Jibani se mostraba orgulloso, vistiendo atuendo simple, que consistía en una falda de tela blanca atada a la cintura, que llegaba poco abajo de sus rodillas, y un cinturon de cuero trenzado encima, un par de pulseras doradas en cada brazo -que hacían resaltar los músculos de sus brazos- y unas sandalias altas tipo gladiador en color dorado. Sobre su cabeza llevaba una corona dorada de espigas de trigo, que resaltaban en su cabello castaño. Zalika no pudo reprimir un suspiro de emoción al verlo de aquella manera. Sí, conocía chicos muy apuestos, pero la simpatía natural de Jibani hacía resaltar sus bellos rasgos. De pronto, su frente se arrugó de disgusto. ¡Era su amigo! Sin duda algo extraño le pasaba ese día.
Cuando Jibani la miró a ella, se tomó más tiempo del necesario para satisfacer la simple e inocente curiosidad. Sus ojos recorrieron con mucho interés cada parte del cuerpo de ella, musculoso y esbelto, que iba ataviado de forma bastante provocativa. De alguna forma, su piel blanca le añadía más atractivo a la vestimenta. Lo exótico de su cabello claro y los ojos de azul pálido enmarcados por un maquillaje oscuro, la hacían parecer irreal. ¿Cuándo aquella chiquilla escuálida y miedosa se había convertido en una joven llena de vitalidad y de belleza? Sin duda, los años le habían hecho bien a la muchacha. Estaba dispuesto a lanzar algunos halagos a la chica, cuando un destello brillante le obligó a cubrirse los ojos.
De pronto, el piso comenzó a temblar. El público dio gritos cada vez más fuertes, excitados por el evento principal del día. La piedra café oscura sobre la que se hallaban, inició un lento ascenso, revelando el nuevo escenario. Eran decenas de escalones de piedra amarillenta, de enormes proporciones que se amontonaban para formar un hueco en medio. Visto desde los asientos de más arriba del estadio, se podía vislumbrar la forma de una pirámide invertida. Y es que nada más magnífico podía usarse para la final de tan esperada festividad.
—¡Afortunados los ojos que pueden apreciar este espectáculo! —dijo el faraón, cuya imagen holográfica se proyectó a unos pocos pasos de donde ellos estaban.
El público gritó de nuevo, de una forma tan estruendosa que el piso tembló, agitando a los competidores que se miraron confusos.
—Señorita Zalika, joven Jibani, es un honor para mi presentar este último enfrentamiento de la Batalla de los cabos. Como sabrán, las reglas van cambiando de acuerdo a cada fase y esta no es la excepción. Todo será diferente, de modo que solo el mejor podrá hacerse con la victoria. Para empezar, la vestimenta que usan. Debido a que en campo de batalla no se puede luchar ni con vestimentas o armamentos especiales, gracias a los acuerdos de Kalian, quiénes regulan la actividad bélica, ustedes tendrán que enfrentarse siguiendo ese principio —dijo con sequedad. Su rostro mostró un gesto arrogante y luego sus manos se movieron en el aire como restando importancia al asunto.
»Las armas serán las mismas y estarán en la parte superior de la arena, que son señaladas por unas flechas en el piso sobre el que están ustedes de pie.
Zalika y Jibani miraron hacia abajo, percatándose de que cada quien tiene una flecha al lado suyo y que señalaban distintas direcciones. Al mirar hacia arriba, vieron una luz azul neón indicar la posición de la pared que guarda las armas a usar por ellos.
»Sin embargo, el ganador ya no se definirá por aquel que desactive los nanobots de los trajes del contrario, sino que ahora vencerá quien logre noquear a su contricante de forma limpia, como se haría al luchar contra un enemigo en campo de batalla. Pero, para no hacer tan largo todo esto, tendrán un límite de veinte minutos, los cuales serán mediados por sus pulseras, las que les colocaron antes de entrar aquí, y que podrán consultar tanto como quieran para saber su tiempo.
»Una última cosa. Con cada minuto y medio que pasen, se caerán tres escalones de forma aleatoria. Es decir, que si caen por el hueco que este deja, estarán descalificados automáticamente. También cada dos minutos, el piso sobre el que están irá subiendo. Al concluir los veinte minutos, llegará a topar con esa frontera que los separa del público. Si golpean la pared electromagnética, están fuera. ¿Alguna duda? ¿No? ¡Perfecto! Siendo así, declaro que inicia la final del torneo. ¡Que gane el más digno de portar el título!
Los siguientes segundos son algo que Zalika nunca podrá olvidar. Vio el rostro de su amigo ensombrecerse por el espíritu de la competitividad. Supo a partir de entonces que eso sería una lucha en la que se dejaría todo en la arena y no habría lugar para sentimentalismos. Así que se obligó a tomar su corazón y encerrarlo en un cofre reforzado, de modo que cuando llegara el momento, no tuviera remordimientos ni nada que la alejara de la victoria. Era todo o nada, y a decir verdad, preferiría ser recordada como campeona que como la última perdedora.