La hija del Sol

Capítulo 13:

Algunos meses después...

Un par de muchachos descansaban tirados en la arena luego de la agitada tarde que habían pasado. El sudor cubría por completo sus cuerpos, pero no les molestaba, en cambio los hacía pensar en cada una de las cosas que habían estado haciendo. Con un suspiro, Zalika se enderezó, estirándose y haciendo tronar las articulaciones. Formó una sonrisa perezosa, para luego quejarse al sentir sus labios arder.

—Ay, Jibani, me duelen horrible los labios —se quejó, acomodándose la camiseta.

El muchacho se limitó a observarla con una sonrisa ladeada. Cerró los ojos, relajando cada uno de los músculos, sin embargo seguía manteniendo el gesto contento en el rostro.

—No es mi culpa. Tú te niegas a avanzar si no soy algo agresivo contigo.

—¡Eso no es cierto! —chilló con una voz ligeramente aguda. 

Se levantó a toda prisa, indignada. Presionó el centro de la palma de su mano, ocasionando que el traje se rearmara en su cuerpo, cubriéndola de la mirada hambrienta de Jibani. Hizo un intento por aplacar su cabello, pero este estaba tan revuelto que atinó a solo soltarlo. Se agachó por su mochila, encontrándose con la mano del muchacho que impedía la acción. Bufó, irritada, maldiciendo entre dientes lo irritante que era él.

—¿Quieres soltar mi mochila?

—De ninguna forma —dijo con simpleza, dedicándole un guiño  que la molestó aún más—. Mejor siéntate aquí conmigo, el atardecer es muy bonito.

—Déjate de juegos, Jibani, debo irme.

—Ven acá. —Tiró de ella, sentándola sobre su regazo—. Pasé una tarde maravillosa, déjame disfrutar de mi novia un momento más...

—Casi siempre estamos juntos.

—Eso no es cierto y lo sabes —le murmuró en el oído, mordiendo su lóbulo—. Nuestras salidas siempre incluyen un par de amigos para que nadie sospeche de lo nuestro. Y las pocas veces que estamos solos debe de ser todo tan apresurado.

—Pues claro, si la mayor parte del tiempo quieres estar haciendo... —se interrumpió, tornándose de un tono rosado cada vez más intenso—. Bueno... ¡eso!

—Sexo, Zalika. Me sorprende que todavía te cueste decirlo.

—Es complicado.

Jibani la miró de forma intensa, obligándola a agachar un poco la cabeza. Él la abrazó y depositó un tierno beso en la coronilla de su cabeza. 

—Ay, amor mío. Si ya no quieres que tengamos tanto... —Se detuvo ante la mirada de ella—. Está bien. Si no quieres tantos momentos intensos, solo debes decírmelo. Podemos recorrer el complejo, intentar robar algo de la cafetería o de la oficina de un directivo. Tú solo debes decírmelo.

Ella asintió, limitándose a disfrutar del refugio que le ofrecían sus brazos. Contemplaron el sol descender entre las colinas, en silencio, contando los segundos que les quedaban juntos. Cuando solo quedó una franja de tonos naranjas y rosados, Zalika se levantó y ofreció una mano al chico. Recogieron sus cosas y luego se tomaron de la mano para regresar a la zona de edificios que hacían de dormitorios para los alumnos. Tomaron la ruta más larga, gozando de cada segundo. Al final, cada quien tomó su camino. 

Al entrar a la cabaña, Zalika se topó con un aroma delicioso que hizo gruñir a su estomago. Se acercó despacio, sin hacer mucho ruido, a la mesa donde descansaba un plato bien lleno de comida.  Paseó la mirada sobre cada alimento. Pescado, ganso, cebolla dulce, huevos de pato, ternera y... Pan con miel. Sin dudarlo un segundo tomó una hogaza, que aún estaba tibia, a la cual le dio un gran mordisco que manchó sus mejillas con la delicia dorada. Gimió cuando el dulce invadió sus papilas gustativas.

—Me alegra que al menos algo de eso te guste —dijo una voz a sus espaldas. 

Debido a la sorpresa, arrojó el pan y casi se atraganta con el bocado que aún masticaba. Tragó a toda prisa, intentando aparentar una imagen serena. Lamió la comisura de sus labios, saboreando la miel. El teniente sonrió de forma muy leve, luego se encaminó a la mesa, observando el plato con comida que aún rebosaba. Le dirigió una mirada curiosa, después señaló.

—¿No comes más?

—Pensé que era suyo, señor —murmuró, con la mirada en el piso.

—Entonces, si pensaste que era mío, ¿por qué tomaste la hogaza de pan con miel? 

Un intenso rubor se expandió por la piel del rostro de ella. Antjiet observó con maligna satisfacción la reacción de su alumna. Tomó otra pieza de pan, a la que le dio una gran mordida, saboreando la fruta que había en su centro.




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