El sol se hallaba en lo alto, observando a los humanos hacer sus quehaceres diarios. El clima era perfecto, no había ni una nube en la resplandeciente cúpula que formaba el cielo azul. Todo estaba tranquilo, prospero. El orden se mantenía por otro día. De repente escuchó las risas juveniles de su hija, que danzaba alegre entre las aguas del río Illon.
Cada día la pequeña Maat pasaba por esa etapa. Nacía, crecía y moría el final de la tarde, cuando él se retiraba descansar. Eso ayudaba a que su curiosisdad y su inocencia no murieran nunca pero le limitaba en muchos otros aspectos. A veces, sentía un pinchazo en el pecho al verla pasar de bebé a niña y luego de adulta a vieja en cuestión de un par de horas, no obstante así había sido dictado que sería. Solo los entes de poder superior podían hacer algo al respecto, sin embargo todos habían acordado no meterse en los territorios de la sobrenia de otros. Él ya no contaba con el poder suficiente para hacer algo, así que se limitaba a disfrutar de cada instante con ella.
Con una sonrisa, dejó su puesto en lo alto del cielo y bajó a observarla más de cerca. Maat saltaba en el agua, esquivando los coloridos peces que se veían atraídos por su piel destellante. Las risas cantarinas de la niña le conferían al ambiente una armonía como ningún otro ser era capaz de lograr, volviendo todo más agradable de lo que ya era.
La niña sintió en algún momento la mirada cálida de su padre, por lo que alzó la vista. Sus ojos risueños se conectaron con los de su progenitor.
—¡Mira, papá! Me hacen cosquillas —declaró, riendose al sentir las escamas contra la planta de uno de sus pies.
Él rió, contemplando a la criatura. En sus rasgos no se veía pena alguna. Disfrutaba de cada minusculo momento con los sentimientos al desnudo. Con su pureza.
«Ella es definitivamente lo más puro que existe en el universo» pensó, con el pecho henchido de orgullo paternal.
Su alegría se vio menguada ante el grito que profirió la chiquilla, que luego se dejó caer al agua. Alarmado, atravesó el río, se sumergió y nadó hasta dar con Maat, que se hallaba al fondo, agarrándose el pie con gesto de enfado. La sacó tan de prisa como pudo, sentándose a la orilla sobre la suave arena.
—¿Qué ocurrió, pequeña? —preguntó, apartándole el cabello enmarañado del rostro.
La niña hizo uno cuantos pucheros con la boca, sobando el talón y observando al río con rencor. Luego de haber dejado en claro su desagrado, la infante se volvió hacia su padre. Lucía indignada y tenía las mejillas arreboladas.
—Me atacó un pez —gruñó con visible enfado.
Negando con la cabeza, su padre le alzó el mentón, obligándole a dar encuentro a sus ojos. Pese a su molestia, no protestó y se mantuvo callada.
—¿Te atacó el pez? —repitió con voz calma.
La niña asintió, luego cruzó los brazos a la altura del pecho.
—Sí, el pez me atacó y me lastimó el pie.
—¿Te has puesto a pensar el porqué detras de eso?
—¿Cómo?
—Mi querida niña, has de recordar esto muy bien, ya que una de tus facultades es de diosa de la justicia, ¿me entiendes? —cuestionó, esperando hasta que la pequeña le indicó que podía seguir. Suspiró, decidido a darle una lección—. ¿Te has puesto a pensar que tal vez se sintió amenazado?
—¿Por qué? Yo no le hice nada.
—Cariño, esa es solo tu versión. Desde tu punto de vista, no has hecho nada malo. Solo fuiste a jugar al río, ¿no es así? —Sonrió, viéndole ponerse seria de repente—. Pero tal vez desde la perspectiva de él, tú invadiste su casa.
—¡No es cierto!
—A ver, ponte a pensar, ¿cómo te sientes cada vez que una nube bloquea tu visión cuando estás allá arriba conmigo? —dijo, señálando el cielo claro—. ¿Te sientes molesta?
—Mm, sí.
—Seguro que fue algo así lo que le pasó a él. Se sintió amenzado y se vio obligado a defenderse. Eso no quiere decir que el pez también haya actuado con bien pero no tiene consciencia propia, cosa que tú sí posees, mi vida.
»Hay varios tipos de perspectivas respecto a un evento y debes ser lo bastante capaz de ver todos.
—¿Por qué?