Dos minutos después de sentarse en la mesa del restaurante del señor Lee, Jared Schwartz dijo que hacía frío y exigió cambiarse a otra. Nada nuevo para Scott que vivía lo mismo siempre que salía a comer con su familia. Ese mediodía del domingo no iba a ser una excepción. A Scott le daba igual y siguió a una de las camareras hasta otra zona del restaurante. Hasta que reconoció a Abigail sentada justo al lado de su nueva mesa. Se golpeó contra la silla de uno de los comensales por no vigilar sus pasos:
—Ten cuidado, chico —espetó el
señor.
Logró decir un Lo siento sin quitar la vista de Abigail que hablaba con su madre —o imaginó que era ella— de forma animada.
—Vamos —dijo Jared golpeando su nuca—. Siéntate, ¿quieres?
Scott asintió y se sentó sin dejar de mirarla. «Maldita casualidad», pensó antes de darse cuenta de que en un pueblo como Sleek Valley, no es difícil coincidir.
—Scott, mira lo que sé hacer —dijo Sean.
Pero Scott ignoró a su hermano hasta que Abigail lo observó por primera vez, con una expresión que decía: «¿Qué haces aquí?». Scott se encogió de hombros. Por suerte, el pastor estaba a espaldas de él. Esperaba que no se diera la vuelta y lo reconociera.
—¿Dónde está la camarera? —se quejó el padre de Scott.
Abigail se levantó y fue hacia los baños. Scott hizo lo mismo ante la atenta mirada de su madre. Se encontraron en el pasillo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.
—Es un restaurante chino y somos judíos, mis padres siempre quieren venir aquí.
—¿Y si mi padre te ve?
—¿Qué hago? ¿Me disfrazo?
—Oye, si por casualidad te ve y se dirige a ti, dí lo menos posible, por favor.
—Está bien. —Scott miró de un lado a otro y la besó—. Hola.
—Hola —respondió con una sonrisa y al segundo se apartó—. Tengo que volver.
Scott regresó a su mesa dos segundos después, justo cuando Jared pedía la comida:
—Queremos el pollo con almendras, pero no queremos las almendras…
—Scotty —susurró su madre—. Al menos podrías disimular y limpiarte el carmín.
Scott se limpió deprisa con la servilleta y la miró:
—¿Qué...?
Judith sólo negó con cabeza y dijo:
—Su padre está aquí mismo, sois unos insensatos.
Scott se quedó sin habla. Tenía razón.
El resto de la comida, Scott no pudo disimular lo que le gustaría y, cada dos por tres, se cruzaba la mirada con Abigail, que se movía en su asiento inquieta cada vez que pasaba. Scott, entonces, sonreía. No podía evitarlo.
—Scott, ¿has hablado con Leonard Silver?
El chico miró a su padre con el ceño fruncido.
—Eres un tarugo, ¿o qué? Es el primo de mi amigo Robert Silver y me ha dicho que busca un chico para trabajar este verano en uno de sus supermercados. ¿No buscabas trabajo?
—Mientras pueda quedarme aquí y no ir a los Catskills...
En los Catskills había un resort donde él y su familia pasaban los veranos. A Scott no le gustaba nada el sitio, se aburría mortalmente porque las actividades que hacían eran, o para niños, o para adultos.
—Claro, mientras trabajes —respondió su padre—. Además, aguantar tu cara de amargado no me apetece.
—Vaya, por fin tenemos algo en común, papá, a mí me pasa exactamente lo mismo contigo.
Padre e hijo sonrieron sardónicamente el uno al otro.
—No sé si es buena idea que se quede en casa solo todo el verano —dijo Judith.
«Mierda», pensó Scott.
—Vamos, ¿qué dices? ¿Has visto sus notas? —Jared golpeó el hombro de su hijo—. Por fin me has escuchado, y te has puesto a estudiar, ¿eh?
Scott rodó los ojos y miró a su madre con ojos tristes.
—Eh, disculpa, ¿dónde está nuestro pedido? —bramó Jared.
Lo hizo demasiado alto, tanto que el pastor Jacob Baxter giró en su dirección. Scott, deprisa, tomó la carta y se tapó la cara.
—Demasiado tarde —dijo su madre.
Scott apartó la carta y se encontró al pastor Baxter delante de su mesa.
—¿Necesita ayuda? —preguntó Jared.
—Oh, no nos han presentado formalmente. Soy Jacob Baxter, el pastor de la iglesia. No somos de la misma religión pero sí de la misma comunidad y no he tenido ocasión de daros la bienvenida.
Su padre se levantó y le dio la mano:
—Un placer conocerle, yo soy Jared Schwartz. Ella es mi esposa Judith y mis hijos, Scott y Sean.
El pastor sonrió a cada uno de los comensales excepto a Scott. Hizo un gesto para llamar a su familia.
—Ella es mi esposa, Blanche y mi hija Abigail.
Todos se saludaron y Scott no supo dónde meterse cuando su hermano dijo: