La hija del pastor

7. La tentación

Abigail se puso a correr con el resto de sus compañeros para la clase de gimnasia, después de que el entrenador Harnett les dijera que dieran cinco vueltas tras calentar. Violet la alcanzó al empezar:

—Abby, hola.

—Hola, ¿estás bien? —le preguntó cuando se fijó en su rostro contrariado.

—¿Dónde estuviste ayer?

Abigail apartó la mirada y la dirigió directamente hacia Scott que estaba en las gradas soportando el rapapolvo que el entrenador le daba por negarse a correr con los demás.

—¿Por qué lo preguntas?

—Diane Richards me ha dicho que te vio en el autocine con Scott Schwartz.

Abigail lamentó haber salido de su zona de confort e ir a un sitio donde, con total seguridad, alguien la reconocería. Pero le gustó pasar un rato con él. Al girar la esquina, se paró en la fuente, tras unas columnas fuera del campo de visión del entrenador Harnett.

—Por favor, no digas nada.

Violet puso los ojos como platos.

—¿Entonces es verdad...?¿Tú y él...?

Negó con la cabeza:

—No, no, sólo somos amigos es que…

Le explicó toda la historia, al fin y al cabo era su mejor amiga desde el jardín de infancia.

—¿Por qué no me lo contaste?

—No pensé que comprendieras que me gustan los videojuegos…

—Bueno…

—Te parece raro, ¿verdad?

—Un poco… pero tú y el chico nuevo… eso me preocupa más.

—¿Por?

—Bueno, siempre está metido en peleas con Jesse y no creo que sea bueno que te juntes con él.

Abigail pensaba que Scott era mejor persona de lo que parecía a simple vista y odiaba que los demás lo juzgaran sin conocerlo.

—¡Chicas! ¿Qué hacéis allí? —preguntó Rachel cuando pasó corriendo.

—¡Ahora vamos! —bramó Abigail—. Violet, por favor, ¿me guardarás el secreto? Si mi padre se entera...

—¿No crees que al final lo sabrá?

—De aquí poco es la competición de videojuegos, sólo tengo que aguantar hasta entonces.

—¿O sea que dejarás de ver a Scott y de jugar a videojuegos?

Abigail parpadeó y empezó a correr.

—Sí, supongo.

No lo había pensado. «¿Dejar de jugar a videojuegos? No sé si quiero hacer eso...» Pero su amiga tenía razón, tarde o temprano alguien le comentaría a su padre algo del tipo: «Oh, sí, el otro ví a Abigail en los recreativos. Estaba con ese judío». 

«Sí, quizás sea lo mejor, antes de que sea tarde», determinó. Pero cuando pasó delante de las gradas y lo vio, a Scott Schwartz, con sus gafas de sol, sentado a la bartola, yendo a contracorriente del mundo, sin importar lo que pensaran los demás, como si fuera capaz de convertir el verano en primavera porque a él le diera la gana, Abigail Baxter cambió de parecer. De forma inconsciente se le escapó una sonrisa cuando lo miró, sonrisa que él le devolvió enseguida. Entre ellos había nacido un hilo que los unía, una forma de comunicación ajena a todo lo demás. Por desgracia para el pastor Jacob, Abigail Baxter también quería ir contracorriente.

 

 

 

 

A la hora de comer, Abigail les dijo a sus amigas que tenía que ir a la biblioteca para buscar un libro. En realidad sólo era una excusa para encontrarse con Scott. Enseguida pensó en la frase de uno de los sermones de su padre: «Debemos ser fuertes y luchar contra las tentaciones. El Señor conoce mis debilidades pero siempre me tienta...». 

El lugar estaría silencioso si no fuera por el bisbiseo de algunos estudiantes, las risas flojas y por la bibliotecaria, la señora Mountains, que le daba exactamente lo mismo y hablaba —o más bien cotilleaba— con otra profesora, la señora Holmes. Ni siquiera le pararon atención cuando Abigail pasó por su lado. No tardó en verlo: estaba sentado al fondo, en el suelo, apoyado en uno de los estantes, con un libro en la mano. Carl Draper estaba recorriendo los dedos por los lomos buscando algo. Abigail sonrió y se sentó al lado de Scott sin decir nada. La miró con el ceño arrugado:

—Maria, ¿qué haces aquí? 

Ella elevó los hombros y lo miró fijamente, hasta que consiguió que se sonrojara y apartara la mirada. Entonces paró atención en su amigo:

—Hola, Carl —susurró Abigail.

Él le devolvió el saludo, tímido, y se perdió entre libros y polvo.  Era la primera vez que Abigail estaba cerca de Scott en el instituto. En ese lugar fingían ser desconocidos, pero Abigail ya no quería hacerlo. Sin decir nada, se acercó más a él, apoyó su cabeza en su hombro y cerró los ojos. Scott se quedó unos segundos quieto y en tensión, hasta que elevó el libro y continuó leyendo. Se pasaron así el resto de la comida, hablando sin mediar palabra.

 

 

 


 

Jared Schwartz le dio una colleja a su hijo lo suficientemente fuerte para que la kipá se desplazara de su posición unos milímetros. Scott se frotó la zona afectada, frunció el ceño y miró a su padre:




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