La hija del pastor

13. Un amor imposible

Scott se quedó unos minutos en el coche antes de atreverse a entrar en casa. Volvió a examinarse con el espejo supletorio: tenía el ojo derecho morado y dos pequeños cortes, uno en el labio y otro en la ceja. De un golpe escondió el espejo y apagó la radio justo cuando los Pet Shop Boys cantaban: «Too many shadows whispering voices» y bajó del coche. La escena posterior fue tal como se había imaginado: su madre se cubrió la boca con las manos y le preguntó qué había pasado. Scott dijo que estaba bien que sólo había sido una pelea.

—Ya verás cuando tu padre llegue a casa…

Scott se encogió de hombros e hizo un gesto que decía: me da igual. Judith negó con la cabeza y comentó:

—Sé que echas de menos Nueva York pero…

—No es eso —dijo—. Estoy bien, subiré a mi cuarto. Así me adelanto al castigo de papá.

—Scotty...

Dejó a su madre con la palabra en la boca y subió las escaleras. Antes, pero, se asomó para saludar a su hermano.

 



 

Abigail llegó a casa a las seis y se sirvió un vaso de limonada. Pensó en lo cabezón que era Scott por no contarle la verdad sobre lo que pasó con Jesse Mcdowell. En el instituto el rumor corrió como la pólvora y para todos, el culpable era Scott. De él decían cosas como: «Ese chico sólo trae problemas» o «Es posible que Jesse no pueda jugar el siguiente partido, y es contra el instituto Pearce, ¿y si perdemos?». Abigail estuvo callada ante aquellas palabras; Jesse no le caía nada bien, siempre le había parecido una persona poco de fiar, pese a que todo el mundo opinaba lo contrario.

—Hola, cariño —saludó su madre al entrar en la cocina, con Bitsy en sus brazos—. Llegas tarde.

—Es que tenía reunión del consejo estudiantil, estamos organizando el baile de fin de curso.

—Oh, entiendo. Dime, ¿ya tienes pareja?

Abigail negó con la cabeza y se acercó al fregadero para limpiar el vaso.

—No iré con nadie, mamá, tendré que ayudar para que todo salga bien.

—Oh, no digas eso, debes ir en pareja, y comprarte un vestido para la ocasión. Margaret me ha contado que su hija Laura irá con Martin.

Laura Foreman estaba en último curso y era la presidenta del consejo. A Abigail le parecía una ególatra y estaba segura de que llevaría el vestido más despampanante de todos. El tema era que a Abigail sólo le gustaría ir con Scott, algo impensable. Para eso prefería ir sola.

—Me lo pensaré. ¿Y papá? —preguntó para cambiar de tema.

—Está en su despacho, preparando el sermón del domingo. 

Unos aplausos vinieron del televisor y una voz anunció a Lana Turner en el programa de Phil Donahue. Blanche salió disparada de la cocina para no perderse ni un segundo de la entrevista. Abigail miró de reojo el teléfono y tras pensar unos minutos, marcó el teléfono de Scott.

 

 

 

 

 

Abigail y Scott no hicieron las paces hasta el lunes siguiente, y fue gracias a Carl Draper. Scott estaba en la biblioteca estudiando, sin dejar de mirar de un lado por si aparecía Abigail, aunque sabía que no lo haría y menos después de la conversación que tuvieron por teléfono:

—No deberías llamarme —murmuró Scott—. Podría haberlo cogido mi madre.

Quería saber como estabas. 

Estoy bien —dijo apoyando su cabeza contra la pared.

—¿De verdad no vas a contarme qué ha pasado?

Abby, es mejor que no lo sepas, de verdad.

—No confías en mí.

No es eso, es… es complicado.

—Explícamelo.

Su madre entró en la cocina y se cruzó de brazos.

—Tengo que colgar, ¿nos vemos mañana en la biblioteca?

—Ni hablar —espetó Abigail antes de colgar.

  Desde entonces, Abigail no había ido a la biblioteca y apenas lo miraba en clase. Scott se sinceró con su amigo que conocía toda la historia:

—Fui un capullo con ella. Supongo que ahora me odia.

—¿Por qué no se lo cuentas? —susurró Carl que se acodó en la mesa, encima de los apuntes de biología—. Tiene que saber que Jesse es un maldito. Todos deberían saberlo. En cambio te odian a ti.

Nah, es demasiado asqueroso, no quiero que lo sepa. Y lo otro, que a mí me odien y tal, eso me da igual. Sólo me preocupa haber perdido a Abigail.

—¿Por qué no tratas de quedar con ella? 

—Mi padre me ha castigado dos semanas. Sólo salir de aquí tengo que ir derecho a casa. Además mi madre sospecha y cada vez que llaman por teléfono se asegura de responder ella. ¿Qué opciones tengo?

Carl arrancó un trozo de papel de una de sus libretas, cogió un bolígrafo y se los dio:

—Escribe lo que quieras decirle, ya se lo daré esta tarde. —Scott arrugó el entrecejo y éste continuó—: Abigail es voluntaria en la residencia donde vive mi abuelo y los lunes suele estar por ahí. Los abuelos la adoran.




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