La hija del Sol

La maldición de Everatyn

Un día, hace muchos siglos, cuando los panteones aún luchaban para establecer sus territorios, dos de los miembros de las fuerzas primordiales -aquellas que dieron vida a todo en el cosmos- tuvieron una aventura. Esta concluyó con el nacimiento de una criatura con la facultad para manejar la naturaleza de los poderes de ambos padres: podía dar y quitar la vida; curar o causar heridas; volver la tierra tan fértil o dejarla estéril con su toque; su voz podía provocar desastres a su paso o dar la dicha a los afortunados. Todo ello dependía de su estado de ánimo que era tan volátil como el de un niño.

Su curiosidad tan grande, la llevó al mundo de los humanos del cual quedó fascinada al instante, por lo cual decidió unirse a cualquier panteón que quisiera aceptarla sin importar el papel que tuviese que desempeñar. Pero su ilusión murió demasiado pronto. Panteón por panteón, rechazó a la joven diosa. Ninguno le dio la posibilidad de demostrar su valía pues no deseaban un intruso en sus dominios, mucho menos uno tan poderoso.

El golpe final lo dio el dios del trueno. Según se cuenta, él le ofreció un trato: una noche de pasión, una noche de entrega y él le permitiría la entrada a su salón del trono, como su reina. Tan ilusa como cualquier criatura tan joven, aceptó sin dudar por un momento de aquel desconocido. Cumplió con su parte del trato, no obstante al solicitar el cumplimiento del resto, se encontró con una gran sorpresa. El dios rey no solo había jugado con ella, sino que en el vino que compartieron dejó un hechizo que le habría de condenar en los siglos venideros: su espíritu se dividió en ocho partes, cada uno representando un poder relacionado a un estado de ánimo: la felicidad era la vida, la ira la muerte; la tristeza las tragedias y la pena los castigos. Uno a uno, fueron fragmentándose los poderes hasta que quedó seca.

En su último aliento, maldijo al dios por su traición y juró volver en venganza para reunir cada parte y liberarse. Cerrando los ojos, regresó a sus dominios para quedar en éxtasis hasta que cada pieza cumpliera con su función y se reuniera para dar fin a su tormento. Sin importar el tiempo que tomara, ella volvería para aclaran cuentas. Nadie saldría ileso de la maldición de Everatyn.




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