Scott sabía que el Paradise Point estaría cerrado porque Daniel Morrisson, el dueño, se lo dijo. Aún así llamó a Abigail como todos los domingos, desde la misma cabina y a la misma hora. Introdujo una moneda y marcó el número que ya se sabía de memoria. «No deberías llamarla», pensó con el auricular en su oreja, pero tenía demasiadas ganas de verla para no hacerlo. No había dejado de pensar en ella durante esa última semana, más de lo habitual y un sentimiento que jamás había tenido, le carcomía por dentro como las termitas en un taco de madera.
—Residencia Baxter —dijo Abigail.
Tragó saliva y murmuró, más nervioso de lo que hubiera deseado:
—H-hola, Maria.
—Hola, ¿estás bien?
Scott se encendió un cigarrillo y trató de calmarse:
—Sí, perfectamente. Te espero donde siempre. No tardes.
Después colgó el auricular sin que a ella le diese tiempo de responder. Hizo su habitual ruta, primero pasó por la gasolinera del viejo Washington donde compró bebidas y después aparcó en el Paradise Point: sus persianas estaban cerradas y encima, habían dibujado a Frogger. Exhaló, se apoyó en el capó y esperó a que ella llegara. «Mira que hay chicas», se dijo a sí mismo. Ella era la hija del pastor, de ninguna de las maneras saldría jamás con un judío y menos con alguien como él, dejando a un lado la religión que parecía ser muy importante en Sleek Valley, Scott no se consideraba un ejemplo a seguir precisamente: jamás se molestaba en estudiar más de lo que le explicaban en clase, aunque le gustaba mucho leer y a la hora de la comida siempre estaba en la biblioteca buscando algún libro bueno, si era de terror o ciencia ficción mucho mejor. Pero sus notas eran penosas y su padre se lo recordaba siempre que tenía ocasión:
—Tu problema es que eres un vago y un inútil. ¿Sabes lo que tuvimos que esforzarnos para aprobar la universidad? ¿Crees que el dinero cae de los árboles?
Scott cerró los ojos y elevó la cabeza para que los rayos de sol calentaran su tez. Desde el interior de su coche, empezaron a sonar los ZZ Top:
—Rumour spreadin' 'round, in that Texas town… —cantó al unisono.
—Hola.
A Scott casi se le salió el corazón del pecho cuando reconoció la voz de Abigail Baxter. Al encontrarla tan cerca, carraspeó y negó con la cabeza.
—¿Está cerrado? —preguntó decepcionada.
—Sí, eso parece, hay un cartel que dice que están montando nuevas máquinas.
Ella asintió y hundió los hombros:
—Que lástima, me moría de ganas de hacer unas partidas. En fin, volveré a casa, así repasaré el trabajo que tenemos que entregar el martes…
—¡No!
Se le escaparon las palabras y notó como los colores le subían.
—¿No?
—No, o sea, podemos aprovechar para debatir algunas estrategias, y eso.
—Oh, vale —respondió ella.
«Joder, Scott, ¿qué haces?».
—Deberíamos ir al autocine, me han hablado muy bien de una película.
Abigail sonrió y lo observó con los ojos entrecerrados:
—Creía que querías debatir sobre la estrategia…
—Sí y también quiero ver una película, Maria.
Cabeceó contra el coche para que entrara, ella dudó y miró su bicicleta.
—¿Acaso quieres ir a un autocine con una bici?
Ella negó con la cabeza y entró en el coche cuando éste le abrió la puerta. Antes de subir él también, inhaló aire profundamente y trató de calmarse. «Vamos, Scott, no es una cita».
—¿Es una cita? —preguntó ella.
—¡¿Qué?! ¡No, por supuesto que no!
—Tranquilo, no te pongas así…
Scott arrancó el motor y salió del aparcamiento. Trasteó la radio sin ton ni son, sólo tratando de desviar la atención a sus palabras. «Más quisiera yo que fuera una cita». «¿Y por qué me lo ha preguntado?» «¿Debería haberle dicho que sí?».
—Oye, Scott, ¿qué juegos nuevos crees que van a instalar?
Scott suspiró aliviado por poder pensar en otra cosa:
—Bueno, creo que te gustará… Ms. Pac-man.
—¿En serio?
Emocionada, le tomó el brazo unos instantes, sólo unos instantes, que fueron suficientes para que Scott se pusiera tan nervioso que casi se saltara un semáforo en rojo. Frenó en seco.
—Lo siento, yo…
Scott negó con la cabeza y carraspeó. «Soy un idiota». No hablaron el resto del camino, hasta que llegaron al autocine donde daban E.T El extraterrestre.
—He leído que es una pa-sa-da —dijo Scott después de comprar palomitas.
—Yo también, Violet me habló muy bien de esta película.
—Ya, oye, ¿puedo preguntarte algo? —Abigail asintió con la cabeza—. ¿Que les dices a tus amigas? ¿Dónde se supone que vas los domingos?