—¡Abby, estamos aquí!
Abigail sonrió y, con su bandeja en la mano, tomó asiento con sus amigas: Violet Sanderson, Vivian Field y Rachel Coots.
—Bueno, ¿y cómo fue ayer? —le preguntó Violet.
Todas sus amigas creían que los domingos quedaba con un chico, un universitario de nombre inventado —James Bohrer— quien en ningún caso sería aceptado por sus padres. Para ella eso era más fácil que decir: «Voy a las recreativas Paradise Point para jugar a los marcianitos con Scott Schwartz».
—Bien, gracias por cubrirme, Violet.
—Para eso están las amigas —le respondió.
De forma inconsciente buscó a Scott aunque sabía que raras veces estaba en el comedor. El resto de la comida la pasaron hablando de Jesse Mcdowell, el capitán del equipo de fútbol, aquel de las que todas terminaban enamoradas:
—Hoy, en clase de biología, Jesse ha dicho algo súper gracioso —dijo Rachel tras suspirar.
Las demás se rieron y lo miraron al mismo tiempo: estaba sentado con la mayoría de su equipo, mientras charlaban sobre cualquier vicisitud. Abigail desconectó entonces y sonrió por la nota que le había escrito a Scott. Fue arriesgado para ella pero no pudo evitarlo. Pensó en la primera vez que lo conoció. Abigail enseñaba a un grupo de niños de catequesis y uno de ellos, Brandon Miller, se escapó de casa tras enfadarse con su madre. Ella pensó que podía estar en el Paradise Point porque sabía que le gustaban los juegos y fue a buscarlo. Mientras revisaba a cada uno de los jugadores, deslumbró una moneda en el suelo. Después de cogerla, le preguntó al primero que vio si era suya o si había algún departamento de objetos perdidos: era Scott Schwartz. Éste tomó la moneda, cabeceó hacia la máquina de PacMan y la instó a probar.
—No tengo tiempo, busco a Brandon Miller, es un niño pelirrojo que…
—Vamos, prueba y te ayudaré a encontrarlo.
Al final aceptó y se divirtió mucho:
—Oh, no, no, esos estúpidos fantasmas me persiguen.
—Come una fruta para comértelos —le dijo.
Cuando terminó la partida, Abigail sonrió ampliamente.
—No ha estado nada mal por ser tu primera vez, Maria.
—No me llamo Maria, soy Abigail Baxter, encantada —le dijo cediendo su mano.
—Sé quién eres, Maria.
—¿Y por qué me llamas Maria...?
Scott se encogió de hombros y señaló al final de la sala:
—Ahí está Brandon.
Abigail se puso la mano en el pecho aliviada y exhaló.
—Muchas gracias, te debo una. ¿Tú eres Scott, verdad? ¿El nuevo?
Asintió con una ceja elevada y dijo:
—Él mismo. Si me debes una podrías darme tu número de teléfono.
Cuando ella estuvo a punto de negarse, éste añadió, mostrando las palmas:
—No me malinterpretes, me gustaría que volvieses aquí, para hacer unas partidas. Creo que tienes potencial y necesito a alguien para mi equipo.
Abigail aceptó y quedaron en que la llamaría los domingos que pudiera para reunirse en el Paradise Point. No se arrepentía de haber dicho que sí, porque se divirtió muchísimo el resto de las veces. Además quiso ayudarlo, los ganadores del concurso se llevarían una consola Atari y Scott parecía quererla con toda su alma.
—¿Os habéis enterado? —comentó Vivian—. Al parecer Jesse y Candance quedaron el otro día.
—Sí, Jesse dijo que es un poquito ligera de cascos —añadió Violet.
—Vamos, chicas, no seáis así —dijo Abigail—. Jesse es un fantasma como los de PacMan.
Sus amigas la miraron extrañadas.
—Ya sabéis a lo que me refiero, no podéis creer nada de lo que os diga.
—Bueno, no es el primero que lo dice así que… —dijo Rachel.
Abigail terminó de comer su ensalada mientras pensaba en lo que cerca que había estado de delatarse a sí misma.
—Bendícenos, oh Señor, por estos alimentos que estamos a punto de recibir de tu generosidad por medio de Cristo nuestro Señor —dijo Jacob antes de la cena—. Amén.
—Amén —dijeron Blanche y Abigail al unísono.
Se pusieron a cenar, pollo frito y puré de patatas, Abigail no tenía mucha hambre, aunque no sabía por qué.
—Y dime, hija, ¿qué tal la escuela? —le preguntó su padre.
—Muy bien, papá, me han dado las notas del último examen de lengua.
—¿Que has sacado?
—Un sobresaliente —respondió.
—Oh, eso es estupendo, ¿verdad, Bitsy? Tu hermanita es muy inteligente —le dijo Blanche a su perro que estaba encima de su regazo.
—Vamos, cariño, ¿es necesario que esté en la mesa? —espetó su padre.
—Bitsy forma parte de esta familia, ¿verdad que sí, pequeñín?