La hija del pastor

17. Tercera base

—¿Estás segura? ¿Y tus padres?

—No regresan hasta mañana por la mañana. Y es porque mi padre tiene que dar el sermón.

Scott tragó saliva. 

—Vale.

Abigail le explicó que tenían que ir por la calle de atrás, que entrarían por el jardín, porque a esa hora, la señora Allen siempre se sentaba en su porche y que los vería seguro. Scott siguió las indicaciones al pie de la letra, si hubiera sido necesario llegar colgado de los árboles a lo Tarzán, le daría igual, cualquier cosa con tal de estar a solas con Abigail Baxter.

 Abigail salió del coche, él la siguió, abrió una verja y pasaron cerca de un cobertizo hasta llegar a la entrada trasera, que daba a la cocina. Cuando cerró la puerta y se silenciaron las risas de los niños que recorrían la zona en bicicleta, el sonido de una radio y el trinar de los pájaros, Scott se sintió de nuevo nervioso. Abigail no le dejó tiempo para pensar y volvió a besarlo. Continuaron dónde lo dejaron en el coche. Scott acunó su rostro entre sus manos y la llevó hasta la encimera, la subió encima y pasó las manos por sus muslos hasta pasar por debajo de su falda y se quedó allí, sin saber si continuar o no. Abigail pareció leerle la mente y enredó sus piernas por su espalda para tenerlo más cerca y besarlo con más fuerza. Scott sintió una erección debajo de sus Levis justo cuando tocó con sus dedos las bragas de Abigail. Ella se movió inquieta, se apartó para poder quitarle la camiseta. Nunca habían estado en ese nivel de intimidad, nunca se habían quedado en ropa interior uno delante del otro. Pero actuaban por intuición, como si fuera algo natural entre ambos. Scott le quitó la camiseta a Abigail y quedó observando sus pechos hasta que ella, sonrojada, le tomó de la barbilla y lo apartó para que dejara de mirarla así.

—Lo siento —murmuró Scott—. Es que eres preciosa.

Abigail sonrió y volvió a besarlo con más fuerza, hasta que Scott recorrió su lengua por su cuello y mordió el lóbulo de su oreja. Y después, ante la incomodidad de aquel mármol de cocina, Scott dejó que Abigail lo llevara al salón.

 

 

 

Scott recorrió el dedo índice por el hombro de Abigail y después lo besó. La penumbra había iluminado el salón, y sus cuerpos no eran más que sombras. Abigail estaba a horcajadas sobre Scott, con la mejilla apoyada en su pecho. No habían llegado hasta el final, pero si hasta la tercera base, algo que ha Scott le hacía sentirse pletórico, como si estuviera en un sueño. «Podríamos haber llegado hasta el final», pero ninguno de los dos tenía condones y nunca harían una estupidez así. 

—Scott —dijo Abigail tras acariciar su cuello—. Me gustaría hacerlo.

Él asintió.

—A mí también.

—Quiero que sea especial. Lo he pensado mucho y sé que contigo lo será.

Scott volvió a besarla hasta que ella dejó de respirar y se apartó unos centímetros.

—Un coche —murmuró—. Viene alguien.

A Scott casi le dio un infarto y fue incapaz de mediar palabra. 

 

 

Abigail se apartó y se quedó de pie, sin saber muy bien qué hacer.

—¿Y si son mis padres?

—¿Q-qué? No es posible.

Llamaron al timbre y Abigail se sintió aliviada. Sus padres jamás llamarían.

—¿Son ellos?

Abigail negó con la cabeza y buscó su ropa y la de Scott.

Volvieron a llamar, esta vez a golpes. 

—Vístete, deprisa —le rogó Abigail.

Abigail corrió hacia la cocina, terminó de vestirse y encendió la luz del recibidor antes de abrir: era su amiga, Violet Sanderson.

—¿Qué haces aquí?

Violet la observó con los ojos muy abiertos:

—Hola, Abby. ¿Estás bien? Estás roja. ¿Estabas dormida o…?

Abigail se puso la mano en la mejilla y trató de peinarse.

—No… yo… ¿Qué haces aquí?

Violet señaló su mochila antes de responder:

—Sé que tus padres están fuera así que he pensado dormir aquí, pedir pizza, ver alguna peli…

Se encogió de hombros justo cuando se escuchó un golpe proveniente del salón: algo de cristal se rescabrejó contra el suelo:

—¿Que ha sido eso? —preguntó su amiga con cara de pánico—. ¿Tus padres están…?

Abigail negó con la cabeza y abrió la puerta. No quería que nadie lo supiera y menos Violet que fue quien le dijo a su padre que estaba en las recreativas, pero la perdonó porque a su amiga no le quedó otra que confesar cuando el pastor llamó preocupado aquella tarde. Abigail exhaló y cerró la puerta cuando Violet entró en casa. La guió hasta el salón y encendió la luz. Scott, sin camiseta, no sabía donde meterse.

—Hola —dijo como si nada—. Abby, lo siento, creo que he roto un jarrón.

—Oh, por el amor de Dios… —dijo Violet.

Abigail miró el suelo y reconoció la figura de un cisne de cristal que alguien les había regalado a sus padres cuando se casaron.




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