La hija del pastor

23. Las probabilidades posibles

A Abigail, Candance Fitzgerald le recordaba a Marilyn Monroe: era rubia, preciosa, con una peca sobre de sus carnosos labios. Era de último curso y no la conocía demasiado bien, aun así se sentía muy mal por ella.

—¿Qué hacemos? —preguntó Scott cuando se quedaron en un casi completo silencio.

Abigail soltó aire por la nariz, se encogió de hombros y se adentró de nuevo en el bosque, hacía la orilla.

—No podemos hacer nada —murmuró.

—¿Cómo que no? —inquirió Scott—. No podemos dejar que ese gilipollas se salga con la suya.

Ella no dijo nada hasta que llegaron y recogieron sus cosas.

—Si Candance no quiere denunciar nosotros no podemos hacer nada.

Abigail se acordó de una mujer que frecuentaba la iglesia todos los domingos, Silvia Wilson, siempre con un ojo morado, con cardenales en las muñecas y la mirada triste y perdida. En sus brazos tenía a uno de sus hijos, los apretaba contra su pecho con fuerza como si eso la consolara. A su lado, su marido sonreía con la cabeza alta, pese a las miradas de ira que le lanzaban los feligreses porque todo el mundo sabía lo que hacía cuando se emborrachaba. El pastor Baxter le dijo esas palabras exactas cuando quiso ayudarla: «Si Silvia no quiere denunciar nosotros no podemos hacer nada». Al final se fueron de Sleek Valley cuando él perdió el trabajo.

—Hablemos con ella —dijo Scott después de colgarse la cámara en su cuello—. Para que lo deje y…

—Ya lo has visto. Lo he intentado, Scott, pero no ha servido de nada.

—Lo intentaremos otra vez —dijo él.

Abigail no respondió, se pasó el trayecto con la vista al vacío, viendo el arbolado que cada vez era menos abundante, mientras que en la radio, Jim Morrison de The Doors repetía:

Break on through to the other side...

Cuando Scott aparcó en la calle San Paul, Abigail se quitó el cinturón y lo miró por primera vez:

—Scott, lo mejor es que no hagamos nada. Si Jesse cuenta algo sobre lo nuestro…

Negó con la cabeza, posiblemente decepcionado porque Abigail priorizara el secreto antes que ayudar a Candance Fitzgerald. 

—No pienso dejar que ese gilipollas se salga con la suya.

—Pues no te queda otra. Olvídalo, ¿quieres? 

Scott apagó la radio y carraspeó. Abigail lo tomó del brazo para que lo mirara y le dijo dulcemente:

—Odio esto incluso más que tú, pero… no quiero que nadie estropee lo nuestro. 

Después se acercó, le dio un beso, largo, le acarició la mejilla despacio y le dijo que al día siguiente estaría en su casa como siempre. 

—Vale —dijo Scott.

 

 

__

 

Scott jamás de los jamases había odiado a nadie tanto como a Jesse McDowell. Todo él, como persona, le parecía un pedazo de mierda, de esos que tienen suerte pero se merecen lo peor, de esos que siempre se salen con la suya. Y encima su enemigo tenía información que no debería de tener. Scott cogió una botella de Coca-Cola de la nevera, una bolsa de Cheetos de la alacena y se dejó caer en el sofá. Se sentía triste, por lo que, cuando respondió al teléfono, lo hizo sin mediar palabra:

¿Scotty? Soy mamá.

Soltó un Hola entremezclado con un largo suspiro. Su madre enseguida supo que le pasaba algo:

Dime, ¿va todo bien?

—Sí, sí, sí, tranquila.  Sólo que hoy no ha sido un buen día, mamá.

¿Ha pasado algo con Abigail…? —Scott calló—. Oye, lo que te dejé en el cajón…

Scott se imaginó a su madre retorciendo el cable del teléfono de la sala de juegos donde su padre seguramente discutía con algún amigo sobre las reglas del Rummy. 

—Gracias por eso —respondió Scott.

¿Lo has…? O sea, no quiero que me des detalles, pero bueno…

—Sí —dijo Scott que decidió sincerarse—: Es que mamá, la amo.

Oh, Scott, eso es muy dulce…

A Scott no le hizo gracia ese tono condescendiente, el mismo que le pones a un niño pequeño cuando hace alguna monería.

—Mamá, tú no lo entiendes.

Cariño, yo también he tenido tu edad, y también me he enamorado. Y se pasa, te lo prometo. 

—No quiero que se me pase. Sólo quiero estar con ella.

Oh, Scott, cariño… —Otra vez ese tonito—. Sabes que siempre te apoyo en todo lo que pueda, pero no con esto. Te lo prometo, cuando seas adulto ya no te acordarás de ella...

Enseguida se arrepintió de sacar el tema con su madre, por pensar que hablarlo con alguien le haría sentir mejor, consiguió el efecto contrario. Calló el resto de la llamada y escuchó como Judith le explicaba, paso por paso, como sería su vida en el futuro y de cómo encontraría una buena chica judía con la que casarse.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.