La hija del pastor

11. Aterriza como puedas

Abigail se despertó a las seis como todas las mañanas, porque todos los días salía a correr con su padre. Lo hacía desde que tenía doce años. Juntos recorrían la urbanización Sunset, hasta casa del ex coronel Richardson y después regresaban. Abigail se quedó sentada en el borde de la cama, con la mirada puesta en la puerta, pero no se movió. Escuchó los pasos de su padre y esperaba que llamara. Pero no lo hizo. Era la primera vez que discutían, no sabía como reaccionar, pero lo que sí sabía era que estaba enfadada. La había castigado sin salir dos semanas. Volvió a estirarse y trató de dormir un poco más, pero no pudo, así que aprovechó para adelantar algunas tareas escolares mientras el sol del amanecer daba su entrada entre las cortinas. 

 

—Buenos días —saludó Abigail al entrar en la cocina. 

—Buenos días, cariño —le respondió su madre desde la mesa, con Bitsy en su regazo—. Tienes huevos revueltos. 

Abigail le dio las gracias y se sirvió un vaso de zumo de naranja. Se sintió observada por Blanche, que estaba seria y preocupada, igual que cuando veía la televisión y pasaba algo terrible: «Oh, no, han disparado a J.R».

—Buenos días. —El pastor Baxter entró en la cocina, recién duchado y besó a su esposa—. Abby, ¿te has dormido?

Abigail negó con la cabeza sin responder y empezó a comer. Estuvo callada el resto del desayuno, que se le hizo eterno, hasta que fue hora de marcharse. Muy a su pesar, su padre insistió en llevarla al instituto en coche. No encontró excusa y accedió. Se pasó el trayecto repasando sus apuntes:

—Dime, ¿hoy irás a la residencia? —preguntó su padre.

—Como todos los lunes —respondió.

—Ya… ¿qué tal la señora Fitzgerald? 

Abigail resopló y apartó la mirada de una de las hojas.

—Tengo un examen de biología y necesito concentrarme.

—Si ayer por la tarde hubieras estudiado como dijiste que harías...

—Siempre repaso, lo haría desde el autobús si tú no hubieras insistido en llevarme.

Su padre giró por la avenida principal, saludó al señor Platt que barría la acera de delante de su ferretería, y dijo:

—Vamos, Abigail, entiendo que estés enfadada pero… lo hago por tu bien, eres demasiado joven para entenderlo.

Abigail quiso decirle que ni en un millón de años entendería porque no podía ir a las recreativas ni tampoco ver a Scott Schwartz, pero optó por no decir nada y continuó estudiando.

 

 

Scott Schwartz se puso en la línea de salida con el resto de compañeros para sorpresa del entrenador Harnett. No es que hubiese cambiado de opinión, la clase de educación física le parecía una soberana tontería, pero sabía que podría encontrarse a solas con Abigail detrás de las fuentes de agua. Con una sola mirada, ella enseguida comprendió sus intenciones. Aquella noche, Scott no había pegado ojo pensando en el beso que se dieron y en todas las opciones que tenían para poder verse sin ser vistos: «En la biblioteca, quizás entre clase y clase, detrás de la fuente...».

—Hola —lo saludó Abigail en la segunda vuelta, detrás del muro.

—Hola, Abby —dijo él lo más cerca que pudo.

Ella se movió inquieta y miró de un lado a lado para asegurarse que nadie podía verlos y después dejó que la besara. Scott la tomó por la nuca y sonrió:

—¿Cuándo podremos vernos? 

—No lo sé, mi padre me ha castigado sin salir. Trata de controlarme y saber dónde estoy en cada momento…

—Lo siento.

—Pensaré algo, ¿vale? De momento pasaré un rato por la biblioteca a la hora de comer.

Scott asintió, se separaron y ella volvió a la pista. Se quedó apoyado en la pared de ladrillo, con los ojos cerrados y una sonrisa idiota que no desapareció hasta que, después de un tiempo prudencial, volvió a las gradas y se sentó.

—¡Eh! —bramó el entrenador Harnett—. Schwartz regresa a la pista. ¿O ya te has cansado?

Scott se encogió de hombros y observó a Abigail el resto de la clase.

 

Así fueron el resto de días: encuentros fugaces en el instituto siempre que podían y besos a escondidas entre los altos estantes de la biblioteca. Pero no era demasiado tiempo, porque Abigail Baxter siempre estaba ocupada. Para Scott no era suficiente, pero no lo dijo por miedo a perder cualquier ocasión de estar con ella. 

 

 

 

Abigail se disculpó con su padre sólo porque quería quedar con Scott y era la única manera de que le levantara el castigo. Desde el domingo del torneo, el pastor Baxter había controlado a su hija de todas las formas posibles: necesitaba saber dónde estaba, con quién y qué hacía, y ella tenía la obligación de volver a casa al terminar sus responsabilidades, algo que no había pasado jamás. Abigail se dio cuenta que debía ganar de nuevo esa confianza, de lo contrario, sólo podría ver a Scott en el instituto. No era suficiente y lo añoraba en su ausencia. Lo decidió después del sermón de aquel domingo que, sin ninguna duda, hablaba del conflicto entre ambos:




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