La hija del Sol

Capítulo 10: De conspiraciones y otras tretas

Zalika abrió los ojos y lo primero que vio fue su habitación en el hospital, solo que todo parecía estar cubierto por alguna especie de niebla que volvía todo muy borroso. ¿Sería la anestesia? Asumiendo que se trataba de esto, ella permaneció recostada solo observando el techo en espera de normalizar sus sentidos. La puerta se abrió en ese momento con un chirrido que se expandió con un eco en la estancia. Escuchó unos pasos firmes y una cadencia que reconocería en cualquier lado. Se permitió relajarse al saberse a salvo. 

Se tensó cuando sintió un leve movimiento en su lado derecho cuando el colchón se hundió ante el peso del hombre. Su rostro, al igual que la habitación, estaba turbio, lo que le impedía saber su estado de ánimo y dificultaba un poco las cosas. Con intensión de disculparse, abrió la boca pero la voz del teniente la mantuvo muda.

—Sé que en ocasiones suelo ser estricto, pero mi motivación no es la de ser malo contigo. Es solo que eres una alumna, no mi hermana, no mi hija, no tenemos relación consanguínea o política que pueda dificultar el proceso y aún así has hecho las cosas lo más complicadas posible. —Hizo una pausa. Inclinó la cabeza hacia atrás y miró el techo durante largos minutos. Soltó un suspiro y continuó—. ¿Sabías que iban a nombrarme Teniente General? Pues iban. Luego de esa batalla en Pharaos, en la que el saldo de bajas fue bastante mínimo, los miembros del consejo decidieron saltarse los demás rangos de por medio y ascenderme. Pero a unos días del nombramiento cancelaron el proceso, ¿quieres saber porqué? 

Zalika solo asintió sorprendida y triste al mismo tiempo. No podía imaginarse el motivo de aquella decisión. ¿Qué habría sido tan importante como para detener algo así? El teniente tragó saliva antes de hablar. 

—Porque a mi única alumna le pareció buena idea escapar del complejo, enfrentarse con un león, sufrir heridas graves y provocar un escándalo que tomó relevancia nacional y afectó tanto al área militar como estudiantil de Maatkarat. Perdí mi prestigio, el respeto de mis compañeros y de la nación.

» Por algún motivo el faraón intercedió por ti, salvándote de la expulsión y la deshonra. Solo por eso puedes permanecer como estudiante. Y es debido a ello que he cedido tu custodia al Sargento Jlios, que de ahora en adelante será tu tutor. Solo he venido a despedirme e informarte de ello. Tus posesiones ya fueron colocadas en el dormitorio que compartirás con tus nuevos compañeros. Qué el gran Apofis te dé una larga vida. Hasta luego, Nefertike.

Zalika estaba tan impactada que no interfirió en la partida del teniente. Se quedó quieta, repitiendo su discurso una y otra vez en su mente, contemplando la ventana con las manos aferradas a la sábana de su camilla. No fue hasta pasados varios minutos en completa soledad que cayó en cuenta de las consecuencias de su escape del complejo. Se había puesto en peligro, dejó a Maatkarat envuelto en un escándalo, deshonró y avergonzó a su tutor y por poco quedó sin carrera.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos y un ardoroso nudo en el pecho le cortó la respiración. Sabiéndose avergonzada, se permitió llorar como aquella vez en que vio en peligro a su hermano. Su suerte se había acabado y ella misma era la causa de su declive.

*****

Maatkarat, Egyptes. Tres años y medio más tarde...

Zalika despertó con el rostro húmedo y una sensación de vacío en el pecho y estomago. Pensó que solo se trataba de un mal sueño pero al mirar las literas frente a la suya supo que era un recuerdo. Suspiró con pesadez al estar frente a otro día común y aburrido, tan gris.

Sabiendo que no podría volver a conciliar el sueño, se levantó y marchó a vestirse. Una de las ventajas de dormir poco y despertarse a las cuatro era que tenía tiempo para sí misma en los que no se vería amedrentada por los gritos del sargento. Trenzó con prisa su largo cabello y salió a trotar un rato.

Por costumbre, miró en dirección a la cabaña del teniente, pero sabía que no iba a encontrar nada. El teniente se había marchado a una campaña contra los Célticos, allá por las costas del complejo militar de Atyeron, y llevaba meses fuera de Maatkarat. Y Zalika sabía que aunque no estuviera en batalla, tampoco estaría ahí. Desde aquel fatídico día el teniente había decidido retirarse de la enseñanza y dedicaba su tiempo completo en la guerra.

Su mancillada reputación había vuelto a ser lo de antes e incluso mucho mejor, al ser vanagloriado como héroe en cada pueblo del país. A él sí le había ido mejor sin ella, cosa que no era su caso. Molesta consigo misma por atormentarse con sus errores, decidió iniciar con su propio entrenamiento, aprovechando que faltaba hora y media para que Maatkarat despierte e inicie actividades.




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