Un golpe, dos, una patada y un grito. Los nudillos de Zalika ardían, estaban irritados por la constante actividad física a la que se habían visto sometidos. Un golpe más y el muñeco de tela reventó, esparciendo harina de trigo por todos lados. La sangre corrió por sus dedos pero, aunque la sensación era molesta, no bastaba para callar al dolor que sentía en lo más profundo de su ser. El nudo en su garganta le obligó a detenerse, pues era ya imposible que pasara saliva. Inhaló hondo, haciendo un esfuerzo por detener las lágrimas que sabía que venían.
Si pensó que aquel fatídico evento en la cabaña había sido una tragedia difícil de superar, con lo sucedido hacia dos meses atrás no había quedado ninguna duda de que el dolor siempre podía ser más grande. Su corazón aún sufría con la perdida de el único chico que había pensado que ella era más de lo que el resto veía, del único amigo fiel que tenía, de aquel que la había animado a ir más allá de sus límites y le había enseñado lo que era querer a alguien.
Por su mente aún corrían las imágenes de la horrible traición que había acontecido ese día, de la sangre de los inocentes que había derramado en un arranque de furia. Había intentado jurar que no sucedería de nuevo pero ya había roto su promesa en dos veces, por lo que hacer una tercera ya le parecía una tontería. Negando con la cabeza, se limitó a secar con la manga de su traje el sudor de su frente, animándose a seguir con su entrenamiento. Dio pequeños y constantes saltos en su lugar, calentando los músculos doloridos que pedían tregua. Se dispuso a dar un puñetazo al aire, cuando un ruido a su espalda llamó su atención. Volteó al instante, en posición de defensa. Tomó del suelo una espada de nanobots, que si bien no le servía por completo como arma, le ayudaría a intimidar al fisgón. Dio un par de pasos dispuesta a enfrentarse a lo que sea que estuviera espiando, hasta que un una figura se manifestó en frente de ella con las palmas en alto.
—¡Lo siento! Lo siento —dijo con urgencia un muchacho de piel oscura—. Soy yo, no debería haber espiado, lo siento.
—Adofo, ¿qué haces aquí? Esta área del complejo está reservada y no pueden entrar —respondió con tono seco.
—Lo sé —murmuró entre suspiros—. Es solo que estaba aburrido y decidí venir a investigar un poco. Me sorprendí de encontrarte aquí, ya sabes, luego de lo que ocurrió en Asterike.
Se instauró un silencio incómodo largo. Zalika se mordió el labio para evitar insultarlo o llorar del dolor, en cambio inhalo hondo, armándose de valor. Aclaró su garganta y lanzó una mirada fría al muchacho que, ignorando por completo el hecho de que no era bienvenido, entró del todo a la habitación.
—Siendo sincera contigo, Adofo, principalmente por los años de convivencia y la amistad que tuvimos cuando niños, debo decirte que me molesta tu presencia. Así que si fueras tan amable de marcharte...
—No lo haré —interrumpió en tono llano. Sin embargo, tras recibir una mirada cargada de furia de parte de la muchacha, retrocedió con las manos en alto—. Lo siento, no era esa mi intensión. Verás, en realidad fui enviado a por ti.
—¿Se podría saber quién te envía?
—El teniente Mskoi requiere de tu presencia en su oficina. Al parecer es un asunto oficial y, como ningún alumno quería acercarse a ti por temor a que los despacharas con tu mal genio, decidieron que sería buena idea que viniera yo dada la amistad que tenía con Jibani.
Zalika arrugó el rostro y bajó la mirada al piso, apesadumbrada. Cuando habló, su voz era apenas un hilo.
—Por favor, no menciones su nombre.
—Es una desgracia, porque lo escucharás todo el día de hoy y mañana —murmuró, colocando sus brazos a su espalda y balanceándose adelante y atrás sobre sus talones.
Zalika inclinó su cabeza y decidió acercarse al muchacho. Lo miró con actitud desafiante, obligándolo a dejar su actitud despreocupada y mirarla con el respeto que se estaba acostumbrando a recibir. Ella inhaló hondo, rogando por paciencia al gran Ra.
—¿Podrías tratar de ser claro y conciso de una vez por todas y decirme todo lo que tienes que? No he concluido mi entrenamiento del día de hoy y contigo actuando de esa manera no lo haré nunca —gruñó.
Adofo presionó los labios en una fina línea e hizo algo que ninguno esperó: la tomó de la mano, tirando de ella en dirección al edificio de los directivos. Zalika, llevada por la sorpresa, solo atinó a seguirle en silencio, en parte agradecida por su compañía y por otra molesta por la interrupción, sin embargo, como consideraba al joven un amigo, prefirió morderse la lengua en lugar de soltar el habitual veneno que parecía haber lanzado contra todo estudiante que se le cruzaba. Su rostro se contrajo por el desagrado. Quizás debería tratar de controlar su mal humor puesto que los demás no tenían la culpa de este.