La hija del pastor

20. Olympus Pen

Las vacaciones de verano llegaron, y con ello un ambiente relajado que recorría las calles de Sleek Valley, con la risa de los niños liberados por poder campar a sus anchas, y la música del camión de helados, que tenía que parar cada poco rato para abastecerlos. 

Hey teachers, leave those kids alone.

Scott canturreó a Pink Floyd antes de dejarse caer en el sofá mientras veía como sus padres iban de un lado a otro por la casa preparando las maletas. Las frases más repetidas en aquel momento eran: «¿Qué?» o «¿Dónde está esto o lo otro?».

—Ojalá pudieras ir —dijo Sean que se sentó a su lado—. Voy a echarte de menos.

—Y yo también, colega. Pero, eh, estarás con tus amigos, como ese tal David no sé qué.

—Oh, sí, David Buffet —dijo como si acabara de acordarse de su existencia.

—¡¿Scott?! ¡¿Puedes subir un momento?! —gritó Judith.

Resopló y de un salto se levantó. El resto del camino lo hizo con parsimonia.

—¿Qué pasa, mamá?

Ella estaba en su habitación, delante de una maleta roja. Judith cerró la cremallera y la dejó en el suelo. Scott pensó que seguramente quería que la ayudara, así que fue a tomar el equipaje.

—Espera.

Judith lo miró con expresión de pena y lo obligó a agacharse para acunar sus mejillas con sus manos.

—¿Sabes a quién te pareces? A tu padre, él también es un cabeza cuadrada.

Scott negó con la cabeza y trató de apartarse porque sabía que le pediría por enésima vez que rompiera con Abigail. Su madre lo tomó más fuerte y le obligó a mirarla.

—Para mí siempre serás mi niño pequeño, mi bebé. ¿Lo sabes?

—Mamá...

—Está bien, Scotty— suspiró—. Te he dejado algo en el cajón de tu mesita de noche, ¿vale? Promete que lo usarás si lo necesitas, ¿sí?

Scott arrugó el entrecejo.

—¡Judith! ¡Nos vamos, va! ¡No quiero encontrar tráfico! —bramó Jared.

Su madre besó su mejilla y lo soltó. Después señaló la maleta con el pulgar.

—¡Ya voy! Vamos, Scott, ayúdame a bajar esto, ¿quieres?

Scott se despidió de su familia tratando de disimular su felicidad. No llegó a sacar un sobresaliente en todas las asignaturas, pero es que el entrenador Harnett jamás le pondría más de un suficiente y menos después de que lesionara a su jugador estrella. Aun así, el director Murphy no le recriminó nada; le dijo que dejara de hacerse el rebelde y continuara así el siguiente curso. Scott le dijo que quizás y que sólo lo había hecho para que no lo expulsaran, que si no había peligro, no le apetecía estudiar. En realidad debería de estar más agradecido; sino fuera por el director, no hubiera sacado buenas notas ergo su padre jamás le hubiese dejado quedarse solo en casa. Scott subió a su habitación deprisa, muerto de la curiosidad y abrió el cajón: su madre le había comprado preservativos. Sintió vergüenza y enfado porque su madre se entrometiera así, pero al final lo agradeció porque no quería pasar un mal rato en la farmacia. Después se tumbó en la cama y se relajó: Era la primera vez que podría disfrutar de un mes entero a solas, jugando a videojuegos hasta las tantas o comiendo —o no— cuando le diera la gana. Pero lo más importante era saber que perdería su virginidad con Abigail Baxter. No sabía cuando, pero esperaba que fuera pronto. Miró el reloj y vio que eran las diez en punto. Si salía de casa ahora, llegaría a la piscina pública en quince minutos, antes de tener que ir a trabajar al supermercado. 

 

Scott, con sus gafas de sol y su camiseta semi rota de Creedence Clearwater Revival, recorrió la piscina pública de Sleek Valley, a rebosar de gente que lo miraban mal por andar vestido de calle, con unas Adidas un poco sucias. Enseguida localizó a Abigail, sentada en la alta silla de vigilancia: llevaba un bañador de rayas horizontales, verdes y rosas. Con la mirada siempre atenta a todo lo que pasaba, repetía cosas como: «¡NO CORRÁIS CERCA DEL BORDE!» o «¡El hijo de la señora Cockburn se ha perdido otra vez! ¿Alguien lo ha visto?». Abigail sonrió cuando lo vio y le hizo un gesto para que lo esperara detrás del edificio principal. Scott, sin pararse, fue directo, y la esperó apoyado en la pared de cemento. El sol no tardó en quemarle el rostro, así que se apartó hasta llegar a una sombra. Abigail apareció enseguida. Scott miró de un lado a otro y cuando no vio peligro, la tomó de la cintura y la besó. 

—Hola.

Abigail lo apartó cuando le pareció que unas voces se acercaban pero al final no fue nada. Scott quiso besarla de nuevo pero ella le puso una mano en el pecho:

—Tengo que volver y pueden vernos. 

Scott asintió y se alejó con las manos en los bolsillos para anunciar:

—Mis padres se  han ido hace un rato.

Abigail se cruzó de brazos:

—¿A qué hora estarás en casa?

A Scott le sorprendió lo directa que fue, pero no tenía nada que reprochar. 

—Llegaré de trabajar a partir de las seis.

—Vale, pues estaré allí entonces. 

Abigail le dio un beso rápido y quiso marcharse, pero antes de girar la esquina, añadió:




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