La hija del Sol

Capítulo 11: La batalla de los cabos

El sol de medio día parecía arder con mucha intensidad esa tarde. Los competidores no pudieron evitar cubrirse los ojos de la luz, lanzando exclamaciones de disgusto. Zalika, por su parte, se deleitó con la calidez de los rayos al tocar su piel. En esa ocasión, se hallaba de excelente humor, segura, valiente. Y no lo entendía, debería estar temblando, buscando un sitio en el cual permanecer oculta de la multitud pero no lo hacía. Algo raro pasaba. 

—¡Zalika! —pronunció una voz juvenil.

Confundida, volteó y miró sobre la multitud en busca de aquel que le había hablado. Al no encontrar nada continuó girando hasta que se topó con una figura alta que provocó inclinara un poco la cabeza para poder verlo. Abrió la boca por inercia y parpadeó de forma continua al toparse con un rostro de rasgos ligeramente familiares. Sin embargo, para no no ponerse en ridículo, dijo el único nombre que se le pasó por la mente.

—¿Jibani?

El muchacho sonrió mostrando sus blancos dientes. Sin esperar una respuesta abrazó a Zalika y la cargó, dando vueltas y lanzando una carcajada estridente que ella imitó. Al terminar, ambos tenían los ojos brillantes y una enorme sonrisa adornando su rostro. Con mucha sorpresa se contemplaron, pues ambos habían cambiado mucho durante esos años.

—¿Cuándo decidiste volverte gigante? —preguntó él.

Zalika sintió el calor subir a sus mejillas y estancarse la sangre en estas. Con una sonrisa avergonzada, se limitó a encogerse de hombros y reír de manera nerviosa. Aunque en ocasiones le daba algo se pena ser tan alta, también se sentía orgullosa de no ser tan pequeña como lo fue hace unos años atrás.  Se sentía más valiente, fuerte e incluso poderosa.

—¡Y mira lo que tienes ahí! —murmuró Jibani apuntando a su busto—. Creo que nunca había visto unos tan grandes. ¿Estás segura de que eres la Zalika con la que solía hacer travesuras o eres un clon muy bien entrenado?

Con eso Zalika supo que se trataba de su amigo. Nunca, por más años que pasaran, se le iba a quitar la lengua floja a él. Era un hecho que toda cosa que pasara por su mente saldría disparada sin importar las consecuencias. Negando con la cabeza, se limitó a acercarse y darle otro abrazo. Cerrando los ojos se imaginó que era a su hermano a quien tenía así, con ella, compartiendo au calidez. La ilusión se rompió tan pronto sonó un pitido molesto que hizo callar de inmediato la multitud.

Separándose de su amigo, se colocó de nuevo el casco y miró a la pantalla holográfica que se formó sobre una pared de la arena, en la punta de esta. Una voz computarizada dijo:

—A todos los competidores, atención. Este es un mensaje que no se repetira por lo que se pide estén atentos.

»La repartición de oponentes será de manera aleatoria, pudiendo ser un alumno de último año con un novato o incluso miembros de la misma clase. Por lo cual, no hay cambios.

»Armas. Todas están modificadas de modo que no resulten letales. Sin embargo, las alteraciones incluyen un sistema electromagnético que, al entrar en contacto con los nanobots de sus trajes, provocará que el oponente quede inmovilizado y, por tanto, eliminado de la competencia.

»Al iniciar un combate una de las paredes exhibirá armas distintas, todas de contacto. Al elegir cada quién la suya, esta se bloqueará y no podrán disponer de ningún otro artefacto hasta los combates de semifinales, por lo que se recomienda elegir con sabiduría. 

»Para ganar, hay que conectar un ataque en uno de los puntos débiles del oponente, consiguiendo dejarlo fuera de combate. Si han puesto atención a sus clases, sabrán dónde hacerlo.

»Sin más que añadir, el faraón y el consejo de Egyptes les desean buena suerte y que gane el más digno de portar el título de campeón.

Al terminar las instrucciones, un par de fotografías con el nombre abajo se formaron. El primer combate de su área de la arena se estableció: Nefertike, Zalika y Ptolom, Mzi. Con un suspiro, Zalika se encaminó al centro y observó a su oponente. Era un poco más bajo que ella, muy delgado y con un traje simple, lo que decía que era un alumno destinado a ser un soldado más. Sabiéndose aventajada, esperó hasta que las armas fueron expuestas. Con solo recorrerlas con la mirada, decidió la que sería la suya, por lo que eligió una daga pequeña con un rubí en la empuñadura negra. El chico por su parte tomó una tridente blanca.

Un timbre de trompetas sonó marcando el inicio. Ni bien término este, el chico se lanzó con todo contra ella. Zalika, luciendo muy tranquila, oprimió el centro de la palma de su traje con el dedo pulgar, activando las funciones de este mismo, luego corrió un poco hasta que consiguió el suficiente impulso para saltar un par de metros por encima de su enemigo en una voltereta amplia. De cabeza, en el aire, arrojó la daga con fuerza, impactando esta en la nuca de él. Un destello azul se produjo cuando ella aterrizó en el piso y las trompetas sonaron en un tono que hacia alusión a la victoria. El chico cayó de bruces al suelo, inmóvil, mientras la daga volvía a la mano de ella.




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