Jamás había estado tan asustado, ni siquiera en la batalla. Su vida estaba en un modo diferente de peligro, uno que era invisible y al mismo tiempo real. Sus dedos estaban sobre su mejilla. Cálidos, pesados, reales. Quería que se quedara para siempre y, sin embargo, tenía miedo de abrir los ojos. Temía que todo fuera un sueño.
Colocó su mano sobre la de ella, sintiendo más su suavidad. Deslizó con cuidado su dedo sobre su piel. Fueron solo unos segundos y entonces ella se quejó. Fue un gemido que lo sacó de sus ensoñaciones.
Cuando abrió sus ojos, se encontró con Adelia sangrando. Intentaba lamerse su herida, una especie de raspón en el dorso de su mano. Al darse cuenta de lo sucedido, él deseó que la tierra se abriera y se lo tragara.
—Lo lamento —dijo desesperado y quiso tomarla de las manos, pero entonces recordó que no podía.
Extendió sus brazos y los retiró y de nuevo los extendió. Se moría por reconfortarla, por volver a sentirla de nuevo. Ella mientras tanto, le miraba sorprendida, sus ojos enormes lo examinaban. Miraba su herida y sus manos. Intentando entender que había pasado.
—Tu piel es… áspera —dijo medio girando su cabeza con una inocencia que llegaba al alma y lo dejaba sin aliento.
—Puedo hacerla más suave —respondió.
Ofreció su mano y ella la aceptó, sin ninguna sombra de duda. Con su mano entre las suyas se concentró y utilizó su energía vital para darle a su piel una textura humana, pero sin cambiar su apariencia. Su piel anaranjada resaltaba en su piel blanca como la crema.
—¿Cómo lo haces?
—Todos nacemos con esa habilidad.
—La de cambiar.
—No, con esto.
Aboki mostró su fuerza vital, un refulgir azul que rodeó todo su cuerpo. Sabía que hasta sus ojos estaban llenos de ese brillo. Adelia gimió de la sorpresa y se hizo para atrás. En su descuido golpeó una de las pilas de monedas y cayó llevándose todas las demás. Pronto se convirtió en una lluvia de oro que pareció ralentizar el tiempo.
Así entre monedas de oro y miedo, Adelia se recompuso lo suficiente para acercarse de nuevo. En sus ojos se reflejaba la curiosidad y más al fondo un espejo de él. Una especie de ser monstruoso que la opacaba totalmente.
Adelia colocó su mano alrededor del fulgor como si quisiera tocarlo. Una especie de cosquilleo le recorrió el cuerpo. Era ilógico porque no se suponía que tuviera terminaciones nerviosas.
—Es frío, pero… —cerró ligeramente sus ojos concentrándose —. Pero se mueve como el fuego.
—¿Lo sientes? —preguntó moviendo su mano de un lado para el otro.
—Siento… algo.
—¿Esto te permite cambiar de forma?
—Me permite hacer muchas cosas.
Adela volvió a sorprenderse. Sin embargo, una sonrisa dulce, un poco pícara cruzó su rostro.
—Estás lleno de sorpresas.
—¿Ya no me odias?
Ella se detuvo y fingió pensarlo.
—Odiar es muy fuerte, yo creo que…
—¿Qué?
Adelia hizo el ademán de ponerse de pie. Él la ayudó sujetándola por los hombros, así quedó su rostro frente al suyo. Él sentía su calor y un aroma de café que lo enloquecía. Sus labios estaban entreabiertos. Sus manos acariciaron sus mejillas y ella se acercó más. Aboki cerró los ojos, dejándose llevar por el calor. Sus respiraciones estaban sincronizadas. La sentía a centímetros de sus labios y, entonces ella se apartó.
Fue demasiado rápido, el frío lo golpeó y después llegó el miedo. De pronto, Aboki se sintió expuesto. ¿Qué estaba pensando? Era una locura mostrarse tal como era a una mortal y esperar que lo aceptara. El shock fue tan grande que no podía concentrarse para cambiar de forma. Ni siquiera en sus peores momentos había perdido su capacidad innata.
—Lo siento—murmuró y se levantó. Se subió la capucha de su capa e intentó escabullirse, pero entonces sintió su mano sujetándole.
—No, no es por lo que piensas —dijo rápidamente —. Es por mí.
—¿Por qué te repugno?
—¡No! No, eres… eres mágico
Su voz era demasiado perfecta y sincera. Él no dudaba que decía la verdad. Sin embargo, sentía que el corazón estaba en su boca. Sentía que su vida se definiría en esos momentos.
—¿Entonces?
—Es por tu hermano.
Jamás había sentido tanto en tan poco tiempo. Su raza vivía siglos, no se dejaba llevar por arrebatos o impulsos poco lógicos. Había años para vivir y los problemas a veces eran minúsculos, pero esto no.
Aboki sintió que el mundo se acababa. La ira bulló en su interior y calcinó su corazón. ¡Su hermano! No podía liberarse de él, ni siquiera ahora. Él le había ofrecido todo a ella y ella continuaba pensando en Caranthir. ¿Sería así siempre?
—¿Por qué lo amas a él? —gritó aferrándose de la mesa. Sus uñas se clavaron profundo en la madera y por un fugaz momento, quiso arrojarla lejos.
—¡No! Bueno… Aboki, mírame.
Fue tortuoso soltar la mesa y enfrentarse a sus ojos. No estaba asustada, ni enojada, había algo diferente. Recordó que esa mirada ya la había visto antes. El primer día que se conocieron, justo cuando permanecía con ese vestido blanco manchado y entonces algo hizo clic en su mente, era vergüenza.