángel.

—¿Ya has escuchado ángeles? —preguntó Adelia un poco sonrojada. Su marca de nacimiento se asemejó más a una manzana que nunca.

—Algunos, pero no tan hermosos como tú.

Adelia se sonrojó más. Tanto que se vio obligada a bajar la mirada y a negar con la cabeza. Aboki no tenía que leer pensamientos para saber que ella no le creía.



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En el texto hay: fantasia épica, enemytolover, romantasy

Editado: 25.11.2025

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